Markina-Xemein: dinastías, sangre en las venas del jai-alai

Llamaron mi atención las fotografías de los campeones y de los subcampeones del último torneo, World Super Court, disputado en el jai-alai de Magic City (Florida). En las que se ven a los ganadores, los hermanos Goixerri y Aratz con un flamante cheque de 25.000 dólares. Y en la otra fotografía, los subcampeones, Iñaki y Julen, dos de los tres hermanos Goitia, mostrando otro cheque de 10.000 dólares. Continue reading

Elizondo y el Beotibar de Tolosa

Rafael Elizondo venía en tren de Andoain (Gipuzkoa) donde vivía y había nacido (1913). De mediana estatura, delgado. Llevaba gafas y el escaso pelo engominado hacia atrás. Cojeaba ostensiblemente. Tenía las caderas destrozadas de tirarse al piso reboteando. Las pelotas para los ensayos las traía guardadas en el pecho para mantenerlas templadas. Continue reading

Jean Pierre Abeberry

Hubo un tiempo que entrar en un frontón era encontrarse con una persona determinada,  familiar, parte del paisaje y sin ellos era como si faltase algo. Me ocurría de chaval cuando entraba al frontón Beotibar de Tolosa y me daba de bruces con Luxiano, el canchero; con Rafael Elizondo, el maestro. Años más tarde, en ese mismo frontón, entrar y ver la figura de Elola, todo era uno. Seguro que pasaba lo mismo en Markina en Mutriku, o en Gernika. Continue reading

Manila: 7 días de rodillas en un refugio (2)

 Un expelotari que vive en Florida, me manda un mensaje con una foto incluida. “Daytona, mi primer año en Florida. Llevaba 13 (quinielas) ganadas el primer mes, el que menos de todo el cuadro. Me llama Andrés (el intendente) a la oficina y me dice: “Chaval, lo tuyo es entrar al saque”. Quedé segundo esa temporada en quinielas ganadas. Se decidió en la ultima función. Ganó Solana (mejicano) que hizo la temporada de su vida”… (Jesús Zulaica llegó a ser uno de los rematadores de costado más hábiles en la década de los años setenta y ochenta).

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Recuerdos del Beotibar

Ingresar en la escuela de cesta-punta del Beotibar de Tolosa era casi como ingresar en una academia militar, en una universidad o en un seminario. Allí comenzaba una carrera que nunca sabías lo que iba a durar o lo que el destino te iba a deparar. Tal vez, debutar en Madrid y un par de años, mili incluida y a casa; unos cuantos años por Canarias, Zaragoza o Filipinas; o bien, varias décadas en Florida. Aquello era el comienzo de una singladura que de buenas a primeras empezabas firmando un contrato de dos años para debutar en Madrid o en Zaragoza (cómo cambian los tiempos, nada más empezar un trabajo de dos años asegurado). El objetivo perseguido seguía siendo el mismo: aprender el oficio y vivir de la pelota. Continue reading