Dejamos la variante que lleva a Trabakúa y nos adentramos en Markina-Xemein. Eran las once y media de la mañana y se veía poca gente en las calles. En pocos minutos dejamos la fuente del Carmen y el Toldope a la izquierda y, ya en el Prado, doblé a la derecha hasta la altura del frontón, donde aparqué el BMW Cabrio frente a los baños. Bandini quería visitar la famosa “Universidad” de la cesta-punta y yo no me iba a oponer.
Subimos las escaleras que llevan al frontón en dos zancadas. Justo enfrente está esa pequeña cancha donde cientos de chavales dieron sus primeros pelotazos. A menudo con pelotas de tenis, la mejor manera de aprender a encestar, a parar la pelota en la cesta. Había que ver a Asis y a Elorrio encestando, a Garamendi, al mismo Etxeba… parecía que tenían un guante de seda donde quedaba la pelota dormida.
En la entrada del frontón distinguí una figura conocida. Conforme nos acercamos me di cuenta de que era Etxeba vestido con uniforme de segurata.
Se mostró sorprendido de vernos. ¿”Qué haces aquí”? le dije señalándole el uniforme.
“Ya ves. Me dedico a vigilar el frontón aparte de hacer de guía para los turistas que quieren visitar la “Uni”, con la voz ronca.
“Mira”, le dije, “te presento a mi amigo, el gran Bandini, famoso escritor. Queremos saludarle a Don Eusebio (Erdoza menor)”.
“Tenéis que pagar 20 pesos (euros) por barba si quereis ver el frontón, la visita guiada está incluida”.
¿“20 cocos?… estás loco”.
“Gastos de mantenimiento del frontón, la escuela, las cestas de los chavales… ¿sabes a cómo están las cestas?… 500 pesos cada”.
“Bandini. ¿Tienes un billete de 50 bucks?
Extrajo uno de un fajo. Se lo di a Etxeba. “Guardate el cambio”.
Subimos las escaleras que dan al paseo de cancha. “No me extraña que no haya chavales entrenando”, me dice Bandini. “500 dólares cada cesta. ¡Porca miseria!”
¿”Y no pueden jugar con bates de béisbol en vez de con cestas”?
“No, esa es otra modalidad, le llaman: pala”.
Nos acercamos hacia el frontis, a la derecha, bajo el marcador estaba Don Eusebio.
“¿Cómo está, maestro? me dirijo a él a modo de saludo.
¡”Hasta los huevos! Ese inútil de Etxeba hace un cuarto de hora que me tenía que haber traído el pinto de txistorra y el chacolí. Fíjate qué horas son”…
“Ni caso. Está hecho un cascarrabias. Le hemos mal acostumbrado y ya ves”… (es la voz ronca de Etxeba)
“Don Eusebio, le presento a Arturo Bandini, gran escritor, viene desde California para conocerle”. Parece no haberme oido.
¿”Qué tal en la Uni, hay afición”?
“¡Bah! un aburrimiento. Unos cuantos chavales. Ahí anda ése (por Etxeba) y Atain, queriendo levantar esto… poca cosa. Por Cármenes se anima un poco pero el resto del año prácticamente al fresco. Ya les he dicho que como no se anime esto, pido el traslado a Gernika. Me cuenta Balda que hay que ver la que están organizando allí.
O a Berriatua. Allí por lo menos charlaré con Lekue; además, debe de haber unas cuantas chavalas aprendiendo”.
“Menuda chulada de coche que han traído estos dos. Un BMW descapotable”, Etxeba dirigiéndoselo a Don Eusebio.
¿”Un descapotable? Descapotables los que conducía yo por las Ramblas en el 36, justo antes de la guerra. Había que vernos a mi y a Uzkudun por la estatua de Colón en un Packard de paquete. Parában el tráfico para que nos dejasen pasar. Los días de partido dos motoristas abrían el camino hasta llegar a la plaza Cataluña, al Novedades.
¡Qué tiempos aquellos”!
A Don Eusebio le cae una lágrima por la mejilla.
“Y mira, ahora muerto de asco aquí colgado en la pared porque a unos iluminados se les ocurrió que era la manera de rendirme homenaje. Podían haberme puesto en la plaza Cataluña. Hubiera sido más entretenido”.
“Estos dos vienen a la comida de pelotaris, Don Eusebio”.
¿”Comida”?… ¡bah!… una banda de vejestorios, un montón de gabarreros… bomberos de cuarta reforzada”…
“Pero, Don Eusebio”, le corta Etxeba. “Van algunos que tuvieron mucho juego: el “Chino” (Bengoa), Egurbide, Alex, Katxín, Chiquito (Bolibar), Roke Etxabe, Txasío, Goyogana”…
¿”Esos?… En mis tiempos no hubieran jugado ni en trío, ni contra Markue”.
“No le hagais caso”, nos dice Etxeba. “Hasta que no se toma su pinto y su txakolí está insoportable. Hay días que tiene tales arrebatos que los turistas salen escopeteados”.
“Sí, ya se ve que es un hombre de mucho carácter”, le digo.
Nos despedimos de Don Eusebio. Antes le animo para que el próximo año acuda a la comida de pelotaris.
Ni me ha escuchado.
Se ha puesto a gritar. ¡”Etxeba!… ¡Etxeba”!…
“Tenías que haber visto este frontón en los sesenta y en los setentas”, le digo a Bandini. “Lleno hasta la bandera. Nos traía nuestro padre a ver los partidos. A Ondarrés, Egurbide, Bengoa, Churruca, Chimela… a todos los vi jugar.
Había un vendedor de almendras que a mi y a mi hermano nos hacía mucha gracia. Con su bandeja colgada del cuello con dos tirantes se paseaba por las gradas al grito de “¡almendras garrapiñadas, almendras del almendro, mi hermano las roba y yo las vendo… paste-ke-te-kete”!…
A Bandini le gusta el silencio que reina en del frontón. Le recuerda a la iglesia cuando de niño iba a confesarse con el padre Giacomo.
Le cuento a Bandini que de este pueblo han salido como mil pelotaris profesionales, gente con una deformación física, un brazo, el derecho, exageradamente desarrollado como si llevaran un erizo en el sobaco, pero que no es congénito sino provocado por horas de frontón. Familias enteras donde abundan los pelotaris. Madres como la de Josemari Goitia que regalaba cestas a los chavales que le ayudaban con la cesta de la compra. Tíos que regalaban a su sobrino su primera cesta antes de la primera comunión: “antes de que sea tarde”.
Más de veinte intendentes, cantidad de cesteros…. Y, cómo no, “El Fenómeno”, Don Eusebio (Erdoza menor), al que acabábamos de rendirle tributo.
Un joven tenía pocas opciones. El caserío, la emigración, dedicarse a la pelota y, con suerte, un puesto en la “Esperanza”, la única fábrica de la localidad.
“Me recuerda a mi familia, a mi padre albañil. Dejaron Italia para emigrar a la América”.
Bajamos las escaleras hacia la salida justo en el momento en que un grupo de unos veinte japoneses se arrima a la puerta.
Etxeba se acerca hacia ellos con un ligero balanceo y les hace señas con los dedos al tiempo que de su garganta sale un sonido gutural: “20 euros ticket, guided visit included”… parecen no entenderle.
¡”Twenty euros ticket”!… «No money, no Uni.»
Nos dirigimos hacia el BMW Cabrio. Media docena de chavales rodea al vehículo. Uno de ellos está subido y agarra el volante con las manos.
¡”Chavales”!… les grito desde el otro lado de la acera.
¡Arranca, Bandini! vámonos al Naroki.