Garro bostezó y echó los brazos hacia atrás. A continuación abrió uno de los cuadernos que tenía encima de la mesa. Estaba lleno de dibujos como los jeroglíficos egipcios. Sólo el inspector sabía el significado de aquel galimatías.
“Vamos a ver si avanzamos algo en la investigación”, empezó a pasar de hoja en hoja. “Sabemos por Cloty que varios individuos se reunieron con Zenón en la cafetería poco días antes de ser asesinado. Uno de ellos”, señalando al Negro Frías sonriente en el tablón de corcho, “podría tratarse de un viejo conocido nuestro. Luego está el que ejercía de jefe, el tipo de aspecto de Olentzero, del que apenas sabemos nada”, Garro dejó de dar pasos y calló por un momento, la mano apoyada en la barbilla. “Pero, lo que de verdad nos interesa en este momento de la investigación es saber la trayectoria de Zenón, su pasado como pelotari que misteriosamente ocultaba. De ahí podemos extraer pistas que nos puedan ayudar a resolver el caso”.
El inspector había puesto en marcha su olfato de sabueso curtido en decenas de casos. “He podido averiguar, aunque todavía no dispongo de la suficiente información, de que Zenón jugó en el frontón Madrid, donde conoció y tuvo un romance con la raquetista Cloty, te suena este nombre, ¿verdad? Zenón consiguió contrato para jugar en Miami. Otro tanto lo hizo Cloty, pero para jugar en Cuba, en el frontón de Cienfuegos. La cuestión era estar lo más cerca posible.
Lo siguiente que sabemos es que para jugar en Miami, Zenón adoptó el nombre de Magaña; otro dato a tener en cuenta, al poco de llegar a Miami, se olvida temporalmente de Cloty.
Aunque no fue un pelotari conocido por sus gestas deportivas, fuera de la cancha era un tipo listo y atrevido. Capaz de llevarse bien con dios y con el diablo”.
“Una autentica perla”, le digo.
“Ahora viene lo mejor”, Garro había cogido carrerilla.
“Magaña conoce en Miami a Nancy, la hija de un magnate de origen canadiense, Harry Oates, dueño de las minas de oro más ricas de occidente. Nancy es menor de edad. Cuando ésta cumple 18 años, en contra de la voluntad de sus padres, deciden casarse y lo hacen a escondidas. La familia no podía entender que se casara con un pelotari, un golfo que sólo perseguía la herencia de los Oates. Como cabe suponer, la relación de los padres de Nancy con Magaña era tormentosa”.
“Joder con el Magaña”, le comento sin salir de mi asombro.
“Espera, espera, que la historia no ha terminado.
Una mañana encontraron en su mansión de Miami Beach a Harry Oates brutalmente asesinado. Apaleado. La cara ensangrentada, partes del cuerpo incineradas y el pecho cubierto de plumas. El fiscal general de Florida comandó el caso. Se personó en la escena del crimen. Entrevistó a policías y trató de silenciar el suceso ante la prensa temeroso del impacto que podía tener en el turismo del Estado”.
“Y, le endosan el muerto a Zenón, Magaña quiero decir”, le interrumpo, haciéndome el listillo.
“Así es, sin apenas evidencia, el pelotari es arrestado. Sin embargo, meses después, tras ser juzgado, es absuelto. Guillermo, de quien Magaña se había hecho amigo, contrata a través de un amigo en común, el gánster Jack Smith, al mejor abogado de Miami, y éste demuestra que dos policías corruptos contratados por el gobernador de Florida habían amañado las pruebas para inculpar al pelotari”.
“Garrito. Vete al grano, ¿cómo acaba la historia?”
“Magaña se divorcia de Nancy antes de ser deportado a Cuba. Es en La Habana donde continúa su amistad con Guillermo y, curiosamente, se hospeda junto a Cecilio Urizar, Frías y algún que otro pelotari, en Finca Vigía, la casa de Hemingway del que se convirtió en gran amigo”.
“Se supo algo del asesinato del magnate del oro, de Harry Oates?” me había picado la curiosidad.
“Se llegó a especular que Lucky Luciano y la mafia quitaron de en medio al ricachón. Ya que Harry Oates se negaba a la implantación de casinos en Miami convirtiendo el sur de Florida en un paraíso para las apuestas”.
Los dos nos quedamos pensativos y, probablemente, conectados por un hilo invisible, centrados en la misma cuestión. Un personaje astuto y atrevido, después de pasar por las vicisitudes por las que tuvo pasar en Miami, se marchó sin más, con lo puesto ¿sin un buen acopio de joyas y diamantes?
Mi mirada se desvió hacia el programa de Dania Jai-Alai que el inspector había colgado en el tablero de corcho. Me acerqué y comprobé que por lo menos seis de los pelotaris que aparecían en ese almanaque —Alex, Egurbi, Alberdi, Frías, Ricardo… Iñaki Pradera (?) al que habían visto pasear con Zenón por Zurriola— habían coincidido en La Habana con Magaña cuando fue deportado de Miami a la isla.
¿Casualidades de la vida? lo comento a Garrro.
El inspector me devolvió una sonrisa picarona. Intuí que para cuando yo había ido, él había vuelto.
“¿Y qué más se sabe de la estancia de Magaña en La Habana?”
Garro abre un cajón de su escritorio y extrae una carpeta. “Es el dossier del FBI sobre Magaña. Mira Iñaxio, el jai-alai ha dado cientos y cientos de pelotaris, la mayoría desconocidos. Gente que de joven salió para, muchos de ellos no regresar, y si lo hacían, para volver a marcharse, instalados en la diáspora. No es de extrañar que algunos de ellos llevaran vidas de aventureros, que pasarán desapercibidos. Solamente sabemos de las andanzas de algunos de ellos, Guillermo, Angelito Ugarte, poco más. Sin embargo, uno da de pronto con figuras de segundo o tercer nivel, en cuanto a juego al menos, pero que fuera de las canchas han tenido una vida tan intensa que bien podían haberse ganado el protagonismo en una novela de Baroja o en una película de Scorcese.
Es el caso de Zenón Magaña, a quien al poco de arribar a la isla, le apodaron “El Tenebroso”.
El inspector tiene leído el dossier que el FBI que había confeccionado, se nota que lo conoce de memoria.
“Magaña, de haber nacido en Nueva York y no en la Zurriola, Jack Smith se habría quedado chiquito. No existen fotos de él, todo lo contrario de Guillermo. El Tenebroso era tan discreto y escurridizo que no dejaba rastro físico. Hay que ver la descripción que hace de Magaña el FBI.
De media estatura, delgado, esbelto, de una elegancia elabora a fuerza de sobriedad, con sólo una desnuda sortija en sus dedos, jamás un alfiler en la corbata, ni siquiera un reloj en la muñeca. Pausado en el habla. Afiladamente atento siempre a su interlocutor. Con su brillante calva en cuarto creciente, parece un un joven ministro español de negocios en el extranjero o un profesor universitario. Donde la imaginación comparativa fracasa es en el intento de asociar de algún modo la figura del pelotari a su actividad especifica dentro del hampa”.
“O sea que, ¿Magaña estaba metido de lleno en negocios turbios?”
“Absolutamente. Dáte cuenta de que en Cuba, por orden expresa de Lucky Luciano, se creó un imperio criminal. El coronel Batista y el financista de la mafia, Meyer Lansky, eran los principales socios de Luciano. Primero empezaron a traficar con ron y otras bebidas alcohólicas; después, el negocio fue creciendo hasta límites insospechados”.
“Y, Magaña, El Tenebroso, ¿en el ajo?”
“Siempre, desde la sombra. Acompañado a todas partes por el Negro Frías, quien se había convertido en su chofer y guardaespaldas, recorría la isla para asistir a todo tipo de reuniones, clandestinas la mayoría. No era extraño que se reuniera con los capos Lansky, Meyer o Santo Trafficante. Personajes, como sabes, sin escrúpulos, capaces de encofrarte en hormigón, con el albañil dentro, y arrojarte en alta mar”.
“Imaginate hasta que punto el FBI vigilaba a los sospechosos en la isla, que hasta describen las actividades de Hemingway en Finca Vigía. Las juergas que montaban, quien entraba y salía, los nombres de los pelotaris que se encargaban del mantenimiento de la finca. E, incluso, una de las aficiones de Magaña en la estancia. Coger un rifle calibre 22 del arsenal del escritor y pasarse la tarde cazando gatos por toda la finca. Fue entonces cuando, Papa Hemingway, incapaz de escribir sin estar rodeado de gatos, empezó a darle la vuelta a la idea de quitarse la vida”.