Jugar en el Jai-Alai de Gernika

Hace años, todavía profesional de cesta-punta, fui a la consulta de un prestigioso psiquiatra de Bilbao. Un tipo que en cuanto lo vi me recordó a Freud, su calva y barba recortada, además de sus gafas redondas.
Me dijo que me tumbara en un diván. Él se sentó a mi lado.
“¿Qué le pasa?”
“Duermo mal y tengo pesadillas”.
“¿Le ocurre a menudo?”
“No, solo cuando me programan para jugar en Gernika. Esa semana es terrible y, para más inri, los días post-partido entro en depresión”.
“¿Depresión?, parece un caso serio”.
Le conté mi sueño, mi pesadilla. Estaba jugando en el frontón de Gernika y lo hacía desnudo. Solamente llevaba las zapatillas puestas, la cesta y el casco. ¡Ah! y la codera. El resto de mi cuerpo como Dios me trajo al mundo. Continue reading

¡Sorpresa en Café-Cloti!

Atravesé la plaza Cataluña bajo una fina capa de lluvia —las agujas del reloj de la parroquia de San Ignazio marcaban las cinco de la tarde— y me adentré en la calle San Francisco cuando empezó a caer una tromba de agua; el temporal, al que llamaron Filomena, seguía sin dar tregua. Busqué refugio en la primera cafetería que vi y entré a ciegas como el montañero sorprendido por una ventisca que se adentra en la primera borda que encuentra. Continue reading

Jean Pierre Abeberry

Hubo un tiempo que entrar en un frontón era encontrarse con una persona determinada,  familiar, parte del paisaje y sin ellos era como si faltase algo. Me ocurría de chaval cuando entraba al frontón Beotibar de Tolosa y me daba de bruces con Luxiano, el canchero; con Rafael Elizondo, el maestro. Años más tarde, en ese mismo frontón, entrar y ver la figura de Elola, todo era uno. Seguro que pasaba lo mismo en Markina en Mutriku, o en Gernika. Continue reading

Manila: Pelotaris en el infierno (1)

Una historia escrita en el infierno (Primera entrega)

Esta es la historia contada por el pelotari cubano Antonio Andrés al periodista Eladio Secades  tras regresar de las islas Filipinas el año 1945. Andrés sobrevivió junto a su esposa Josefina Cornejo a la guerra y a lo que la historia ha calificado como “La Batalla de Manila”, donde tras la ocupación de la islas Filipinas por los japoneses durante cuatro años, y tras batirse en retirada ante la llegada de las fuerzas americanas, los soldados japoneses mataron alrededor de 100.000 personas. 257 ciudadanos de España murieron a manos de los nipones o durante los intensos bombardeos de los estadounidenses.  Continue reading

Mugartegi y Ayestaran: Muerte en Manila (3)

 

 Lo que hasta entonces se había visto y se había sufrido en Manila, era sólo una idea inexpresiva de lo que iba a suceder cuando los japoneses sintieron herido el orgullo de su raza por la inminencia de la catástrofe. Los procedimientos y las represalias que llegara a alcanzar extensiones insólitas en el campo de la crueldad ensenada, tornáronse más brutales aún. Sólo viviendo aquellos tormentos creados por los genios de la destrucción, puede creerse que las escenas puedan haberse producido en un siglo pomposamente llamado de civilización y de progreso. Al verse vencidos, al comprender que los norteamericanos regresaban a Manila con un poderío de aire, mar y tierra que parecía una cosa de milagrería y de leyenda, los malditos nipones se dieron a la expansión espiritual de incendiar y de dinamitar manzanas enteras. Quemaban las casas y armados de ametralladoras y bombas del mano, impedían que los indefensos moradores de las viviendas destruidas por las llamas pudieron escapar a la calle. Así se veían achicharradas a mujeres, niños y hombres. Familias enteras perecían apretadas unos contra otros. Los que tenían la audacia de intentar escapar, apenas ganaban la calle era despedazados a sablazos. Los días peores de Manila fueron los comprendidos entre el 3 de febrero y de este año (1945) y el 17 del mismo mes, que empezaron a entrar en la capital las avanzadas del ejército americano. Zonas enteras de frágiles viviendas de madera eran rociadas con gasolina e iban desapareciendo en hogueras gigantescas. Desde distancias considerables podían escucharse los gritos, ahogados a intermitencias dramáticas, por el zumbido de los aviones de bombardeo y por las explosiones, cuyo eco físico estremecía los edificios y arrancaba de cuajo puertas, lámparas y ventanas.  Continue reading