¿Fue Guillermo superior a Paco Berrondo? Es la pregunta que se hace el periodista Turrillas en uno de sus escritos. Para el director de la revista Cancha, Berrondo, el catalán nacido en Barcelona, hijo a su vez de otro pelotari, llegó a tener más juego que el “Monarca”.
Berrondo y Guillermo fueron pelotaris completamente distintos. Berrondo derechista nato; el ondarrés Guillermo, revesista puro. Guillermo tuvo más nombre, fue más espectacular, andaba más en la cancha, saltaba y corría más y, sobre todo, gritaba más.
Paco Berrondo fue un pelotari fino, inteligente, al estilo de otros grandes derechistas como Navarrete y el “Charra” Gutierrez, tenía el enceste fácil, mucha colocación, gran bote-corrido de derecha y trasteo de la pelota. Su escuela fue clásica.
El catalán como casi todos los pelotaris de aquella época, jugó en infinidad de frontones, Barcelona, La Habana, China, Mexico, Miami… y ganó infinidad de partidos históricos. Con “Tarzán” Ibarlucea formó pareja ideal.
Guillermo y Berrondo se enfrentaron en la cancha en más de cincuenta ocasiones. La rivalidad — los “gatos” que es como llamamos al pique entre dos pelotaris en el argot puntista– entre ellos era tremenda. Dos estilos contrapuestos, dentro y fuera de la cancha.
Guillermo como buen revesista era partidario de jugar con pelota muerta. Berrondo, todo lo contrario, cuanto más saltarina, mejor. Guillermo era de los que cuando no encontraba la pelota de su gusto armaba la marimorena. Que si aquello parecía juego de ping-pong, juego de maricones y no de hombres… Berrondo, también conocido como “El Caballero de las Canchas”, oía y no abría la boca.
El pique entre las dos figuras era tremendo. Lo daban todo, hasta el hígado. Si las miradas mataran no hubieran acabado ningún partido. Los consejos al delantero lo hacían con el mayor misterio, por lo bajo: “Tira a pasar”. “Pica”. “No le juegues adelante”… “Levanta más”…
Aquel pique furibundo tenía que estallar algún día y lo hizo. Corría el año 1947, según cuenta Turrillas, y ocurrió en la cancha del frontón México, en el D.F. Organizaron un campeonato con seis parejas de ases. Dos de ellas la conformaban Ibarlucea III-Berrondo; Isidoro Salsamendi, “El Jorobado”, y Guillermo era otra. Guillermo tenía 37 años. Berrondo alguno más tal vez. (He consultado el libro de Migel Angel Bilbao y no pone la fecha de nacimiento de Paco Berrondo, “nació a principios de siglo”, señala).
La noche que se enfrentaron estas dos parejas hubo un entradón histórico, funcionó la reventa y la policía tuvo que intervenir en la Plaza de la República. Innumerables las celebridades en las gradas esa noche. El palco presidencial presidido por la esposa del presidente de la República. Actrices como Esther Williams tras desplazarse en su avión privado desde Los Angeles. Orson Wells se fumaba un enorme habano junto a Errol Flynn. Hemingway se había desplazado desde su finca “Punta Vigía” cerca de La Habana. Músicos como Agustín Lara, actores como Cantinflas. “Babe Ruth”, gran amigo de Guillermo, se vino desde Vero Beach (Florida) donde entrenaba la pretemporada del béisbol. Al por el entonces Primer Ministro cubano, Prío Socarrás, también se le vio en el palco presidencial junto a la primera dama mejicana.
El partido, sin embargo, fue malo. Muchos nervios y pocos tantos buenos.
Un partido que no pasaría a la historia salvo por el grave incidente protagonizado por Guillermo y “Tarzán” Ibarlucea.
El zaguero ondarrés iba por detrás en el marcador y los nervios cada vez más a flor de piel y labios. Buscaba y no encontraba pelota de su gusto y armó la marimorena. Agarró la caja de pelotas y la tiró al aire desparramando todas las pelotas por toda la cancha. El público reaccionó entre carcajadas y protestas. “Tarzan” Ibarlucea debió de hacer algún comentario que encendió aún todavía más al “Monarca”. Guillermo contestó con algo muy fuerte porque Tarzán se avalanzó como un loco hacia Amutxastegi con una pelota sujeta en el puño y le tiró un golpe a la cara. El ondarrés detuvo el golpe con la zurda.
Menuda escandalera. El público rugía, cada cual azuzando a sus respectivo favorito. El intendente los brazos al cielo suplicando ayuda a Dios todopoderoso. La tangana fue de miedo. La noche de fiesta se convirtió en la capital del infierno.
Fueron unos minutos pero a algunos les pareció una eternidad. Los empresarios a punto de llamar al cuerpo de granaderos, el intendente, Ibazeta, un hombre recto, se agarraba con las manos a la cabeza mientras repetía una y otra vez: “Dios mío, qué imagen”.
“El Jorobado” Isidoro Salsamendi y Paco Berrondo, “El Caballero de las Canchas”, a duras penas consiguieron separar a los dos contendientes. La cosa se tranquilizó y se pudo acabar el partido. Ganaron Tarzan Ibarlucea y Berrondo; el campeonato también.
Un cinco de noviembre del año 1929 Angel Ibaceta llamó a Guillermo a la oficina. Cuando un intendente llamaba al pelotari a la oficina, mal asunto, no presagiaba nada bueno. Menos en el caso de Guillermo. El juego del de Ondarroa empeoraba con el paso del tiempo. Nada que ver con la gran figura contratada de la Habana para abrir el nuevo frontón junto a Ituarte y el resto del cuadro, lo mejorcito del jai alai de por aquel entonces. La cancha del recién inaugurado Frontón México (el mismo que funciona desde hace unos días) –ocurrió el diez de mayo de 19129– era una cancha larga pero con un frontis vivo, más propicia para derechistas que para revesistas. Sin embargo, Guillermo a sus diecinueve años venía de Cuba en un gran momento de forma. Había ganado el Campeonato de Parejas haciendo pareja con Hernandorena, deshaciéndose de parejas como: Olazabal-Gutierrez; Juaristi-Berrondo II e Ituarte-Ugartechea. El premio era de mil dólares y dos medallas de oro. La superioridad de Hernandorena y Guillermo era tal, que el intendente decidió conceder ventaja en el saque. Así Juaristi llegó a sacar del ocho y Olazabal del siete y medio. (Resulta curioso saber que los delanteros sacaban tan cerca del frontis).
Por aquel entonces en la capital azteca funcionaba el «Nacional»; sin embargo, una nueva iniciativa surgió de la mano de los empresarios Federico Casado y Rafael de Villa. La rivalidad empresarial estaba servida. Las dos delegaciones, la del «Nacional» y la del «Frontón México» coincidieron en la Habana con el mismo motivo: contratar a los mejores puntistas. La mayor parte de los pelotaris se decantaron por el «Frontón México». Tan solo, de las figuras, faltaban por firmar Ituarte y Guillermo. El de Mutriku y el de Ondarroa acabaron por decantarse por el nuevo frontón. Casado y Villa les ofrecieron fuertes cantidades de dinero; además, habían llegado a un acuerdo con el «Novedades» de Barcelona y con el Montepío de pelotaris.
Guillermo se adaptó bastante bien al nuevo frontón del D.F. Sus enormes facultades le permitían recorrer toda la cancha, cubrir huecos, atacar la zaga a base de bajonazos sin fallar pelota. Guillermo era el amo y señor en el recién estrenado Jai Alai de la capital azteca. Hasta que, paulatinamente, con el paso de los meses, fue jugando cada vez peor. La gran figura se estaba convirtiendo en una sombra de sí mismo.
La paciencia del intendente, don Angel , se había agotado. La vida nocturna y sus excesos estaban cobrando su pieza. Ni la compañía de su padre evitaba las correrías del de Ondarroa. El mismo Guillermo reconoce en sus memorias lo mucho que hizo sufrir a su padre.
Primero en la Habana cuando tras ganar el campeonato por parejas pidió permiso a la empresa para ir ocho días de vacaciones a Miami, en realidad se convirtieron en un mes y no más por las presiones que recibió para regresar. Mientras, su padre, Domingo –de apodo «Pasajeru» debido a que además de gabarrero transportando arena en la ría, en sus ratos libres trabajaba de barquero pasando gente de una orilla a la otra del Artibai– encontraba consuelo en la compañía de Ituarte, con el que paseaba por la Habana, compartiendo la soledad, la nostalgia y su afición a la pesca.
El intendente del Jai Alai, Angel Ibaceta, tenía cincuenta y cinco años y un enorme prestigio como intendente. Guillermo, años después, reconocía que no había conocido otro igual. Recto, ecuánime, cuando había que ayudar a un pelotari lo hacía, subirlo de categoría, bajarlo, sin miramientos. El interés del público siempre presente.
Nacido en San Sebastian, criado en Ondarroa, Ibaceta había debutado en Bilbao a los diecisiete años. Después llegaría a jugar en Madrid, Paris, Barcelona, La Habana, Brasil, Italia, también en el «Nacional» de México. Ejerció como intendente en la Habana en los años 1918 a 1921. Tras abandonar la intendencia del «México» fue el máximo responsable en el frontón de Lleida y en el «Urumea» de San Sebastián. Falleció en Barcelona el año 1947. Don Angel, de aspecto serio, cabello engominado y enorme mostacho, tenía aspecto de militar prusiano.
Sostenía en su mano una pipa cuando ordenó sentar a Guillermo. Cuando se encontraban a solas, hablaban en vascuence, en el dialecto de Ondarroa, así lo hicieron esta vez también. Vino a decirle: «Guillermo, te vas a coger unas vacaciones. Vete a Ondarroa, descansa unas semanas y después te vas a jugar al «Novedades» de Barcelona, allí están deseando de volver a verte jugar de nuevo». Guillermo no puso objeciones. Respetaba tanto a don Angel que lo que dijera el intendente lo asumía completamente. Él mismo reconoció que no podía seguir de esa manera, había perdido peso, estaba demacrado, la pelota en lugar de enviarla en andanadas al rebote, caía en el cuadro diez. Mucho nombre y poco juego.
Recibió con alivio la notificación del intendente. Alivio el que sintió «Pasajeru», el padre de Guillermo. Un hombre serio, imperturbable, jamás exteriorizaba sus emociones. Un hombre que sufría por dentro.
Contaba Guillermo años después que el público no entendiera el comportamiento de su padre. Extrañaba que pareciera una estatua de piedra cuando el público aclamaba a su hijo. Cómo después de un tanto espectacular, el padre no exteriorizara la más mínima de las emociones. Él si tenía una explicación, sabía lo que pasaba. Sin embargo, no estaba dispuesto a rectificar.
En cierta ocasión, al poco de debutar en el «México», cuando todavía Guillermo conservaba todo su vigor, en un lance digno de ser recordado, tras un intenso peloteo, el de Ondarroa finalizó el tanto con una chula de ensueño. El público que abarrotaba las gradas, puesto en pie, aplaudía a rabiar. Guillermo se aproximó a la red y buscó a su padre con la mirada. «Pasajeru», imperturbable, permanecía en su asiento con el cigarrillo en sus labios. Nada, ninguna sonrisa, ni gesto de aprobación, ni una simple mueca.
Guillermo sí sabía lo que pasaba por la cabeza de su padre.
Tras una travesía infernal en la que estuvieron a punto de irse a pique, un veinte de noviembre el buque Espagne atracaba en el puerto de A Coruña. La pesadilla había acabado para Guillermo, Domingo su padre y Cecilio Urizar.
Alquilaron un coche en Bilbao y padre e hijo llegaron a Ondarroa donde les esperaban la banda municipal a ritmo de pasodobles. Guillermo descansó en Ondarroa, volvió a Barcelona como prometió a Ibaceta y, meses después, estaba de vuelta en Cuba para seguir escribiendo el guión de su propia vida.