Mi querido Bandini
Déjame que te escriba sobre un encuentro que mantuve en plena calle con un amigo de la infancia.
Hojeaba un libro de los varios que depositan en una cesta a la entrada de una tienda de Emaús, en la calle Urbieta, la que está frente al parque Araba (las tiendas Emaús venden ropa usada, cacharrería y libros usados, una especie de Goodwill en tu país). Dejan varios libros todos los días, y si alguno te gusta, te lo puedes llevar gratis. El que sostenía en las manos era uno sobre golf, escrito en inglés, el autor es John Feinstein, titulado: ‘A good walk spoiled`.
Según el escritor Mark Twain, el golf es: “un buen paseo estropeado”, de ahí el título.
Se paró a mi altura, sonreía. “Cada loco con su tema”, le dije por el libro.
Se llama Perico, todos en su familia y los amigos también le llaman así. Venía paseando de Amara. Nos vemos en la calle y cada vez que nos encontramos empezamos a hablar de pelota, de nuestros tiempos de la infancia.
Perico es un portento. Tiene una memoria prodigiosa. Es capaz de recordar nombres de aprendices de pelotaris de la época del Beotibar de Tolosa que yo los tenía completamente olvidados. Los rescata con una facilidad pasmosa. Pelotaris que jugaron en Villareal de Urretxua (Gipuzkoa) donde se jugó a finales de los años sesenta. Perico es capaz de completar el cuadro que lo integraba. Yo soy incapaz de recordar más de una docena: Arregi, Legorreta, hermanos Lujanbio, Iriarte II, Elola, Chitivar, Oiartzun, Galarraga, Urbistondo, Ulacia, Churruca (Egaña)…
Lo mismo ocurre con los cuadros de Tampa, años 70. Me da información por mi olvidada.
Recuerdo haberle leído a Enmanuel Carrere que hay personas capaces de describir con todo detalle las habitaciones de la casa de sus infancias. La próxima vez tengo que preguntarle al respecto.
Perico y yo coincidimos de chavales en la escuela del Beotibar. Él, al tiempo, sintió otra llamada, dejó la cesta, y vistió los hábitos de monje y pasó décadas recluido en un convento hasta que salió para incorporarse a la vida civil. Yo, como bien sabes Bandini, sentí otra llamada y escogí el uniforme de pelotari. Tal vez por esa larga estancia sin contacto con el mundo “real”, le haya permitido recordar sus años anteriores con una nitidez fuera de lo común. Sea lo que sea, siempre me sorprende.
El frontón, el de Urretxu, sigue estando en pie, creo que se llama Ederrena (lo tendré que consultar con Perico, el google de la pelota). El empresario era Plantta de Andoain. En realidad ese era su mote. Se apellidaba Maiz-Eguibar y era hermano de Pepe “El Gordo”, o sea, tío de “Cacharritos” Alberdi. No duró mucho el frontón ofreciendo festivales de punta. ¿Un par años tal vez? También organizaba este Plantta festivales en Zumaia, en el Odieta. Ambas canchas de poco más de 30 metros. Como la de Magic City pero de cemento.
Pienso que aventuras como la de Urretxu ha habido muchas a lo largo de la historia de la cesta-punta en diferentes partes del mundo. Un empresario que hacía de todo y una veintena de pelotaris. Cómo si no entender tantas plazas que sabemos existieron pero de las que tan poco sabemos. Colombia, Venezuela, Costa Rica, Perú etc.
Este tipo de frontones crearon muchas oportunidades para pelotaris modestos. En el caso de Urretxu por esos años las salidas al extranjero eran limitadas. Las temporadas de Florida de cuatro meses. ¿Y el resto del año?
A día de hoy, que el profesionalismo per se ha desaparecido donde incluso para los punteros los partidos se han convertido en un side-job, un trabajo a tiempo parcial. Vaya panorama que les espera a los jóvenes. No quiero ni imaginar la situación en diez años. Una modalidad envejecida hasta límites insospechados. Un Emaús en versión jai-alai. Vamos por eso camino salvo que cambien radicalmente la política y den cabida a la juventud.
“Oye”, me dice Perico de buenas a primeras. “Sobre aquella conversación que tuvimos de aquella función del Beotibar, el año 67, me decías que fue en beneficio de la parroquia de Tolosa. Yo creo que fue para ayudar a la creación de la ikastola Laskurain que se inauguró ese año”.
Ni se me ocurre contradecir a Perico. “Te voy a mandar información sobre la creación de esa ikastola”, me dice.
“Es posible que así fuera”, le digo. “Que se camuflara ya que estábamos en pleno franquismo y las escuelas donde la enseñanza era en vascuence estaban oficialmente prohibidas. Yo recuerdo haber visto en el patio del colegio, los Escolapios, un programa del festival en forma de ocho, como si fuera un cuero de pelota. Y de haber leído que se trataba de un festival benéfico en ayuda a la parroquia”.
“Ese programa seguro que se puede encontrar en el convento de los benedictinos de Lazkao”(donde se han recogido vestigios de esa índole desde hace décadas).
Aquel festival del Beotibar (pro ikastolas, seguro que tiene razón) fue un acontecimiento extraordinario. El pueblo respondió a la llamada y no cabía un alfiler en el frontón.
“Colocaron por primera vez una red para proteger al público, color blanquecino, que la levantaban desde la galería tirando de varias sogas. Una red sin anclajes”, me dice Perico.
A pesar de esa memoria prodigiosa que hace gala Perico, alguna laguna tiene que tener. No conseguimos completar los dos partidos de profesionales. Chimela participó. Lo hizo también Alex Solozabal, por aquel tiempo una de las grandes figuras. Perico Urcola también jugó. Arruabarrena I y Tomás Cortajarena así mismo. Ricardo Lasa, el que años más tarde fuera intendente en Bridgeport, creemos que fue de la partida. Es posible que el estelar fuera: Urcola-Chimela contra Alex-Arruabarrena I.
Le digo que la próxima vez que esté con Alex o con Chimela, les preguntaré si recuerdan ese día. Se ha convertido en algo personal rescatar la combinación de ese festival.
“Me parece que hubo un partido de paleta con pelota de cuero. Recuerdo haber visto a Rafael (Elizondo, el maestro) días antes hablando con un palista”.
“Jugamos una quiniela los chavales de la escuela. Yo hice pareja con Sebastián Arruabarrena. Tú jugabas con Adurriaga”, me señala. “Los hermanos Mendizabal eran otra pareja. También jugó Iturriaga, el primo de Gildo”.
“¿Uno al que llamábamos Sansón, por la poca pegada?”
“El mismo”.
“Urbistondo, Tomás, también jugó. El que no jugó fue su hermano Luis”, Perico está rebuscando en su disco duro. Josetxo Usabiaga, el del bar Asteasuarra, jugó”…
“¿Y Gildo?”, le pregunto.
“No, Gildo, para entonces estaría jugando en el frontón Madrid”.
“A falta de tanto para terminar la quiniela, contra los hermanos Mendi, me vino una pelota de rebote. Me temblaban las piernas. No se cómo conseguí devolver a buena aquella pelota. Ganamos la quiniela”.
“¿Acabasteis la quiniela contra los Mendi brothers?, le digo bromeando. “Con lo nervioso que era Sebastián? Unos años más tarde no les hubierais hecho un tanto jamás”.
Yo no tengo tan buena memoria. La suplo con imaginación. Imagino el paseíllo, las seis parejas desfilando para saludar al público puesto en pie. Elizondo con su cojera caminando por la contracancha con una cesta en su mano derecha. La primera quiniela de mi vida, mi estreno vestido de blanco. Y nervioso hasta decir basta. Un día feliz, el más feliz en mis 11 años.
Han transcurrido 55 años desde que se celebró aquel festival y aquí estamos en plena calle, charlando. El libro que tengo entre manos tiene buena pinta. En la contraportada puedo leer: “A Good Walk Spoiled revels the struggles and triumphs of the world´s greatest golfers over the course o a year on the PGA tour”.
Tambien nosotros, tanto Perico como yo, hemos mantenido nuestros luchas, triunfos y sinsabores en diferentes campos, no por un año, sino durante décadas.
Dejamos atrás la entrada de Emaús de donde no nos hemos movido en más de 20 minutos y dirigimos nuestros pasos hacia el centro de la ciudad. Yo con mi nuevo libro usado bajo el brazo. Perico buceando en su disco duro para seguir sorprendiendo cada vez que nos encontramos.
El encuentro y el paseo han sido un placer, sin desperdicio, nada de spoiled como en el golf.