Estimado Juanito
Mira por donde, ayer, revisando unas notas cara al libro: `Jai-Alai-Semblanzas de Pelotaris´, que espero se publique este año, me encontré con unos apuntes sobre Chimela. En concreto, sobre la entrevista que le hice el pasado mes de enero en su domicilio de Kendall, al sur de la ciudad de Miami.
¿Sabes lo que me dijo cuando le dije que él era el pelotari más espectacular que yo había visto?
Permaneció callado unos segundos.
“A mi lo que me gustaba era hacer el circo”, me respondió con esa fina voz que no corresponde a su cuerpo.
Le hablo de espectacularidad y él, va, y me suelta lo del circo. ¿Qué te parece?
Ya sé que los dos, tú y yo, sentimos la misma devoción por “Chimi”, como te gusta llamarle. Lo comentamos más de una vez en el frontón de Dania.
“Nadie en espectacularidad como Chimela, ni de lejos”, coincidíamos.
En cuanto al juego que tuvo, no voy a entrar en ese terreno, porque me quiero centrar en lo de la espectacularidad. Tú sostienes, y tienes motivos para saberlo. De no haber jugado tantos partidos al mes (sobre todo estando en Barcelona y combinando con los que jugaban los fines de semana en Euskadi); al contrario que Churruca, por ejemplo, que jugaba ocho o nueve. A saber cuál hubiera sido el rendimiento de “Chimi”… lo dejamos para otro día.
Claro, conforme avanzó la conversación pudo explicarme, a su manera, a qué se refería cuando hablaba del “circo”. Hay que traducirlo, creo yo.
Chimela fue un chaval muy tímido y, seguramente, como adulto sigue siendo una persona tímida (él me lo confesó). Pero dentro de esa timidez se esconde un chaval inquieto, travieso y juguetón (hasta conversando con él, el tipo de humor que trasmite).
Chimela se transformaba en cuanto saltaba a la cancha.
¿Qué es el circo sino espectáculo, diversión y entretenimiento?
¿Acaso el jai-alai no comparte esas características? En estado puro me refiero, al menos cuando jugaban pelotaris como Chimela, Gerrika o Eduardo Elorduy…
Estos en la cancha no dejaban indiferentes a nadie.
Yo creo que a “Chimi” eso de soltar pelotazos a diestro y siniestro, a 35 tantos, le aburría. Como al alumno lumbrera que se aburre en clase. Y él, lo que necesitaba era diversión.
Saltar pero… ¡qué saltos!
Le hablé de los dos pasos pared-izquierda-arriba. Él me corrigió, primero con los dedos de la mano, luego añadiendo palabras: “hasta tres pasos… one, two, three” (terminó en inglés).
¿Sabes lo que hizo cuando Berenson vino a verle a Tolosa, al frontón Beotibar, para contratarle?
Un sólo pelotazo le bastó. Cogió con el revés y soltó un obús y sacó la pelota por una ventana que había en el gallinero, en las gradas que estaban encima de la pared del rebote.
“Mañana mismo que venga al hotel Londres para firmar el contrato”, reaccionó Berenson. (Cuando se presentó en el hotel, el jodido Berenson intentó rebajarle 200 dólares al mes en comparación a lo que cobraba el resto del cuadro. No se salió con la suya).
Yo, de chaval, años más tarde, le vi hacer lo mismo mientras ensayaba en el Beotibar. Se empeñaba en mandar la bola por la ventana que daba al paseo San Francisco. Una y otra vez, ¿rememorando el día que vino a verle Berenson? ¡Qué vá! Lo suyo era hacer chiquilladas.
A “Chimi” lo del circo, le venía de serie.
“Había un cubano en Miami, en mis primeros años, que se acercaba a la red y me gritaba: “¡Chimela… véte al circo!”
“Siempre me ha gustado hacer el circo. Veía la pelota por ahí arriba y pensaba, hay que hacer algo. Subía por la pared. Podía ir hacia adelante y coger la pelota fácilmente. Pero no, yo la cogía arriba… Cada uno es como es”.
Y, Juanito, tú y yo sabemos cómo era él. Un atleta de circo, pero con un juego bárbaro. O dicho de otra manera, nadie como él: el pelotari más espectacular que han visto nuestros ojos.
José Ramón “Fraypa” Eizaguirre recordaba los tiempos en que iba de West Palm Beach a Miami. “Cuando llegaba al parking sabía si Chimela había saltado” (por el rugido del público).
No era el que más juego tenía en Miami. De hecho, las primeras tres temporadas fueron patéticas para el de Tolosa. “No sé cómo Berenson me daba contrato”.
Pero era el que más público tenía.
Chimela recordaba al público puesto en pie en el Yankee Stadium del jai-alai, después de una de sus acrobacias.
“Todo el público puesto en pie, aplaudiendo, menos una persona”, me señala a Elsa, su esposa. “Entonces, yo me acercaba a la red y le hacía una señal a ella con los dedos de la mano, para que también ella se levantara de su asiento.
Un día hubo un concurso para ver si algún pelotari, de las figuras claro, conseguía hacer “jonrón” y le pusieron a Chimela a calentar las pelotas para Churruca y el resto de competidores (a Chimela ni le incluyeron).
El primer pelotazo de “Chimi pegó encima de la chapa… “y me salió la mejor chula de mi vida. Fíjate el control que tenía”.
Lo siguiente me contaste tú, Juanito. En cierta ocasión le preguntaron a Pistón, quién había pegado más a la pelota, si Guillermo o Chimela. El Maestro de Mutriku contestó que Chimela, pero que Guillermo de diez, ocho las metía en la chula.
Yo creo que Pistón se refería a las primeras temporadas de Chimela en Miami, nada que ver con el que conocimos años después.
¿Te acuerdas de las dejadas que tiraba con el revés?
Iba como si fuera a soltar un trallazo, y en vez de terminar la postura, la cortaba a medio camino y tiraba la dejada. Yo recuerdo haberle visto ejecutar esa jugada en muchos partidos: en Durango, Markina, Barcelona… Y eso que había corredores, gente que se jugaba la pasta.
Le salía el chiquillo que llevaba dentro.
En San Juan de Luz el propietario de una bodega de champán le ofreció a «Chimi» una botella de champán por cada salto. Se puso de acuerdo con el delantero contrario, tu hermano Jesús, y, picada va del «Chaparro» y salto de «Chimi»… la cosa es que el pobre hombre, el bodeguero, tuvo que intervenir so pena de vaciarle la bodega.
Ahora me doy cuenta de las cosas que hacía cuando venía al Beotibar después de la temporada de Miami. Apenas venía a ensayar pero cuando lo hacía, se pasaba el rato haciendo rodar la pelota por los pasillos de la grada, de un extremo al otro, mientras uno de nosotros la devolvía. Lo de aburrirse no iba con él.
Terminaba el ensayo y cogía la pelota con la mano izquierda (la cesta todavía en la derecha) y soltaba un zurdazo mandando la pelota más allá del cuadro ocho sin bote (luego hablan de la pegada de Zabaleta).
Era una fuerza de la naturaleza con un niño dentro.
Como no había red protectora en el Betoibar, cuando Chimela ensayaba la gente buscaba refugio donde podía, paredes o columnas o subían al palco, la zona más segura. Porque sabían —era parte del espectáculo— que antes o después algunas pelotas se perderían por las gradas (y no de manera accidental).
A “Chimi” siempre le fue eso del circo.
(Nos vemos en el tailgate, Juanito).