No quedaba rastro de rabas en el platillo ni gota de chacolí en los vasos. Una mueca de disgusto asomó en la comisura de los labios del inspector al ver sobre su oronda y reluciente guayabera blanca una gota de grasa.
Chasqueó los dedos para llamar la atención del camarero. Con una vocecita que no correspondía a su masa corporal, le pidió una ración de croquetas y dos chacolíes más. Continue reading
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Castro y los suyos entran en La Habana: pelotaris en apuros
Ayer cuando acudí a la comisaría encontré a Garro de un humor excelente. Por orden judicial se había levantado la prohibición en Euskadi de no abrir la hostería. Por fin, después de un par de semanas, podríamos sentarnos en una terraza y tomarnos unas banderillas con sus correspondientes tragos.
Era media mañana, la víspera había llovido torrencialmente y lucía el sol, nos acercamos a la calle San Francisco y ver las terrazas ocupadas por gente te hacía sentir que la ciudad seguía viva. Continue reading
Magaña: trato con el FBI
A la mañana siguiente cuando acudí al despacho del inspector Garro estaba sumido en la confusión. La noche anterior, después de despedirnos, había recibido un soplo de un confidente que se negó a identificarse. Sólo dijo que era un vecino de la Zurriola que poseía información valiosa de su antigua amistad con Iñaki Pradera. Continue reading
El tablero de corcho
Después de interrogar a Cloty nos pertrechamos de comida en el Ezkurra y el restaurante japonés. Ensaladilla rusa y sushi en abundancia. Al entrar en comisaría, Garro saludó a su ayudante con la cabeza, para entonces Pascual había apagado apresuradamente el porro que se estaba fumando. El vestíbulo apestaba a yerba.
Nos dimos un atracón, mejor dicho, la mayor parte se llevó el inspector. A mí con una ración de ensaladilla me bastaba. Pasaba de sushi, esos pedazos de salmón, pescado crudo… me echaba para atrás. “Cómo se nota que no has vivido en Oriente”, me dijo Garro mientras se tragaba el último pedazo de salmón empapado en salsa de soja. Se había pimplado la botella de txakolí y varios lamparones resaltaban a la altura del pecho de su guayabera. Después de la ingesta se le veía de muchos mejor humor. A través del interfono llamó a Pascual y le pidió un par de cafés. “El mío, como siempre, bien cargado”. Continue reading