A la mañana siguiente cuando acudí al despacho del inspector Garro estaba sumido en la confusión. La noche anterior, después de despedirnos, había recibido un soplo de un confidente que se negó a identificarse. Sólo dijo que era un vecino de la Zurriola que poseía información valiosa de su antigua amistad con Iñaki Pradera.
“Iñaxio, el informe del FBI que ayer te leí era incorrecto, al menos si nos atenemos a la nueva información. Vamos paso a paso. Zenón Magaña fue inculpado del crimen del magnate de las minas de oro, Harry Oates. Se había casado con Nancy en contra de la voluntad de los padres. A ojos de la familia, un pelotari, un paria que pretendía heredar una inmensa fortuna. Le acusan del asesinato y es arrestado. Sin embargo, Magaña nada tuvo que ver, fue la mafia la que ordenó el crimen. A la mafia no le interesaba que un pelotari estuviera envuelto en un caso de tal calibre. Los planes de la cosa nostra estaban bien definidos, infiltrarse en el lucrativo negocio del jai-alai y controlar las apuestas. Necesitaban un enlace, un socio, un colaborador que conociera los entresijos del negocio. Magaña fue el elegido.
Para su defensa, la mafia puso a disposición de Magaña a Locatov, el abogado encargado de solucionar los casos más complicados del sindicato del crimen. Como sabemos, Magaña, El Tenebroso, quedó absuelto.
La mafia no da puntada sin hilo. Sigue con su plan de controlar el mundo de las apuestas en el sur de Florida, incluido el jai-alai. Magaña tiene una cuenta pendiente con Luciano y Lansky. El pelotari le da largas al asunto, la temporada de tres meses en Miami está a punto de finalizar. Necesita ganar tiempo. Lo consulta con su intimo amigo, con Guillermo. Los dos acuerdan en no colaborar con la mafia, ya se las irán arreglando. El jai-alai es sagrado, ni Capone en Chicago consiguió doblegar la voluntad de los pelotaris, cuando les ofreció ingentes cantidades de dinero, ni tampoco lo conseguirían los capos de Nueva York.
La presiones son de tal calibre que, siguiendo el consejo del dueño del frontón Biskayne, Magaña se pone en contacto con el FBI. Ahí da comienzo una relación que durará más de una década. Zenón Magaña se convierte en doble agente. Por un lado pasa información sobre la mafia; y, por el otro, da a entender a Luciano y a Lansky que pueden contar con él como el más fiel de los colaboradores para que los tentáculos de la mafia se apropien de la incipiente industria del jai-alai.
Zenón llega a un acuerdo con los federales para ser “deportado” a Cuba.
Cuba vive un momento histórico. El precio del azúcar se dispara, el turismo norteamericano deja millones de dólares. El coronel Fulgencio Batista es el jefe de las Fuerzas Armadas, bajo su control están los gobiernos títeres como el de Prío Socarrás. La mafia lo compra todo. Desde políticos, empresarios, hasta la iglesia. Los mejores hoteles, los grandes casinos y los clubes más prestigiosos están en mano de la mafia de Nueva York. Es el ja-alai, “El Palacio de los gritos”, el que se le resiste. Magaña, aparentemente, es el cortafuego, su influencia en los pelotaris es tal, que mientras estén él y Guillermo, las manos ensangrentadas de la mafia no se apoderarán del frontón.
Lucky Luciano ha vuelto a Cuba de Sicilia donde había sido extraditado, salvo su socio Lansky, nadie más sabe de su regreso. Convicto por un cargo de prostitución organizada fue condenado a 35 años de cárcel. Durante la segunda guerra mundial la marina de los EEUU, abrumada por las pérdidas de barcos aliados, pidió la colaboración de la mafia. Lansky accedió a cambio de que su socio Luciano, encarcelado, obtuviera favores. La mafia controlaba los muelles norteamericanos, no le costó desmantelar la red que los nazis habían organizado en los puertos norteamericanos. Luciano obtuvo a cambio su extradición a Italia, llevaba 13 años preso.
Una vez en la isla, Luciano y Lansky organizaron una reunión en el hotel Nacional de La Habana, a la que acudirían todos los capos de EEUU. El sueño de los dos mafiosos era utilizar Cuba como base de operaciones, cuartel general, donde la isla se convertiría en un Estado encubierto donde en realidad mandaba la mafia.
Dos días antes de la histórica reunión, Lucky Luciano se puso en contacto con Magaña a través del periodista Eladio Secades, un cronista del frontón que también estaba en la nómina de la mafia. Tenía que acudir, sin compañía, a la suite 882 de la octava planta del hotel Nacional. Magaña tuvo el arresto de decirle a Secades, que le trasmitiera a Luciano que iría acompañado de Guillermo. Además, mejor reunirse en el Jockey Club.
El Tenebroso puso en alerta al FBI. Los federales le exigieron que llevara una grabadora cosida en la corbata, a lo que Magaña se negó. Si los hombres de Luciano lo descubrían, acabaría en el fondo de la bahía encadenado por los pies a un ancla de 150 kilos.
La cita era a las once de la noche del sábado siguiente. Ese día Magaña hizo pareja con Egurbide y se impusieron por dos tantos a Fermín Muguerza y Uriona. Zenón estaba eufórico.
Él y Guillermo se vistieron de punta en blanco y acompañados por Frías como chofer, se subieron a un Cadillac del año. Hicieron una parada en el Centro Vasco donde Martín Odriozola les preparó unos cuba-libres. Charlaron un rato con unos franciscanos vascos y después del segundo trago, siguieron el camino hacia el Jockey Club.
El restaurante era uno de los sitios de moda, donde la gente acaudalada de La Habana se reunía para hacer negocios o, simplemente, dejarse ver. En el parking dos limusinas aparcadas. Varias figuras se vislumbraban en su interior. Nada más atravesar el vestíbulo dos guardaespaldas, dos armarios enormes, rígidos como dos estatuas de cemento, flanqueaban la puerta giratoria. El ritmo del mambo daba la bienvenida.
Luciano los esperaba sentado en uno de los apartados reservados a la gente VIP. Al paso de Guillermo los comensales levantaban la cabeza y murmuraban palabras al oido. “El Monarca” era una figura conocida, uno de los personajes populares de la isla.
Luciano se levantó y con la sonrisa en los labios, les invitó a que tomaran asiento. Magaña después de los partidos nunca tenía hambre. Desistió la invitación del ítalo-americano. Guillermo pidió ostras, caviar y un filet mignon. Champán para beber.
“Que sea Don Perignon”, añadió Luciano.
Tenía los ojos azules, el tabique nasal roto, una cicatriz en la mejilla derecha y el ojo de ese lado, un tanto caído. La voz dulce trasmitía la confianza de hacer sentir al interlocutor como si se conocieran de toda la vida.
Luciano fue al grano. En tres días iban a celebrar una reunión en el hotel Nacional donde asistirían todos los capos de la familias más representativas del país. La idea, el sueño suyo y de Lansky, era convertir Cuba en un paraíso donde poder hacer negocio sin temer constantemente la presión de los federales norteamericanos.
El jai-alai era un sector en auge y ellos lo querían controlar. Necesitaban el apoyo de Magaña y de Guillermo. Luciano les ofreció la dirección de los frontones en La Habana, México y en los EEUU. Ellos se encargarían de proteger el negocio. Cogió un maletín y lo abrió y estaba lleno de fajos de billetes.
“250.000 dólares. Para vosotros dos”, les dijo.
Al oír esto último, Guillermo, listo para engullir un generoso trozo del filet mignon, se atragantó y empezó a toser de tal manera que tuvo que marcharse al baño.
Lucky Luciano, al contrario de Vito Genovese o Santo Trafficante, era partidario de repartir la tarta. “Vivir y dejar vivir” (siempre que se llegara a un acuerdo).
El dinero era tentador. Sobre todo para Guillermo que dilapidaba lo que ganaba en el “Palacio de los gritos”. Nunca tenía lo suficiente. Lo que ganaba lo gastaba, y si le sobraba algo, lo regalaba. Cuando andaba corto de cash, convencía a Magaña y a Frías para hacer algo de contrabando. Aprovechaban que Hemingway se iba a Europa para utilizar su lancha. La cargaban de licores y transportaban la mercancía de Mariel a Cayo Hueso.
En una ocasión, con noche cerrada, se aproximaron a Cayo Hueso. Faltarían unas pocas millas para empezar a desembarcar la mercancía. A pesar del ruido de los dos motores, escucharon unas voces. Magaña, que iba al timón, supuso que serían barcos de pesca recreativa que salían a pescar todo el día con un grupo de turistas. Les dieron el alto. No eran pescadores, sino guardacostas apercibidos de la presencia de un bote sospechoso. Magaña puso el yate a toda maquina. Empezaron a disparar de la otra embarcación. Magaña les ordenó echarse cuerpo a tierra. Guillermo se tiró más rápido que si de un rebote se tratara. El corpulento Frías, para cuando reaccionó, una bala había atravesado su hombro derecho. Desde entonces atribuía al balazo su pésima derecha en el juego de frontón.
El ansia de ganar dinero les empujaba a aventuras más peligrosas. Magaña conoció a Mr. Chan, un chino, un tipo siniestro que traficaba con sus paisanos para llevarlos de Cuba a Cayo Hueso. Acordaron el precio, 200 dólares por cabeza. Serían 12 los chinos a transportar. El negro Frías juró y perjuró que esa sería la última vez que se involucraba en un negocio turbio. Guillermo se burlaba de él.
“Nico, siempre estás con la misma mierda. No sabes decir que no”.
El Tenebroso, acordó con Mr. Chan recoger a los doce en Cojímar, un insignificante lugar provisto de un pequeño muelle. Fueron de noche y después de apagar y encender las luces del barco dos veces, aparecieron los chinos con Mr. Chan a la cabeza de la comitiva. Magaña cogió el dinero y lo contó. No faltaba nada de lo acordado. Metieron la mercancía en la cabina. Se despidieron del chino hasta la próxima. A la media hora de embarcar, Magaña les dijo a Guillermo y a Frías que iban desembarcarlos en una playa desierta.
“¿Cómo? Si todavía nos quedan tres horas de navegación”.
El negro Frías se quedó que no sabía qué decir.
“Tú”, dirigiéndose a Guillermo. “Coge el Winchester. Y tú, la Thompson. Voy a acercar el bote a la orilla. Cuando estemos a unos cinco pies, los bajamos. A tiros si hace falta”.
La embarcación fue perdiendo velocidad. El olor a tierra era cada vez más fuerte. Frías cogió las pértiga y fue sondeado la profundidad.
“Unos cinco pies y medio”.
“Ok. Coger las armas. Tú, Guillermo, saca a los chinos de uno en uno”.
A los golpes en la cabina, asomó uno de ellos. Su cara era de asombro. Cuando vio el panorama, volvió a desaparecer. Al poco, apareció otro y lo mismo, regresó a la cabina.
“Sacarlos a la fuerza, si hace falta”, gritó Magaña.
Guillermo golpeó a culatazos el tope de la cabina. Los chinos se asustaron porque empezaron a salir en fila. Aterrorizados. Uno de ellos, el más valiente.
“Tú, ladrón”, dirigiéndose a Frías. “Tú, ladrón”, señalándole con un dedo.
El negro Frías apuntó la Thompson al cielo y disparó una ráfaga.
“Pal carajo todos, al agua he dicho”, Frías todo envalentonado les apuntaba con el arma.
“No saber nadar, no saber nadar”, repetía uno de ellos.
“Ya aprenderéis, al agua”, era la voz de Guillermo. “Además”, señalando la altura del pecho con el rifle, “no cubre, así que, al agua todos”.
Magaña puso los motores a toda máquina. Cuando llegaron a La Habana se fueron a cenar. Tenían un hambre terrible y mucha sed. El reparto era de 2.400 dólares; 800 por cabeza.
El trato ofrecido por Lucky Luciano seguía siendo una oferta tentadora.