Atraco en el «Kaskazuri»

Mi querido Bandini, ya me perdonarás. Hace meses que no te escribo y, hoy por fin, he decidido ponerme a ello. Tengo una buena razón para justificar mi falta de consideración ante un buen amigo. He estado escribiendo un relato, una novela corta. Una historia de un asesinato en una cafetería en Gros, un barrio de Donostia.

Ya sabes bien lo que nos pasa a los escritores llamados al éxito. Cuando nos entra un tema, la inspiración, no hay manera de parar. Es como si alguien dentro de ti, ajeno a ti, te cogiera de la mano y te llevara por un camino insospechado. Te voy a explicar cómo ha sido la cosa.

Hace unos meses paseaba por ese barrio de Gros que algunos residentes llaman el país de la Zurriola. Llovía a mares y me vi obligado a buscar refugio en una cafetería, al azar, la primera que encontré. La cafetería de Cloty. Pedí una consumición y mientras esperaba a que escampara vi unos libros en una repisa y, también, esto es lo gordo, un programa de jai-alai del frontón de Dania de la temporada 1965-66. No te exagero si te digo que el corazón me dio un vuelco. Tras ojearlo, me di cuenta que en diferentes hojas había unas anotaciones, alguna frase, una en latín en concreto.

Le pregunté a la que supose era la dueña del establecimiento, una señora elegante, entrada en años, el pelo negro azabache. Sin grandes esfuerzos uno podía intuir la belleza que fue en sus años mozos.
“Son cosas de Zenón, un poeta del barrio que viene a menudo”, me contestó Cloty.
¿Sabes, Bandini, lo que hice?
Coger el programa y, disimuladamente, esconderlo dentro de mi gabardina. Cuando vi que paraba de llover, me marché sigilosamente de la cafetería, no sin que antes me preguntara la dueña si quería algún recado para el tal Zenón.
Bien sabes, Bandini, cómo somos los escritores de futuro éxito. Nos das un dedo y cogemos la mano, luego el brazo. Pues sí, lo que ocurrió a posteriori fue que alguien, no solo usó la mano y el brazo y algún objeto contundente para acabar, brutalmente, con la vida de Zenón. El cadaver, desfigurado, lo encontró la propia dueña dentro de la cafetería.
No me negarás, Bandini, que el arranque de la historia no tiene punch.

Empecé a elaborar la trama, como quien no quiere la cosa, por entregas, y las iba publicando en una red social, con el riesgo que eso implica de no saber adonde te va a llevar la historia. Una de pelotaris, de la mafia en Cuba, la Revolución cubana, México… Necesitaba un protagonista, un investigador, como en toda buen relato policiaco. Un policía, un periodista, un abogado, un detective… Yo opté por un policía, pero no uno cualquiera. Alguien que yo conocía del pasado, del gremio, un pelotari de jai-alai que tras su retiro, sin oficio ni beneficio, decidió inscribirse en la academia de la Ertzaintza, la policía vasca. El que, con el paso del tiempo, se convertiría en leyenda, el inspector Garret. Cuyo nombre real corresponde al de Garro. Un hombrachón de casi dos metros de altura y más de 120 kilos de peso. Un apasionado de la buena cocina, un tripa-zai, como decimos los vascos.

Cuando uno publica un relato por entregas en una red social, no sabes si lo leen dos o dos docenas o doscientos. Alguno que otro sí a tenor por los comentarios, un puñado de incondicionales. Uno de ellos un ex pelotari de jai-alai al que yo no conocía personalmente: Joaka Akarregi, marquinés apasionado con todo lo relacionado al jai-alai.
Para no extenderme te diré que una vez completada la remesa de relatos, Joaka me comentó la posibilidad de pasarlos a papel en forma de libro. Dicho y hecho. Me llamó diciéndome que tenía lista una tirada de unos 15 ejemplares, que él se quedaría con unos pocos y el resto me los entregaría. Todo un detalle. Quedamos en que nos veríamos en Donostia. A poder ser comeríamos juntos y se produciría la entrega.

Unos día antes, para confirmar la fecha, me confesó que estaba nervioso. No me extraña, pensé entre mi, no todos los días se tiene las oportunidad de compartir mesa y mantel con un autor de futuro éxito. Quien sabe si la cosa funciona no se podría convertir en mi agente literario, el encargado de negociar con las editoriales, preparar los viajes, ruedas de prensa…
Yo también estaba nervioso por tener en mis manos el libro: “Asesinato en Gros”. No se, Bandini, qué te parece el titulo. Tal vez, ¿“Asesinato en la Zurriola”? Ya lo veremos cuando se materialice la impresión comercial.
Quedamos junto al Kursaal, en la Zurriola. No me costó nada identificar a Joaka. Un tipo fornido vestido con una chaqueta de piel de serpiente, botas camperas y un tupé que me hizo recordar a Nicolas Cage en “Corazón Salvaje”. Llevaba una bolsa de tela.
Atravesamos el puente de la Zurriola hacia el “Kaskazuri” en el paseo de Salamanca, un lugar pegado al Paseo Nuevo donde se come de maravilla.
Sintonizamos enseguida. Tenemos un pasado en común, el de los frontones americanos y las historias que en ellos se dieron y en los que, de alguna manera, fuimos testigos, sino oculares, sí de oídas. Aproveché a que Joaka saliera a echar un cigarrillo para hojear un ejemplar de “Asesinato en Gros”. Tapa dura, papel de calidad, fotos incrustadas a lo largo de las paginas. Una preciosidad de libro.

Habíamos terminado el primer plato y la primera botella de sidra cuando, con el rabillo del ojo, vi cómo paraba un coche en segunda fila, un modelo de los años 60, un Dodge Dart o algo parecido. Un señor mayor, regordete, con barba, iba la volante. Descendieron dos tipos jóvenes y en pocas zancadas entraron en el restaurante. Dos comensales más, pensé. Llevaban la mascarilla puesta y uno de ellos una chupa negra. El otro, musculoso de cintura para arriba, vestía una camiseta ceñida y los brazos llenos de tatuajes. Se dirigieron hacia nuestra mesa. La rodearon. Joaka y yo nos quedamos mirándolos. Sorprendidos.
El de la chupa negra no se anduvo con rodeos.
Llevaba la mano derecha metida en la cazadora a la altura del sobaco. Intuí que acariciaba un arma.
“Dadme la bolsa y tengamos la fiesta en paz”, una orden seca, una advertencia.
El marquinés, acostumbrado a alternar en Hialeah, e incluso enfrentarse a intendentes, pude comprobar que no es un tipo que se achanta, al contrario de lo que a mi me pasa. Cogió un cuchillo con la mano derecha e hizo ademán de levantarse. Antes de que se pusiera de pie. El de los brazos tatuados, le puso una pistola a la altura de la sien.
“Suelta ese cuchillo, figura, si no quieres que te vuele la cabezota”.
El de la chupa de cuero cogió la bolsa con los libros y para cuando nos dimos cuenta, subían al Dodge Dart donde les esperaba el de la barba blanca. Nos hizo una peineta y aceleró. En un abrir y cerrar de ojos se había consumado el atraco. Nosotros dos sentados como dos pasmarotes. Mirándonos el uno al otro. Con un susto de muerte metido en el cuerpo.
Tuvimos que pedir dos chupitos de orujo para recuperar la calma.

“Tenemos que contarle a Garret lo que nos acaba de pasar”, le dije a Joaka.
La central de la Ertzaintza de Amoroto comunicaba constante. En una de estas se estableció la llamada. Al otro lado del hilo telefónico pude reconocer la voz alegre y cantarina de Garret.
¡“Aló!”…
Le resumí lo que nos acababa de suceder. Un asalto, sí, un atraco a mano armada en toda regla. Los libros desaparecidos.
“Esto es cosa de Zenón y sus hombres”, el inspector lo tenía claro. Más cuando le describí las características de los dos asaltantes.
“Los hermanos Flamarique: Bobby y Toni. Dos esbirros implacables, capaces de volarte la tapa de los sesos. Menuda escapada la vuestra”.
Para Garret, tenía todo el sentido del mundo que Zenón quisiera evitar la propagación del libro, en el que detallan los entresijos entorno al “Asesinato en Gros”. Cuanto menos se supiera, cuanta menos divulgación, mejor para sus intereses.
El tal Zenón, Bandini, es el jefe del cártel de la zona este de Donostia, los barrios más poblados. No hay negocio ilegal que no esté controlado por el mafioso de la barba blanca.

El inspector Garret se comprometió en investigar la desaparición de los libros. Antes tenía que resolver otros casos en Amoroto. La desaparición de la sotana del párroco y los bueyes del caserío Sakoneta. Para más inri, se le había sumado un nuevo dolor de cabeza. Éste más complicado. La desaparición de una escultura hecha por Ube del museo Guggenheim de Urdaibai.
“Este chico me trae por la calle de la amargura”, me confesó Garret.

Finalizamos la comida sumidos en la frustración porque la reunión no había tenido un desenlace feliz. Por otro lado, esperanzados de que el inspector Garret sea capaz de recuperar los libros. Le dejé a Joaka en el puente de la Zurriola, lo vi alejarse con su chaqueta de piel de serpiente, botas camperas y un tupé al estilo de Nicolas Cage. Destino Bilbo.
Yo decidí dar un paseo por la Zurriola, por Gros. Un barrio donde suceden tantas cosas, muchas de ellas desagradables.
Esta es la historia, Bandini, sobre un libro que vio la luz, pero ahora, dios sabe adonde habrá ido a parar. Menos mal que conservo una versión digital. No te la mando porque se que no te gustan nada esas modernidades. Donde esté el papel…
Un abrazo, Bandini, te tendré al corriente de las pesquisas del inspector Garret.

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