Mi querido Bandini
La del sábado fue una jornada magnífica. Jamás me hubiera imaginado que hubiéramos ido juntos a la comida anual que celebramos los pelotaris en Markina.
Llamaste de víspera. “Oye”, estoy hospedado en el María Cristina”.
Fue una auténtica sorpresa. Me comentaste hace semanas que tenías intención de venir por Donostia para el festival de Cine Fantástico y de Terror. Que presentabais una peli: “El vampiro de la motosierra” o algo por el estilo, de la que eres guionista.
De ahí a recibir una llamada diciéndome que estabas en la ciudad, dista un abismo.
Aceptaste de inmediato la invitación par ir a Markina.
“Me encantaría conocer a tus colegas de los que tanto has hablado o escrito. Ya sabes como somos los escritores, nunca sabes dónde podemos pillar una buena historia”.
“No te vas a arrepentir”.
Quedamos en la calle Urbieta a la altura del Koldo Mitxelena a las once de la mañana. “Pongo el GPS y te localizo”, fueron tus palabras..
Llegaste media hora más tarde pero como te conozco, no le di importancia. Los escritores sois así, caprichosos, un poco informales, por no decir un mucho.
Cuando un BMW 420 Cabrio, color blanco, de la serie M frenó en seco a la par de la farmacia no imaginé que fueras tú, sino algún turista belga despistado.
Pero no, ahí estaba el gran Bandini. Salió del coche de un salto, sin abrir la puerta del descapotable. Sonriente, el pelo engominado peinado hacia atrás, la piel tostada, unas ray-ban y una camiseta de Armani, pantalón blanco y unos sneakers que costarán más de 300 pavos.
“Arturo, no cambias”, le dije.
Nos fundimos en un abrazo.
“Come on, lleva tú el coche. Prefiero disfrutar del viaje. Además tú conoces el camino”.
Bandini tiene casi mi estatura pero aún así tuve que ajustar el respaldo y la altura del asiento hasta sentirme encajonado como un piloto de fórmula 1. Menos mal que el bólido era automático, más fácil de manejar. Recuerdo un Porsche 911 con cambio manual que tuvo el “Alcalde” Garamendi y cómo me invitó a conducirlo por las carreteras de Connecticut. Fui incapaz de hacerlo, se me calaba de todas-todas.
El BMW de Bandini iba como un tiro desde que enfilamos la autopista en dirección a Zarautz. Nunca había conducido un descapotable. La sensación es de libertad. No me extraña que los deportistas de pasta conduzca este tipo de vehículos. Nosotros nunca lo logramos. Sin embargo, mira por donde, ahora, en la retirada iba a poder hacerlo. Además para ir a ver a los colegas.
¡Cosas que tiene la vida!
Como teníamos tiempo de sobra y el tiempo era inmejorable —soplaba el viento del sur y la temperatura era de unos 25 grados— dejamos la autopista en Zarautz y nos adentramos en la costa hacia Getaria.
Va a flipar con el paisaje, pensé.
¡Oh, my god! exclamaba una y otra vez el gran Bandini. “La costa de California es espectacular pero, nothing like it”, no paraba de repetir durante el tramo que lleva de Getaria a Zumaia. La mar estaba como un plato y la luz tan nítida que se podía contemplar la silueta de la costa hasta Bermeo y más allá todavía.
Yo me sentía en la gloria. Por la costa vasca que tan bien conozco. Abordo de un flamante BMW Cabrio y con la compañía de un famoso escritor. Que más podía pedir.
Parecíamos dos turistas con pasta viajando de Donostia a Bilbao para ver el Guggenheim, pero, no, nuestro destino era Markina-Xemein, cuna de grandes pelotaris.
Pasamos por Deba, los transeuntes nos miraban, lo mismo había ocurrido al paso por Getaria o por Zumaia.
Al pasar por Mutriku le comenté. “Mira, de esta aldea marinera han salido grandes pelotaris como Pistón, Ituarte, Churruca, Egurbide… Es posible que éste último a sus 82 años esté hoy en la comida. Aunque vive en Connecticut, se las apaña para poder venir todos los años.
Le va bien a Bandini últimamente. Ha publicado un libro, una colección de relatos, titulado “Hunger” y me comenta que las ventas van bien.
“Lo estoy leyendo”, le digo.
Los americanos cultos tienen el don de hacerte sentirte cómodo. Sus comentarios son atinados y sus preguntas te empujan a buscar respuestas pocos habituales. Conocen la historia del país que visitan y tratan de aprender aún más todavía.
Los padres de Bandini emigraron de los Abruzzo, una región de Italia, a California. Aprovecho para decirle que hace unos cien años varios fabricantes de conservas italianos se instalaron en Mutriku para establecerse como empresarios. Los Zizzo, Dentici y compañía.
El BMW Cabrio rueda como la seda, apenas toco el acelerador y se desliza por las curvas de Mutriku a Ondárroa con una suavidad tal que no me importaría que nuestro destino final fuera Ítaca. El País de los Vascos se nos está convirtiendo en un país tropical a juzgar por las temperaturas. Siento que viajar en un descapotable rejuvenece y me transporta a los años de Tampa.
Al pasar por Ondárroa le digo. “Mira, Bandini, aquí nació el gran Guillermo… Sabes qué. No entiendo cómo Hemingway no escribió una novela basándose en su vida. En su amistad con el atleta formidable que fue y el personaje que encarnó. Al mundo del jai-alai le falta la proyección mundial que le pudo dar Hemingway con una novela. Escribió sobre toreros, Sanfermines, sobre la guerra civil española, historias de contrabandistas en el Caribe…
Me lo estoy imaginando, Bandini, la gran novela de Hemingway que pudo ser: Looking for Guillermo…
Bandini parece absorto con el paisaje. Me da la impresión que no me escucha. Parece ensimismado. Pero no es así.
“Porque no tratas tú de escribir algo. ¡Try it, man”!
“Yeah! sure”…, le digo sin mucho convencimiento.
Hemos dejado atrás Ondárroa, a los pocos kilómetros, después de una curva cerrada, se baja hacia una vega donde se encuentra Berriatua.
“See those houses?… señalándole con el dedo. En cada casa o caserío un pelotari”, le digo a Bandini. “Al menos antes”.
Al pasar junto al campo de fútbol Bandini me señala con el dedo índice: Now they play soccer…
Se enfrentan dos equipos bien uniformados donde varios de los chicos son de raza negra.
Seguro que algunos de ellos juegan a jai-alai en el frontón del pueblo, le digo. Conservan la afición como en pocos lugares.
That’s cool.
A los pocos kilómetros tengo que pegar un frenazo sino quiero parar en Bolibar. No me había percatado del letrero que señalaba: Markina-Xemein. Nuestro destino.
(Continuará. To be continued)