Ocurrió un lunes, verano del 78, cuando dos locomotoras colisionaron en el Jai Alai de Gernika. Un estelar vibrante en el que se enfrentaron Egurbide (39 años) y Remen (23). Fue el día en el que el veterano pegador de Mutriku detuvo en seco las ansias de victoria de otro no menos pegador pero, sí bastante más joven: Remen, la estrella recién llegada de Miami. Otra figura del cuadro de Miami guardaba las espaldas del bermeano: Arratibel, también conocido como “El Tosco” o “Mortel”. El que esto escribe tenía por aquel entonces 22 años y el intendente le encomendó la tarea de acompañar ese día al gran Egurbide, el “Coloso de Mutriku”.
El dinero salió a la par porque así lo decidió la cátedra, o sea, los “Boliña”, Onaindía el médico y demás puntos que conformaban el núcleo duro habitual de apostadores del Jai-Alai de Gernika. Ese día, tres cuartas partes de las gradas estaban cubiertas por un público variopinto que aquella tarde nubosa se decantó por el frontón en lugar de pasear por la arena de las playas vecinas. Por otra parte, “Lunes de Gernika”, sinónimo de frontón y ambiente de pelota. Ese día se daban las condiciones óptimas para ver un buen partido. Y se cumplió.
Egurbide se aproximaba a los cuarenta años, 39, pero todavía conservaba las características del joven dinamitero que fue: potencia en los brazos, rapidez en las piernas y una lucidez de cabeza añadido a un temple propio del guerrero curtido en mil partidos y quinielas. Con los años aquel atleta con aspecto de gladiador se había asentado, nada que ver con el joven alocado cuya obsesión era arrollar al adversario pegando pelotazos demoledores. Con la veteranía había conseguido equilibrar su juego, aliar el poderío físico y el juego inteligente.
Egurbide llegó fresco a su última etapa como pelotari, como muchos pegadores. Cumpliéndose la hipótesis que sostenía “Papardo” Iriondo cuando en aquellas tertulias interminables de Bridgeport sostenía que los bateadores del jai-alai, es decir, los“paleros”, llegaban más frescos y desarrollaban mucho juego en su etapa veterana. En contraposición a los pelotaris segurolas que basan su juego en coger y tirar infinidad de pelotas para poder hacer el tanto con el consiguiente desgaste físico. El pegador hace y deshace en secuencias breves y explosivas.
Remen tenía un año más que yo ese verano del 78, 23 años. El de Bermeo era de un estilo de juego similar al joven Egurbide de otra época: pegaba como un cañón, pelotazos que en un momento dado atropellaban en una cancha como la de Gernika, que ya es un decir. Dos manos fantásticas y una “sasoia” para regalar; sin embargo, distante todavía del Remen de la década de los noventa, veterano ya, pelotari mucho más asentado.
En esa época de los setenta a Remen en el vestuario del Miami Jai Alai le llamaban “Pete Rose”, en referencia al famoso bateador, jugador de béisbol de los Cincinati Reds. Remen sacudía duro pero también erraba demasiada pelota franca, errores no forzados como llaman ahora; en la práctica: “palos” en la mano-mano.
“Mortel” Arratibel contaba 28 años y era uno de los zagueros más destacados del cuadro de Miami. “Mortel” era el clásico zaguero con el que todos los delanteros quieren jugar. Muy seguro, mucho arranque y muy regular poniendo la pelota en el rebote. Un estilo de juego de ir de atrás hacia adelante, a bote-corrido, para buscar la chula y dominar el tanto.
Con 22 años yo era un zaguero que apuntaba buenas maneras pero todavía estaba bastante verde. En Tampa había firmado alguna buena temporada y poco a poco iba subiendo en un escalafón en el que había grandes zagueros como Gorroño, Laka, Almorza, Irigo, Arkarazo, “Manco” Aranbarri etc. Beitia, el intendente, me daba la oportunidad de jugar ese verano en Euskadi para que pudiera ir creciendo como pelotari. Dadas las características del Jai-Alai de Gernika, el frontón me iba bien. Como revesista extendía notablemente la pelota y dado mi alcance me las arreglaba bastante bien en esa cancha. Ahora bien, reconozco que estaba verde y para Egurbide eso suponía dar bastante ventaja al pegador de Miami, que para más inri llevaba en la zaga a un hueso duro de roer como era “El Tosco” Arratibel.
La primera decena del partido fue como de costumbre, de tanteo, jugado a un ritmo sosegado. 35 tantos son muchos en un escenario como el Jai-Alai de Gernika. Hay que dosificar las fuerzas. Además, las pelotas que se usaban eran pelotas nobles, de buen toque, al principio de las que cuestan dios y ayuda llegar a rebote. Un peloteo propicio al toma y daca entre zagueros, los cuadros doce y trece como referencia. A Egurbide se le notaba que le costaba entrar en calor. Remen, sin embargo, no escatimaba en el esfuerzo. Cuando tenía ocasión entraba y pegaba con toda su alma sin tener en cuenta la dureza del partido. También pegaba palos en la mano. El marcador se mantenía equilibrado. Las apuestas seguían a la par. Quedaba mucho camino por recorrer para que los bolsistas se decantaran por uno u otro color.
Egurbide procuraba entrarle a Remen al saque-resto y por ahí encontró el cañonero de Mutriku un filón de hacer tantos con el menor esfuerzo posible. No es nada fácil en una cancha como la de Gernika quitar el saque. He visto grandes delanteros desesperarse y acabar el partido humillados por la cantidad de remates a saque resto a los que no podían llegar.
La estrategia de Egurbide de entrar al saque sin haber sido rematadores en sus años mozos ha sido algo habitual en la cesta-punta. Conforme se pierden las piernas y el poderío físico, recurren a otros recursos, se adaptan. En el más puro darwinismo, es decir, la adaptación al medio, adoptan otros gestos y se convierten en rematadores peligrosos. Pelotaris que en el momento álgido de su carrera ni se les pasaba por la cabeza rematar de costado a resto de saque, en los últimos años, a la mínima emulaban a Joey o a Inclán. Eso sí, salvando las distancias.
Avanzaba el partido y el “Chato” Egurbide se las arreglaba para mantener equilibrado el marcador, como los ciclistas hacíamos la goma, cuando parecía que se distanciaban, dábamos un arreón y nos arrimábamos.
Recuerdo que empatamos en el cartón treinta. La pelota que sacabamos nosotros iba calentándose y el veterano de Mutriku cada vez hacía más daño de rebote, tanto de revés como de derecha. Arratibel buscaba la pelota de bote-corrido pero fallaba o no llegaba por arriba. Por ahí encontró Egurbide otra vía de hacer daño y soltaba los brazos de rebote con más violencia conforme avanzaba el partido. Yo me limitaba a cuidar la zaga.
El pelotari serio, de rostro impenetrable, aquella nariz afilada que acababa en un mentón en medio de unas mandíbulas cuadradas, aquella máscara imperturbable que en ningún momento mostraba el menor ápice de emoción, se me acercó lentamente antes de emprender el saque. “No entres de aire salvo que la pelota vaya a chula. Déjalas pasar para que yo rebotee”, me dijo en tono lapidario.
Dicho y hecho. Egurbide antes de realizar el saque se tomaba su tiempo, como hacen los tenistas. Antes de iniciar la carrerilla se quedaba quieto como una estatua mirando hacia el frontis y, dos segundos después que parecían una eternidad, daba unos pasos y sacaba, pero lo hacía como si de ese gesto dependiera todo el partido. Es verdad que la pelota se había calentado, que con una normal no lo hubiera hecho, la cosa es que sacó y mandó un misil hacia el frontis y después se cruzó en la pared izquierda y tras botar fue como un obús a rebote. Arratibel apenas pudo hacer amaño de interceptar la bola. Un “ace”, un saque limpio a rebote. El dinamitero de Mutriku volvió hacia la zaga para el siguiente saque. El hombre del rostro sin mueca caminaba despacio, sin prisa alguna, como esos pistoleros que se enfrentan en duelo a muerte en la calle principal. “El Tosco” en el fondo de la cancha, dando pasos a los lados como fiera enjaulada. Remen, en el cuadro cinco, al acecho.
El siguiente saque no fue tan bueno. Restó Arratibel sin problemas. Ví que la pelota botaría en el cuadro trece y la dejé pasar, siguiendo las instrucciones del maestro. En el cuadro ocho esperaba armado en postura de revés el en otros tiempos estrella en La Habana o en Dania. Largó un rebotazo de revés al ángulo del hermoso frontis del Jai-Alai, a la última losa. El de Bermeo se había abierto y todo el corredor del interior dependía de Arratibel. “El Tosco” no era la clase de zagueros de quedarse dormido atrás viendo como la bola te supera y quedas en el puente. “Mortel” corría como un poseso hacia adelante. El envío de Egurbide se cruzó poco antes de que llegara el “Expreso de San Jerónimo” (barrio de Mutriku donde nació Arratibel). Tanto colorado.
32 a 30 nosotros por delante.
El siguiente tanto fue algo más disputado. Restó Arratibel y ante la duda de que fuera chula entré de revés, muñequeando tiré un globo que justo rebasó a Remen. Arratibel comiendonos el terreno lanzó la pelota a rebote, a paredón. Ahí firmó su sentencia el zaguero de Mutriku. El “Chato” esperó en el cuadro siete de derecha y conformé le llegó pegó un rebotazo de derecha formidable, la pelota hizo txik-txak ante la desesperación de Arratibel que nada pudo hacer. 33 a 30, nosotros por delante. El dinero mil (duros) a 300 colorado.
El tanto 34 lo hizo Egurbide también de rebote. De revés, Remen en vez de quedarse cuidando el ancho dió unos pasos hacia el txoko, tremenda equivocación. “”Dos”, le grité a mi delantero desde la zaga. El dos-paredes de Egurbide fue ejecutado a la perfección. El público entregado ante la fase final del veterano de Mutriku, los aplausos no cesaron hasta que “El Chato” de Mutriku no finalizó todo su ritual del saque.
34 a 30, cuatro tantos seguidos de Egurbide. Éste se disponía a su presumiblemente fuera su último saque salvo a que hiciera pasa. El griterío de los corredores como música de fondo, última oportunidad para los apostadores, para cubrirse o buscar alguna apuesta por la baja.
El derechazo de Egurbide fue limpio. A sus 39 años soltó un pelotazo descomunal, echó el resto. La pelota cruzada botó en el piso y fue cogiendo más y más velocidad ascendente. Arratibel, el pundonoroso, el pelotari que no daba pelota por perdida, el profesional que no asimilaba una derrota en días, el no va más del amor propio, no pudo más que ver como la bola le rebasaba. Se acabó el partido.
El público despidió a Egurbide puesto de pie aplaudiendo a rabiar. La gran figura –el que en La Habana con 20 años hizo llorar de emoción al cronista Eladio Secades al verle pegar a la pelota con semejante violencia, uno de los componentes de aquella hornada bautizada por el cronista “Aitona” como “Los Ases”, el que había disputado el número uno junto a Ondarrés y Bengoa, el que en Barcelona, año 71, emparejado con Chimela, trituró a tríos como Orbea II-Bengoa-Etxabe II– acababa de dar una exhibición a sus 39 años contra dos estrellas del frontón de Miami, secundado por un joven cuya misión consistía en: no desentonar.
Egurbide, el fornido atleta, el de la nariz afilada apuntando hacia un mentón escoltado por unas enormes mandíbulas cuadradas, se dirigió camino a los vestuarios ajeno a un público entregado que no paraba de aplaudir. Su rostro no le delataba, ganar o perder, el mismo semblante. Era su estilo. En la derrota más estrepitosa o en la más grande de las exhibiciones, como la de aquella tarde, un lunes de Gernika, verano del 78.