Hay una crónica escrita por el periodista cubano Horacio Roqueta, titulada: Un domingo inolvidable de Eguiluz, que no tiene desperdicio y trata sobre la rivalidad que tuvieron Erdoza Menor y el cubano Emilio Eguiluz.
La pieza ha sido rescatada de la hemeroteca por Mikel Gaztañaga, contertulio en el podcast: TXIK-TXAK!
Erdoza Menor y Eguiluz tuvieron sus momentos de rabiosa rivalidad (“gatos”, en el argot puntista). Mejor dejar a Horacio Roqueta, que nos cuente en qué consistía esa rivalidad.
“Noches pasadas le evocaba yo (a Eguiluz) un episodio de su vida que el fanatismo de ahora seguramente ignora o conoce sólo a través de algún aficionado viejo que estuvo en el Frontón aquel inolvidable domingo por la tarde. Me refiero al duelo momentáneo que protagonizaron dos grandes delanteros y que solo por un milagro del cielo, solo por la infinita misericordia de Dios, no culminó en una verdadera tragedia.
Para animar a Emilio (Eguiluz), le digo que en aquellos días Erdoza Menor pensando que yo iba a comentar el hecho en el “Heraldo de Cuba” me aseguró que la agresión había partido del cubano, en tanto que lo suyo había sido una escapada sin la más mínima idea de causarle daños alguno a su rival.
A Emilio (Eguiluz) se le animan los ojos, le brillan momentáneamente y me anuncia una sonrisa que no llega a cuajar. El mismo apenas insinuada la estrangula y se siente tan molesto que no sabe cómo iniciar la respuesta. Se toma un instante, hurgando en el recuerdo y luego me dice: Aquello fue el resultado de un largo proceso de encono. Yo no sé si tú sabes que casi todos los pelotaris, por no decir todos, estábamos enemistados con El Fenómeno. ¿Recuerdas la tarde en que Ricardo Cazalis entró en el cuarto de taquillas como un loco?, y tú sabes que Ricardo era un hombre callado, serio, incapaz de herir a nadie ni con el pensamiento.
Bueno la realidad es que Erdoza era muy pedante como tú dijiste no hace mucho en un artículo. Cuando yo era un muchacho mis ídolos eran Isidoro y Macala. Me pasaba las horas viéndolos ensayar y siempre me propuse aprender a tirar aquel saque de Macala de sobaquillo como decíamos nosotros, algo en común con un golpe con una “hoja” de cortar caña.
Un saque suave casi de abajo hacia arriba sin darle gran impulso a la pelota. Una noche jugando contra Erdoza le tiré dos saques y tuve la suerte de hacerle tanto en ambas ocasiones. Cuando llegamos al cuarto de taquillas, Erdoza estaba furioso, colérico. “Esos saques los cojo yo así —me dijo— mientras abría la boca y semejaba una dentellada, un mordisco…
“Pues la cuestión no es decirlo, sino cogerlos aunque sea con la cesta”…, le repliqué.
Entramos en palabras de mal gusto. Ya no sabiendo cómo molestarme exclamó con voz bastante alterada que yo ganaba el sueldo que tenía por el hecho de ser cubano, pero que fuera de aquí la cosa sería distinta. Por cierto y permíteme esta disquisición entre paréntesis, que aquello no se me olvidó nunca y que yo tuve en buen cuidado demostrarle, que en aquel entonces fuera de aquí yo valía lo que jugaba. Pero vamos a echar eso a un lado y volvamos a lo otro.
“Mira, Erdoza, le dije, “es una lástima que no seas tan bruto. En China, en Japón, en España y en todas partes se sabe que eres la figura suprema de la pelota a cesta. Aquí también todos estamos convencidos de ello pero deja que seamos nosotros quienes lo proclamemos. No te encargues tú de irlo gritando por todas partes y echárnoslo en cara.
Con ese cariz siguió aquella discusión. En realidad debo advertirte que yo, al fenómeno lo conocía como la palma de la mano. Era violento, era soberbio, era vanidoso, pero era franco. Nada de hipocresías y ambigüedades. Lo que tenía por dentro lo vomitaba fácil. Yo lo prefería un millón de veces a Nemesio, su hermano. Eusebio atacaba de frente, repito. Se impulsaba pero uno sabía cómo esperarlo.
Con el recuerdo de aquellas cosas aún calientes salimos a jugar aquel domingo por la tarde. El partido estaba muy apretado. En una ocasión noté que Erdoza iba a sacar por dentro y me agaché cuanto pude sin perderlo de vista como era natural. Cuando ya iba a hacerlo, como si cambiara momentáneamente de opinión, le vi inclinarse al medio de la cancha, remedando ese juego de candelita que tanto gusta a los muchachos. Todo fue como un rayo, como una descarga eléctrica. Me tiré al suelo rápidamente porque mi cintura era un blanco fácil para sus intenciones. Cuando me levanté le dije con toda indignación, pero con enorme sinceridad que cuando me tocara a mi sacar, respondería pagándole con la misma moneda.
Con toda mi franqueza te confieso que en aquel instante yo ni sabía lo que pasaba por mi alma. ¡Cuanto lo lamenté luego!, pero en efecto, repetí sus mismos gestos, sus propios preliminares. Me esperaba por fuera y me fui al medio de la cancha. Ciego de ira le lancé mi honda con las peores intenciones del mundo. Todavía no había iniciado el saque cuando ya Erdoza estaba tirado en el suelo. Creo que jamás logré un saque como aquel. La pelota pegó a un centímetro del escás y salió disparada como una exhalación: Fue tanto. Hubo un momento de estupor horrible en el público y enseguida desencadenó un escándalo que daba miedo. Me imaginé que allí iba a pasar algo grave. Comprendiendolo así él y yo seguimos jugando ecuánimes, más fríos, como si todo hubiera sido circunstancial… Yo tuve buen cuidado de evitar los comentarios, pero él se encargaba de decir a todos el mundo que lo suyo había sido sin segundas intenciones en tanto que yo había tirado a matarle”.
Desviamos la charla. Hablamos de los delanteros de aquella época. “Yo tuve que luchar siempre con rivales terribles, Erdoza Menor, Ricardo Cázales, Irigoyen Mayor. Pararse en el cuadro cuatro a restar los disparos de rifle de Cazalis era una verdadera heroicidad. Salsamendi decía siempre que cuando Ricardo sacaba daban ganas de correr a sentarse en el tendido y dejarlo solo. ¡Exactamente! La pelota golpeaba en el frontis y venía como una centella. Recuerdo que una vez yo estaba encantado con una cesta nueva trabajando muy bien. Me parecía que jugaba sola como suele decirse, pues bien, cuanto más contento me sentía, un saque de Ricardo me traspasó de lado a lado. Le hizo un hueco terrible… Él sacaba casi siempre del nueve y medio o del diez. Ponerlo del ocho y medio o del nueve hubiera sido un crímen. Claro que la misma norma en cuanto subsistía para casi todos, pero en realidad el saque de Cazalis era el más peligroso.
Hay un detalle muy curioso, agrega Eguiluz. A veces estoy durmiendo y como a lo mejor me he acostado pensando en aquellos tiempos ya lejanos y dándole gracias a Dios de haber pasado por aquellos peligros sin recibir un solo pelotazo, de buenas a primeras doy un salto en la cama y me despierto con el recuerdo de aquellas cosas y torno a darle las gracias al Altísimo. ¡Ah!… se me olvidaba decirte que en aquellos días yo le decía siempre a Erdoza: “A mí mátame de un pelotazo si puedes, peor que la bola de primero en el frontis”…