«El público despidió a Egurbide puesto en pie aplaudiendo a rabiar. La figura –en La Habana con 20 años hizo llorar de emoción al cronista Eladio Secades al ver pegar a la pelota con semejante violencia– uno de los componentes de la hornada bautizada por «Aitona» como: «Los Ases». El que disputó el número uno a Ondarrés y Bengoa en Barcelona, año 71. Emparejado con Chimela trituró en esa misma plaza a tríos temibles… acababa de dar una exhibición a los 39 años. Egurbide, el fornido atleta, el de la nariz afilada apuntando hacia un mentón resguardado por unas formidables mandíbulas cuadradas– se dirigió a los vestuarios ajeno a un público entregado que no paraba de aplaudir. Su rostro impasible –ganar o perder, conservaba el mismo semblante– en la derrota más estrepitosa o en la más grande de las exhibiciones, como la de aquella tarde, un lunes de Gernika, verano del 78″.
(Extraído de un artículo escrito en mi blog)
Fue un placer conversar con una estrella, porque Egurbide lo fue. Uno de los grandes del siglo pasado, un pelotari provisto de un físico extraordinario, una fuerza de la naturaleza. A sus 75 años conserva un aspecto excelente, un toro en la tercera edad. Vive junto a Elisabeth, su esposa, en un condominio en la playa, Milford (Connecticut). Visita Euskal Herria todos los años por el mes de octubre.
Apenas recuerdo gran cosa pero vi jugar a Egurbide por primera vez en Markina a mediados de la década de los sesenta, era uno de «Los Ases», figura consagrada. Regresé de Milán a Barcelona, año 72, quince años. Fue entonces cuando vi jugar al coloso de Mutriku, ellos, las figuras, jugaban los fines de semana en Euskadi y el resto de la semana en el «Palace», donde invernaban también. Qué placer ver jugar a unas figuras que venerábamos. Incluso, Markue, el intendente, nos ponía entremezclados con las figuras en lo que llamamos «partidos cojos». En uno de ellos cuidé la zaga de Ondarrés; nuestros adversarios fueron Egurbide y el marquinés «Tablón» Sarasúa. Salió un buen partido, nos hicieron lucir bien; de hecho, al día siguiente en el diario deportivo «Dicen», Ricardo Pastor «Richard» escribió una crónica donde ensalzaba el juego exhibido por los dos chavales.
Coincidimos de nuevo en Gernika y en Iparralde. Finalmente en Bridgeport donde Egurbide se retiró a los 45 años. En una nueva etapa, ambos retirados, ha sido un placer conversar con Egurbide.
Malen Jaixak, las fiestas patronales de Mutriku (Gipuzkoa) del año 1949 no fueron unas fiestas corrientes. El día grande, Malen Eguna, un acontecimiento histórico sin precedentes tuvo lugar en el frontón abierto de la localidad. Dos pelotaris del pueblo, herriko semeak: Ituarte y Pistón se enfrentaron a un trío compuesto por Cecilio Urizar-Arana y Andonegi (este último hijo del cestero que inauguró el frontón de La Habana el año 1901). Al día siguiente varios chavales empezaban a ensayar a cesta punta por primera vez. Un chaval de nueve años llamado José Antonio cogió una cesta que había en casa y se incorporó al grupo.
Al año siguiente, 1950, varios de estos aprendices se presentaron en un campeonato que se celebró en Markina, un torneo que constaba de cuatro categorías. Una de las parejas mutrikuarras la conformaban Díaz y Patxi Txurruka; en otra, Egurbide con diez años y Beristain, doce. Egurbide y Beristain arrollaron en el primer partido y ahí empezaron las protestas. «No es posible que ese chaval tenga diez años», decían en clara alusión al desarrollo corporal de Egurbide. Le exigieron que enseñara la partida de nacimiento. Al final, les subieron de categoría pero, curiosamente, porque era Beristain el que se pasaba en dos años la edad permitida.
Egurbide y Beristain
El padre de Egurbide era carpintero de ribera, responsable de la construcción de numerosas embarcaciones fabricadas en Mutriku. Por motivos laborales la familia Egurbide se mudó a Pasajes de San Pedro (Gipuzkoa). El joven José Antonio continuó su aprendizaje en el frontón abierto de Pasajes. Da la casualidad que el alcalde de la localidad, Andrés Aramendia, un ex pelotari que había jugado entre otros frontones en Egipto y China, vivía junto al frontón y le observaba desde la ventana de su casa. De vez en cuando, el alcalde del pueblo le daba unas indicaciones. Las primeras lecciones que recibió de un entendido el que pocos años después se codearía con todas las figuras del jai alai.
No pasó mucho tiempo hasta que supieron que un grupo de chavales ensayaba en el frontón de Astigarraga. Egurbide se incorporó a los Urdanpilleta, De Lafuente (Xapaterito de Astigarraga) y algunos más. Estando ensayando una tarde aparecieron unos señores elegantemente vestidos, foráneos a primera vista. Se presentaron y uno de ellos era Rafael Elizondo, pelotari de larga trayectoria recién retirado. Stanley Berenson (padre) venía en representación de Miami Jai Alai. Garcia Diego hacía lo propio pero en nombre del frontón de Méjico. El cuarto personaje era Egiluz, intendente del Jai Alai de La Habana. Venían con la idea de montar una escuela de cesta punta en el Beotibar de Tolosa. Fruto de aquella visita surgió la «academia» del «Beotibar», la que tantos y tantos puntistas ha dado. Escuela que a día de hoy sigue funcionando.
A partir de entonces Egurbide se trasladaba dos veces por semana de Pasajes a Tolosa, para ponerse a las ordenes de Rafael Elizondo. No tardaría la escuela en dar sus primeros frutos. El año 1954, siete chavales fueron contratados para jugar en el Habana-Madrid de La Habana. La expedición la componían los guipuzcoanos: Odriozola, Ceberio, Alberro, Altuna, Mendiola, Luis Etxaniz y Egurbide.
«Llegué a Cuba con catorce años, un tres de Diciembre. Ocho días más tarde debutaba en el Habana-Madrid. El intendente era Millán, el famoso pelotero. Al principio jugábamos entre nosotros, para que nos fuéramos haciendo. A los cuatro meses de nuestro debut, Etxaniz, Ceberio y yo éramos de los mejores del cuadro».
Al año siguiente Alberro, Etxaniz y Egurbide dan el salto al Jai Alai, al «Palacio de los Gritos». El de Mutriku, a sus quince años juega primeros y terceros partidos. Su progresión fue fulgurante, a los 16 se convierte en pelotari estelarista enfrentándose a rivales como Jose Luis Salsamendi, Orbea I, Pistón y al cubano Pita. En la zaga mandan los hermanos Guara, Lorenzo Arriola, Quintana, Uriona.
Recordando esos años me dice: «Un pelotari en La Habana, un delantero, se consagraba cuando conseguía darle ventaja a Pita, el cubano era la piedra de toque de todo aquel que aspiraba a ser reconocido como figura. Yo lo logré a los diecisiete años. Es que la cancha me iba de maravilla, mucho hueco, tremenda humedad, las pelotas de Millán una maravilla con aquel toque… Yo además tenía mucho poder y muchas piernas». Cuando le pregunto por sus rivales no lo duda: Orbea I y José Luis Salsamendi que a sus cuarenta años se mantenía en la primera línea.
«Chato» Egurbide jugó en el Jai Alai habanero durante cinco años, hasta el año 1960. El motivo que no se moviera del Caribe no era otro que los 900 dólares mensuales que percibía por jugar ocho partidos. No le tentaba nada irse a Florida para ganar bastante menos dinero. Además, el coloso de Mutriku vivía a gusto en La Habana. Una ciudad donde no se conocía el racismo ni la inseguridad ciudadana y los vascos estaban muy bien vistos. «Había un dicho en Cuba que decía que un apretón de manos de un vasco vale tanto como una firma».
La situación, sin embargo, cambia en Cuba. El uno de Enero del 59 se marcha al exilio el dictador Fulgencio Batista. La ciudad se sume en la anarquía, los saqueos están a la orden del día. Los pelotaris para escapar del caos de día se refugian en un country club: el Mulgoba, regresan a la ciudad para la noche. Un día de aquellos fue cuando de regreso a la ciudad pararon a tomar un trago coincidiendo en el establecimiento con un grupo de chicas. En aquel encuentro conoció a Elisabeth, la que se convertiría en su esposa.
Al año siguiente, 1960, el gobierno castrista se hace con el control del Jai Alai de La Habana. Los nuevos rectores ofrecieron a las figuras unos contratos astronómicos. El 50 % del sueldo lo cobrarían en divisa extranjera; el resto, en pesos. Poco duró la alegría en el viejo caserón ubicado entre Concordia y Lucena. Allí no había un sólo dólar con el que hacer frente a los sueldos de los pelotaris, así lo confesó el ministro de Hacienda: el Ché Guevara. Pistón ejercía de intendente y se encargó de pasar el aviso a Egurbide que se encontraba en Mutriku. «Ni se te ocurra. No vengas por aquí».
Volviendo un año atrás, 1959, se celebró en el Jai Alai habanero un festival benéfico en favor de unos municipios del interior afectados por las inundaciones. Orbea I y Txurruka vinieron de Miami para enfrentarse a las estrellas locales: Egurbide y Luis Etxaniz. El ambiente era de gala. Asistieron los comandantes, la plana mayor de la Revolución. Los uniformes color verde olivo se entremezclaban con las damas y caballeros vestidos de gala (el gran éxodo todavía no se había producido). Fidel Castro era de asistir al evento. Finalmente fue Urrutia Lleó, el presidente de la república el que presidió el festival (Urrutia estuvo seis meses de presidente, en cuanto vio el cariz que cogía la Revolución, se exilió en Nueva York).
(Desde la perspectiva histórica este partido está lleno de simbología. ¿El canto del cisne del jai alai habanero? Después de más de medio siglo de jai alai en La Habana, el ciclo estaba a punto de acabar. Los protagonistas no lo sabían, nadie lo sabía. La política no el abandono del público fue la causa de que una de las mejores plazas para el jai alai sucumbiera y desapareciera. De todo aquello, a día de hoy, queda en pie «El Palacio de los gritos». Espero que sirva de metáfora y ese antiguo bastión de la cesta punta recupere su esplendor… gracias a la política)
No es de extrañar que el partido resultara memorable. Muchos ingredientes envueltos. No se trataba de mera rivalidad entre frontones: Miami vs. Cuba. La de esa noche fue dos maneras de entender el jai alai. La ciencia contra el poderío. La inteligencia de Orbea I aliada a la elegancia y eficacia de Txurruka. En frente, Egurbide, un gladiador de 20 años poseedor de una pegada brutal comparable a Erdoza menor, en opinión de los asiduos más viejos del viejo caserón. Etxaniz I, un derechista en una cancha que sobrepasaba los sesenta metros. Un zaguero que martilleaba sin descanso desde el tanto uno hasta el treinta, de arriba y de medio-lado. Un portento.
Egurbide pegó pelotazos como solo puede pegar un atleta a los 20 años y con sus facultades físicas. Desgastó la pelota con las cortadas. Reboteó con las dos manos dejando en evidencia a su paisano, al «Sultán». Etxaniz I, manejó la derecha trasteando la bola de un lado para otro volviendo loco al marquinés.
«Yo no he visto a nadie mover la pelota con la derecha como Etxaniz I», confiesa Egurbide. «Bueno sí, Guara mayor también manejaba la derecha de maravilla. Así acabaron los dos, con el brazo encogido».
Sin embargo, dos huracanes llamados Egurbide-Etxaniz no fueron suficientes para parar al tandem de Miami. Fernando Orbea conforme avanzaba fue entrando en el partido, conocía la cancha habanera como el patio de su casa. Su anticipación de la jugada era tal que conseguía llegar a los remates de un pegador descomunal como Egurbide. En la zaga, Txurruka, el «Sultán parecía Dios. Estaba en todas partes y llegaba a todas, cubría los más de sesenta metros de la cancha del viejo caserón como si estuviera en el cuarto de masaje.
Hacia el tanto veinte, las fuerzas igualadas, la pelota viva y Etxaniz castigando sin piedad los pies del «Remache» de Markina. Éste último decidió cambiar la pelota y sacar una nueva, una muerta. Orbea I, el derechista por excelencia, sacrifica su ataque ante la violencia de los rivales y, cambia el curso del enfrentamiento. El peloteo largo se impone, el martillo de Etxaniz I y la maza de Egurbide no es tan demoledora. En la zaga Txurruka empieza a mandar, como un boxeador a larga distancia va sumando puntos. Nadie sucumbió de antemano. El final fue de infarto en una bulla ensordecedora.
El resultado final un 30 a 28 a favor de los pelotaris de Miami. El público ignorando haber vivido la última de una de las más bellas páginas jamas vividas en el Jai Alai habanero, despidió a los cuatro pelotaris puesto en pie, los aplausos duraron varios minutos.
Fue Urrutia Lleó, el presidente de la República, acompañado del Ché y otros comandantes los encargados de entregar los trofeos a los ganadores. Una vez recibidos y tras el ceremonial, los trofeos les fueron retirados por unos milicianos para, según ellos, tallar las inscripciones con los nombres de los ganadores. Nunca jamás se supo. Orbea I y Txurruka, a día de hoy, están por volver a ver los preciados trofeos.
La actividad en el Jai Alai de La Habana continuó hasta el año 1962, un hermano de Egurbide y Sabino Markue (años más tarde intendente del Principal Palacio de Barcelona) fueron los últimos pelotaris vascos del cuadro que jugaron en el Palacio de los Gritos, el resto eran pelotaris cubanos.
Comienza una nueva etapa para Egurbide. Cuba pertenece al pasado y un tiempo nuevo de presenta ante el fenómeno de Mutriku.
El año 1960 firma contrato para jugar en el frontón de Dania (Florida).
En su segunda temporada en Dania, «Egurbi» (en este frontón jugó con ese nombre) lidera todas las clasificaciones. La «Triple Corona» ronda su cabeza. Primero en las quinielas sencillas, en las dobles y es el máximo ganador en quinielas. Sin embargo, sufre un accidente de cancha que estuvo a punto de costarle la carrera deportiva. «Remató a dos Ondarru y fui hacia la red, con tal mala suerte que al apoyar la pierna destrocé el tobillo y, por lo visto, debí de dar otro salto al romper la articulación porque también me rompí la tibia. Una avería tremenda», recuerda «Egurbi».
Es operado de la pierna pero el tobillo se le queda sin juego, atrofiado, incapaz de ponerse en puntillas. Comienza su peregrinación de médico en médico, así hasta pasar por la consulta de once traumatólogos. Todos coinciden en el diagnóstico: es imposible de que vuelva a las canchas, incluso para hacer una vida normal las secuelas de la lesión son inevitables. El «Hércules» de Mutriku, el chaval que deslumbró a los 17 años con su pegada en La Habana, el que durante cinco años fue una de las figuras en el «Palacio de los Gritos». El que había iniciado su andadura en el Dania Jai Alai convirtiendose en el número uno de la delantera. Ahora, con 22 años, comprometido con su novia Elisabeth, se encontraba en el punto de decir adiós a la pelota. Su última y única esperanza: ponerse en manos del afamado masajista Sol Rosenkratz.
Sol comienza a estudiar la lesión, consulta con uno y otro médico. Al final, idea una tabla con clavos y cuerdas. Una especie de palanca para poder forzar la pierna y romper las calcificaciones, la atrofia que sufre el tobillo del pelotari. Sol no las tiene todas consigo pero le consulta a Egurbide y le explica su ocurrencia. «Chato» Egurbide no lo duda, no tiene otra opción. «Adelante Sol», le dice. «Tengo 22 años, no se hacer otra cosa que jugar a la pelota. Tengo una novia con la que me quiero casar. Si no es de pelotari, qué futuro le puedo ofrecer… Adelante, Sol».
«Egurbi» se puso boca abajo en la camilla. Sol le colocó en la planta del pie el artilugio ideado por él. Le amarró la pierna con unas cuerdas, estirar y que el efecto palanca surgiera su efecto, no cabía esperar otra cosa, que recuperase el juego en su tobillo.
Ahora o nunca. El masajista va forzando la pierna con las cuerdas, la tabla firme, sigue forzando… y de pronto suena un ¡¡Crack…!!
Segundos de tensión, silencio sepulcral. «Ponte de pie», le dice el judío al vasco. Haz este ejercicio. Egurbide consigue ponerse de puntillas. Sol, víctima de la tensión, ya no puede más. Toma asiento y rompe a sudar. «Ya te puedes casar», le dice.
A los cuatro meses «Egurbi» estaba disponible para saltar a la cancha, para el día de la inauguración — cuatro meses de acudir a diario al ático del hotel Deaville en Miami Beach, sesiones de ejercicios y más ejercicios. «Me ponía con una pesa de 50 libras en cada mano y tenía que saltar a una mesa, una vez sobre la mesa, volver al suelo. La preocupación de Sol era a la hora del impacto en el suelo. Me puse como un toro».
(Como un toro, pienso entre mi. Habría que haberle visto. Uno de los atletas más formidables que ha dado el sport vasco, y dice que se puso como un toro…)
Sol le manda un recado. «Necesito trece entradas para la función inaugural». «Eso está hecho», le contesta el mutrikuarra. Dos entradas para Sol y su esposa; las once restantes eran para los médicos que habían diagnosticado la incapacidad de «Egurbi» para la práctica del jai alai.
Esa noche, como todas las inauguraciones de temporada, el frontón estaba a reventar. Los invitados de la estrella recuperada ocupaban un palco de honor a la par del cuadro ocho. «Egurbi», un pelotari todo arranque, explosivo, esa noche era un toro a punto de explotar y de llevarse todo por delante. Jugó y arrolló en la primera quiniela que tomó parte. El pelotari de expresión imperturbable, el que perdía y ganaba con la misma expresión, se dirigió caminando lentamente, el rostro serio, hacia el palco de sus invitados. Justo cuando se encontraba a unos pasos –la red único obstáculo– «Egurbi», el desahuciado, la estrella estrellada cuatro meses antes, inclinó el tronco y saludó con la mano como lo hacen los toreros.
«Mi saludo era para Sol», recuerda reviviendo aquel momento. «También lo hice un poco como gesto de coña hacia los médicos que no daban crédito a lo que veían».
El «Hércules» de Mutriku compaginó las temporadas de Dania con las de Daytona desde el año 1964 hasta 1968. El año 1963 jugó una temporada en Méjico donde no rindió como se esperaba de él. Ese mismo año, 1963, se inauguró el frontón de Gernika. Al año siguiente se incorporaron al cuadro pelotaris como Orbea I, Egurbide, Alex, Txurruka, Frías… Gernika tenía su propio cuadro; Durango, por su parte, la empresa Piedra, tenía el suyo con «Chino» Bengoa y «Chucho» Larrañaga como principales estrellas. Markina, por «Cármenes» y «Santa Eufemias» se disputaban festivales mixtos. Me comenta Egurbide que si bien había igualdad en los cuadros delanteros, Fernando Orbea daba un poco de ventaja. En la zaga, sin embargo, el amo y señor era su paisano: el «Sultán» Patxi Txurruka.
Egurbide vivió dos épocas doradas como pelotari. Los cinco años que jugó en el Jai Alai de La Habana y sus años en el Principal Palacio de Barcelona tras la huelga del año 1968. Se reabrió el año 1969 el frontón ubicado en la Rambla Santa Mónica con un cuadro de lujo. Tras la negativa de volver a los frontones de Florida, las figuras y muchos puntistas más se fueron a Barcelona a jugar, en régimen de cooperativa. La acogida de la afición catalana a la cesta punta fue inmejorable. Gran ambiente y llenos absolutos. En los cuadros delanteros el primer año «Chino» Bengoa fue la figura indiscutible, el número uno. El segundo año fue para Egurbide. Le comento que me extraña que en un cancha como la del Palace jugara tanto, una cancha más bien reducida al contrario de Gernika o San Juan de Luz, de mucho hueco. Me responde que en el Palace jugaba a gusto, por la humedad, las buenas pelotas, el ambiente fabuloso. «Además, yo he sido un pelotari que se ha amoldado bien y rápido a cualquier cancha. Al «Chino» (Bengoa) sin embargo no le pasaba eso».
(A lo largo de la conversación «Chato», la palabra «humedad» la menciona varias veces. Lo dice para explicar como factor determinante en su juego. El pegador necesita pelota brava, que suene la bola, que responda, su pegada se vea recompensada con la respuesta y para eso hace falta que en la cancha haya humedad. Todo lo contrario pasa con el clima seco. El invierno de Bridgeport sin ir más lejos, la pelota no sonaba, la calefacción acababa con ese efecto amplificador que produce el ambiente húmedo en un frontón. Ideal para pegadores
Volviendo al «Palace» de Barcelona. Egurbide y Tximela formaron una pareja formidable. El año 71 encadenaron una racha de siete victorias contra parejas y tríos temibles. Llegaron a enfrentarse –para que nos hagamos una idea de lo que rindieron– contra el siguiente trío: Ondarrés adelante; «Chino» Bengoa en la mitad; y en la zaga, nada más ni nada menos que: «Chucho» Larrañaga (por Dios, que me traigan ese vídeo). El partido lo ganó el trío, 35-28, pero después de trabajar duro. La racha de partidos ganados de los dos pelotaris, Egurbide y Tximela, se rompió contra Zulaika-Bengoa-Etxabe II. Como curiosidad de este partido, mi hermano Jesús Mari (Zulaika I), recuerda dos aspectos. El primero: los saques de Egurbide por encima de las cabezas, a modo de cortadas. Segundo: que, por indicación de «Chino» Bengoa, cuando sacaba tenía que ir adentro en lugar de cuidar la contracancha; era Bengoa el que se encargaba de neutralizar en el ancho las tarascadas de Egurbide.
Se abrió el frontón de Bridgeport, Ct, 1976, y Egurbide a sus 37 años fue uno de la partida, junto a Bengoa, Ondarrés, Lekube, Gisasola, Aramaio I, Ibarretxe, Txurruka, Tximela, Etxabe II, Goiogana y muchos más, un cuadro de lujo para un frontón que desde la inauguración fue un éxito. «Lo nunca visto», en palabras de «Egurbi». Si bien ya no era el Egurbide de su mejor momento, todavía conservaba gran parte de su talento. En la segunda temporada se erige en campeón de la sencilla. Se considera que fue un gran singlista. «Dáte cuenta», me dice, «que a resto de saque restaba con la derecha y ponía la pelota en el txik-txak. Tuve un gran rebote de las dos manos y muchas piernas».
Egurbide se retiró del profesionalismo el año 1984 a los 45 años, 31 años activo. «Podía haber seguido pero no quise. Veía las jugadas pero las piernas no me respondían. No podía engañar a unos apostadores a los que no era capaz de responder como ellos esperaban. Un día les dije a Txurruka (intendente) y a Weintraub (gerente) que quería hablar con ellos. Les comuniqué que esa iba a ser mi última temporada. Por parte de la empresa podía haber continuado pero mi decisión era firme».
¿»Cuál fue a lo largo de tantos años tu rival más duro»?, le pregunto. «Chato» Egurbide no duda un segundo: «Ondarrés. Era un cerebro, su capacidad de anticipación era asombrosa. Cometía pocas equivocaciones. No era pegador pero de cualquier lugar de la cancha llegaba atrás. El suyo era un estilo de juego como el de José Luis Salsamendi, «El Maestrito».
¿»Qué me dices de los zagueros»? El coloso de Mutriku tampoco duda un segundo en responder: «Chucho» (Larrañaga). Un juego tremendo. Además, gran compañero. Guara mayor también fue un zaguero enorme. Un pundonor… Jugaba con un arranque de miedo. Se cuidaba una barbaridad. Retirado Guara mayor se le rindió un homenaje en Genika. Él ya estaba retirado pero se empeñó en que quería jugar. Que me pongan con el «Chato», dijo. El delantero contrario ese día era Arrasate, no recuerdo el zaguero».
«Eguiluz como intendente fue el mejor que he tenido. Su habilidad para montar partidos, a la hora de escoger las pelotas».
«La pelota me lo ha dado todo en la vida. Lo que he sido ha sido gracias a la pelota. De tener una segunda oportunidad, no lo dudaría: Pelotari. Ahora bien, lo único que no volvería a repetir sería la decisión de ser intendente». Lo fue durante quince años, hasta el año 2001. Una época amarga, la huelga del «88» por medio. Una época que le costó la salud de la que afortunadamente está completamente recuperado. A su 75 años está hecho un toro.
Hace tres semanas coincidí con «Chato» Egurbide en la fiesta anual que organizan los pelotazales de Iparralde: El «Pilotarien Biltzarra», en la localidad lapurtana de Arrangoitze. «Alex» Solozabal era el homenajeado correspondiente a Hegoalde. Lilou Echeverria nos presentó a los comensales como: «Los puntitas», de uno en uno. «Chino», Gisasola, Lekube, «Kastillo», un servidor. Cuando llegó el turno de Egurbide, la salva de aplausos creció. «Chato» Egurbide, en gesto de agradecimiento, inclinó el tronco y con la mano derecha recorrió el salón como lo hacen los toreros en la plaza, como en cierta ocasión en Dania Jai Alai. A la salida, se le acercó un hombre mayor al de Mutriku. Sin mediar palabra, primero le cogió la mano, después: «Yo te vi jugar en San Juan de Lus hase 50 años», le dijo.
Había que verle la cara a aquel pelotazale de Iparralde. El brillo de sus ojos, la mirada de agradecimiento de haber sido afortunado por haberle visto jugar. «Hase 50 años, en San Juan de Luz». Qué mejor homenaje a un fenómeno; 50 años después.