Luis María Echaniz, “Echaniz I”, (1937, Azkoitia) fue una de las grandes figuras de la década de los años cincuenta en el Jai-Alai de La Habana (Cuba). En la legendaria cancha conocida como el “Palacio de los Gritos” fue el mejor zaguero en una plantel donde destacaban: Guara mayor y su hermano “Guarita”, Frías, “Chucho” Larrañaga, el “Moro” Uriona, Lorenzo Arriola o Quintana.
Echaniz I tiene mucho mérito porque lo hizo a base de jugar con la postura de derecha en una cancha de 64 metros. En el “Matadero” como la llamaban los propios pelotaris.
Fue el mismo Echaniz I quien me lo contó en Dania, donde vive en una casa preciosa, muy cerquita del frontón.
“Estás loco”, me decían.
“Era exagerado lo que yo jugaba de derecha. Desde el primer tanto. Hasta matarse”.
Si no llega a ser por su padre en lugar de dedicarse a la cesta-punta, hubiera sido peluquero siguiendo el negocio familiar: la Peluquería Lizarza en Azkoitia (Gipuzkoa).
Muy probable que hubiera seguido también los pasos de su padre. Pelotari manista, campeón de segunda por parejas con su hermano Santi (ver la foto donde aparecen su padre y su tío junto a Atano III).
Echaniz mayor, su padre, fue a Barcelona de viaje de novios. Vio cómo vivían los pelotaris de cesta-punta, las sortijas que llevaban.
Al cabo de los años le dijo a su hijo que empezara a jugar a cesta-punta.
“Aquí (a mano) no se gana nada”.
Tres veces por semana iba de Azkoitia a Tolosa en autobús, por una carretera infernal llena de curvas, más de una hora de viaje, más otra de vuelta, junto a otro aprendiz como él. Miguel Isusquiza, que años más tarde jugaría en Miami con el nombre de “Azkoitia”.
Acudían a la academia de cesta-punta del Beotibar de Tolosa, bajo las ordenes de Rafael Elizondo. Una escuela de puntistas que la habían creado los empresarios de Miami, Cuba y México, y de la que salieron cientos de pelotaris.
En el Beotibar coincidió con Chimela que a sus once años se iniciaba en el deporte de la cesta curvada. Y con el tiempo se convertiría en una de las figuras de la especialidad.
Con 16 años le ofrecieron un contrato por tres años para jugar en Cuba, primero en el Habana-Madrid. Un frontón inaugurado el año 1922 con 17 raquetistas.
La expedición del Beotibar la componían otros seis pelotaris: Ceberio, Egurbide I, Alberro, Odriozola, Mendiola y Altuna.
Antes de partir a La Habana, el corresponsal del Diario Vasco le hizo una entrevista. Le tuvo que sacar las respuestas con tenazas.
Le pregunta el periodista si va a ganar una fortuna. Contesta que: “lo que quiere es ayudar a sus padres y ser algo en la cesta-punta. Después, Dios dirá”.
Echaniz I y Egurbide destacaron pronto en el Habana-Madrid, una cancha de 34 metros. Millán como intendente.
“El público era malo. Con poco dinero querían ganar mucho. Muy maleado”.
Un año después Egurbide y Echaniz I estaban jugando en el Jai-Alai. Eguiluz como intendente. Echaniz tenía 17 años; Egurbide, 15.
Los delanteros estrella eran los Orbea I, Álex Solozabal, Salsamendi I, Pistón… En la zaga mandaban Frías, Azpiri, Uriona, los hermanos Guara.
“Estás loco”, me decían. “Yo todo con la derecha, desde el primer tanto hasta el último” (los partidos eran a 30 tantos).
Echaniz I y Egurbide se convirtieron en íntimos amigos.
Desde su domicilio de Connecticut me habla Egurbide de Luis Echaniz.
“Somos como hermanos. Jugamos en La Habana juntos. Yo vivía con Luis en un apartamento que él había comprado en La Habana”
Los dos se convirtieron en las principales figuras del cuadro. Llegando a ganar 900 dólares por partido a finales de la década de los años cincuenta.
“Era mucho dinero”, me dice Luis Echaniz. “La vida era barata en La Habana. El alquiler de un apartamento costaba alrededor de 50 dólares al mes”.
«¿Quién era tu delantero preferido?»
«Salsamendi I», Luis no duda en la respuesta. Me resulta curioso. Hace unos pocos años le formulé a Patxi Churruca la misma pregunta. «El Sultán» de Mutriku no dudó en darme la misma respuesta: «El Maestrito» (José Luis Salsamendi).
Egurbide me dice que él prefería jugar con Luis Echaniz que con “Guarita”, el zaguero de más nombre del cuadro.
“Echaniz tenía una derecha excepcional. Dominaba todas las posturas. De arriba, de lado, a picar, dos-paredes. Metía la pelota con la derecha en el agujero (en una cancha de 64 metros), una y otra vez, desde el comienzo del partido hasta que terminaba”.
“Era el mejor zaguero del cuadro”, sentencia el de Mutriku.
No me extraña, pienso yo, que le dijeran: “¡Estás loco!”. El mismo Luis Echaniz me confiesa que: “era exagerado lo que jugaba de derecha”.
Hace unos pocos años Egurbide I le regaló un cuaderno donde vienen todos los partidos que Echaniz I jugó en el Jai-Alai de La Habana, con sus correspondientes resultados. Es impresionante las combinaciones en las que intervino el zaguero de Azkoitia.
Como muestra un par de ellas, de mayo del año 1957.
Salsamendi I-Churruca contra Orbea I-Echaniz I, victoria de los últimos 30 a 24.
Orbea-Churruca contra Salsamendi I-Echaniz I, victoria de Salsa y Luis, 30 a 26.
“Chino” Bengoa conoció a Luis Echaniz, el de Markina-Xemein jugó dos años en el Jai-Alai de La Habana, del 57 al 59.
“Orbea I y Salsamendi I le quemaron. Le sacaban pelota nueva cada pocos tantos. Figúrate, ¡en una cancha de 64 metros! En los años que estuve yo, era el mejor zaguero”.
Luis Echaniz acabó con la derecha quemada. “Se le quedó el brazo derecho deformado”, me dice Egurbide.
«Aprendió a jugar de revés, pero ya no era lo mismo».
Desde el balcón de su casa, acompañado de Alejandrina, su novia, con la que se casó, fue testigo de la llegada de los rebeldes a La Habana. Un año más tarde, el de Azkotia tuvo que hacer las maletas y encontrar un puesto en el frontón de Dania, donde jugó hasta el año 1968.
Formó parte del cuadro de Daytona las temporadas 1963-1964. En Tijuana (México) jugó el año 1961. En el D.F. mexicano, el año 1962. En Euskadi también jugó el año 1965. Fue intendente en Ocala y en Fort Pierce.
Su hermano Santi Echaniz, cuatro años más joven, también fue un destacado zaguero. Ejerció de intendente en el frontón de Orlando.
Dos de sus hijos, Charly y J Echaniz siguieron la estela de su padre jugando en Dania y en Tampa.
Luis se retiró con 30 años. Lo mejor de sí mismo como pelotari lo dejó atrás, en La Habana, en “El Matadero”, como lo llamaban los pelotaris. A base de derechazos. “¡Estás loco!”, le decían. Pero, él, a lo suyo, hasta convertirse en el mejor zaguero del cuadro.