Hubo un tiempo que entrar en un frontón era encontrarse con una persona determinada, familiar, parte del paisaje y sin ellos era como si faltase algo. Me ocurría de chaval cuando entraba al frontón Beotibar de Tolosa y me daba de bruces con Luxiano, el canchero; con Rafael Elizondo, el maestro. Años más tarde, en ese mismo frontón, entrar y ver la figura de Elola, todo era uno. Seguro que pasaba lo mismo en Markina en Mutriku, o en Gernika. Continue reading