La vida errante de los pelotaris de jai-alai no ha sido una vida fácil. Ni la de las mujeres o compañeras de los pelotaris ha sido un camino de rosas. Muchos sacrificios y renuncias de por medio. Así y todo da la sensación de que no han existido. Sin embargo, ellas han jugado un papel fundamental y también han formado parte de la historia del jai-alai a pesar de esa invisibilidad o anonimato.
Por eso he decidido incluir en mi próximo libro: “Semblanzas de Pelotaris de Jai-Alai”, el testimonio de varias mujeres para conocer de primera mano las experiencias vividas.
No hay que olvidar que muchas de ellas, la mayoría, abandonaron el hogar renunciando a su tierra, cultura, familia, estudios o trabajo, para ir “detrás” del compañero o marido. Con el fin de realizar un proyecto de vida con su pareja.
Una apuesta que según la época y la situación personal resultaba más o menos atrevida.
Viajes en solitario. Casamiento por poderes como única vía de romper el riesgo de malograr una relación porque el chico no regresaba en tiempos y la manera de conseguir el beneplácito de los padres consistía en casarse “por poderes”.
En contra de la voluntad paterna o por no quedar otro remedio. Una rotura siempre de por medio.
No ha sido fácil la vida del pelotari ni tampoco la de sus acompañantes.
Si el pelotari, en muchas ocasiones en diferentes lugares, ha vivido en una burbuja dentro de un país, la mujer quedaba más recluida si cabe al depender del trabajo del marido y tener que dedicarse a las labores de casa y al cuidado de los niños, si los hubiera.
Han sido una heroínas, porque además del simple hecho de llevar una vida estable en pareja es de por sí un desafío, han tenido que soportar la presión añadida de la incertidumbre laboral. La angustia de contratos a corto plazo y situaciones económicas a menudo al borde del límite. Soportando al compañero por las lesiones, las neuras, los altibajos psicológicos propios del deporte y más en concreto del sistema de quinielas. Y sufriendo las consecuencias del cierre de frontones, si se da en un contexto de guerra, revoluciones o huelgas, que las ha habido en la historia del jai-alai.
Y la más reciente, el cierre masivo de frontones debido a un fin de ciclo.
Mujeres y maridos que optaban como los pescadores por la separación temporal con el fin de racionalizar la situación y sacarle el mayor jugo posible a la carrera del pelotari.
La angustia añadida del día después y lo que viene tras finalizar la carrera de todo deportista. Cuando comienza una nueva vida y en muchas ocasiones no se sabe hacer nada más que jugar a la pelota.
La disyuntiva de tener que optar por un país, el de origen o el de acogida. Hay una reflexión bien elocuente en las palabras de Sara Pina, la compañera de David Iturbide, en el documental “Azken Hegaldia”. Viene a decir más o menos lo siguiente. “Lo dejé todo porque mi chico se vino para la Florida. Una vez aquí me encontré un trabajo. Ahora resulta que se cierra el frontón (de Dania) y tenemos que regresar con lo ello que supone”.
Se da la paradoja y hay casos en los tiempos actuales, sobre todo, que es la mujer quien se remanga y coge la responsabilidad de tirar el carro hacia adelante, laboralmente hablando.
Matrimonios interculturales en el que alguno de los dos tiene que sacrificarse y abandonar la idea de regresar a casa y opta por adaptarse al país de acogida.
Parejas que se rompen porque mientras dura la carrera de pelotari es una vida llevadera y, a menudo plácida, y de repente suena el despertador y hay que regirse por otros horarios y costumbres y uno se da cruces con la realidad del país, porque de repente, sin el amparo del frontón, la burbuja estalla.
No pocas han sido las parejas que han podido soportar sin resentirse las consecuencias de la vida a posteriori del pelotari.
Las mujeres, esposas o compañeras, de los pelotaris, han jugado un papel crucial. También ellas tienen derecho a ser escuchadas y reconocidas.