Mi querido Bandini. Acabo de terminar de leer uno de tus relatos: `Los pecados de la madre´ y te juro que he disfrutado tanto como cuando veía jugar en Barcelona a Egurbide, Ondarrés y a Chimela juntos. Qué retrato psicológico, qué maestría a la hora de reflejar las interioridades de las familias ítalo-americanas. Con las dos últimas páginas me han saltado las lágrimas como cuando Ondarrés entraba a bote-pronto y Chimela soltaba un bajonazo, un tiralíneas a dos metros del fleje inferior, y la pelota mordía la chula y besaba el piso para morir poco después.
Pero, hoy, Bandini, quiero hablarte de otro escritor, compatriota tuyo que dio mucho juego, tanto que llegó a ganar el premio Nobel aunque tal vez no escribiera tan bien como tu.
Nunca te lo he mencionado pero Hemingway tuvo mucha relación con los pelotaris vascos a lo largo de sus dos décadas de estancia en La Habana.
Según sus biógrafos vivía rodeado de pelotaris y de refugiados políticos de la Guerra Civil española.
Sin embargo, hay algo que a menudo me suele rondar por mi cabeza. ¿Por qué Hemingway no escribió nada relacionado con el jai-alai como tema central?.
Escribió sobre toros y toreros, los encierros de Pamplona, la guerra civil en España, aventuras en África… nada sobre jai-alai.
A lo sumo, varios personajes suyos, secundarios, son reconocidos en algunos de sus escritos como los pelotaris Ermua, Patxi (“Tarzán” Ibarlucea) y un hermano de éste último.
¿Y si hubiera dedicado uno de sus novelas al Jai-Alai de La Habana como lo hizo con los sanfermines? ¿Una novela titulada: Fiesta Alegre? ¿Vendrían los australianos y los americanos a Gernika, a Magic City de Miami, al frontón de Dania o a Biarritz a conocer in situ el jai-alai? ¿Cual hubiera sido la repercusión para nuestro deporte?
Los vascos que más amistad tuvieron con Hemingway fueron dos refugiados, el sacerdote Untzain, de Mundaka (Bizkaia) y Juan Duñabeitia, un marino mercante natural de Bilbao.
Según contaba A. E. Hotchner, amigo y biógrafo del escritor, el padre Untzain durante la guerra en Bilbao había exhortado a sus feligreses de que pasaran menos tiempo en la iglesia y que llenaran las calles con sus armas. El mismo Untzain se alistó en el batallón Saseta como ametrallador hasta la caída de Bilbao en manos de los fascistas.
Duñabeitia también jugó un papel importante en la marina vasca de guerra.
Hemingway, a quien le encantaba poner apodos a todo el mundo, gatos, esposas etc. apodó a Untzain como “Don Black” y “Red Priest” y a Duñabeitia como «Simbad el Marino» o Simsky.
¿Acaso fue el escritor quien puso “Canguro” de apodo a Félix Areitio, “Ermua”?
Lo cierto es que Ermua era uno de los habituales en Finca Vigía donde todos los miércoles se juntaban una cuadrilla de pelotaris para armar su buenas juergas (periódicamente entraban camiones de wisky de la casa Recalt).
Además, cada vez que “Canguro” jugaba en el Jai-Alai, el escritor y sus acompañantes no fallaban a ningún partido. El cura Untzain de la partida, con su sotana, su puro en la mano. Todos ellos apostando por “Ermua”.
Hemingway, como te he dicho, Bandini, no escribió sobre jai-alai. Ahora bien, el año 1945 fue “Ermua” quien entrevistó al escritor para la revista CANCHA. ¿El cazador cazado?
Esto es lo que opinaba sobre el jai-alai: “Basque pelota es el deporte más rápido y violento que yo conozco. Me conmueve tremendamente. Lo conozco desde hace mucho tiempo. A pesar de todo, me gusta cada vez más”.
Un chascarrillo, Bandini. Hemingway y “Ermua” tuvieron un incidente en común el año 1941. La tercera esposa, de las cuatro que tuvo el escritor, fue Marha Gellhorn, a su vez escritora. Mujer independiente, de mucho carácter.
A veces, cuando Hemingway se ausentaba de Finca Vigía, Marha Gellhorn se iba de fiesta con algunos pelotaris. Escribió lo siguiente.
“Salía con pelotaris vascos, quienes combinan —en mi opinión— la belleza de los cuerpos de los cuales los griegos (entiendo) escribieron, con una simple directa y cómica mentalidad que me mantiene absolutamente agitada (with mirth). No se avergüenzan, lo que es signo de la gente honesta, y su lenguaje es a la vez claro y brutal, cualquier cosa que digan te causa un choque eléctrico”.
Parece ser que Martha y “Ermua” tuvieron un romance el año 1941. Ella, con el paso del tiempo, lo negó. Él, “Canguro”, aseguraba lo contrario años más tarde ya en México. Lo innegable es que Martha le incluyó en una colección de sus relatos cortos titulada “The Heart of Another”, concretamente en el capítulo: “La noche antes de Pascua”.
La protagonista es una americana que se va de fiesta y conoce un pelotari vasco: “a thinly veiled Ermua”.
Como te he dicho antes, Bandini, Martha Gellhorn lo negaba aunque Hemingway, escéptico, se refería a Ermua como my rival.
Martha y Ernest se divorciaron el año 1945. Ese mismo año fue el de la entrevista que le hizo su “rival” a Hemingway para la revista CANCHA.
O sea que, la cosa no acabó tan mal entre los dos rivales.
Volviendo al tema principal. ¿Por qué no le dedicó una novela al jai-alai?
¿Los pelotaris, los tenía demasiado cerca?
“Buena gente, muy nobles, pero también escandalosos cuando el ambiente va a más. Me lo he pasado en grande con ellos. Les gusta divertirse. Si los vascos se comportaran en la cancha como lo hacen entorno a una mesa, siempre empatarían a 29”, vino a decir Hemingway.
Una sarta de clichés para un heavy drinker como él. ¿No lo suficientemente interesantes para incluirlos en su relatos, a pesar de que la mayoría de los integrantes de una red de espionaje que creó en La Habana: la Croock Factory, la mayoría de sus integrantes eran vascos?
Aunque en otra operación, Friendless, que organizó en su barco “Pilar” para cazar submarinos alemanes, U-boats, varios de los tripulantes, pelotaris como Ara (Patxi “Tarzán” Ibarlucea y Ermua, se encargarían de lanzar granadas una vez que los submarinos salieran a la superficie y abrieran la escotilla.
En uno de sus viajes a Europa, lo cuenta, Hotchner, uno de sus biógrafos, en una parada en un bar de San Juan de Luz, la taberna «Basque», el camarero le entrega un sobre a su nombre. Mira la dirección del remitente, lo dobla y lo guarda en un bolsillo: «Un vasco amigo mío es un prolífico escritor de cartas y cada una de ellas acaba de la misma manera: «Mándame dinero».
¿A quién se refería Hemingway? ¿Un pelotari, un expatriado…? Misterio.
La relación de Hemingway con los vascos duró hasta el fin de sus días. Donde quiera que él fuera, Manila, Tijuana o Madrid, siempre se reunía con los pelotaris vascos. Nos tendremos que conformar con eso.
Esto es todo por hoy, Bandini.