Mi querido Bandini. Hoy te voy a hablar de un amigo llamado Cristóbal Ortiz, mallorquín de origen andaluz, en su día también pelotari profesional de cesta-punta que llegó a jugar en Tampa (Florida). Cristóbal, aparte de ser un tipo encantador es un viajero incansable. No es extraño verlo en una fotografía tomada dentro del “Palacio de los gritos” de La Habana o en el de Cienfuegos. Es una especie de arqueólogo cámara en ristre en busca de vestigios, a poder ser el jai-alai, la cesta-punta, como lei motiv. No me extrañaría que cuando pase la pandemia viaje hasta San Francisco (California) para indagar sobre el “Eder-Jai”, el primero de los frontones en los EE.UU. en albergar a puntistas profesionales, allá por el año 1901 del siglo pasado. Se lo voy a proponer.
A veces pienso que su afición a los viajes no es más que un pretexto para dar con vestigios de un pasado, el de nuestro deporte, que han quedado olvidados o perdidos con el paseo del tiempo.
Fue él, Cristóbal, quien me puso tras la pista del “Jamón indultado” de la taberna “El Gorrión de Jaén”, ¿recuerdas, Bandini, aquella crónica que escribí?… La única, por cierto, de la que me has felicitado, pues no te cansas de echarme en cara: a ver cuando demonios escribo algo que merezca la pena de leer.
Cristóbal me ha mandado una carta que te la voy a transcribir porque creo te va a gustar, sobre todo, por la pasión que transmite.
Comienza la carta de esta manera:
“Hola Zulaika! Ante todo felicitarte por la última carta a tu amigo Maldini”. (Ahí se equivoca Cristóbal, te llama “Maldini, nombre de futbolista o del seudónimo de un popular periodista español, en lugar de Bandini. Espero que le perdones el desliz, que tu ego de gran escritor no se vea empañado por la confusión)…
“Pude ver jugar a Chimela en Palma allá por los años 70, en un festival organizado por el llorado Paco Aguiló. Recuerdo que el “Balear” le quedó pequeño con las ostias que daba. No recuerdo con quien vino, puede que con Churruca o Chucho Larrañaga. Es igual, pero nunca había visto a nadie pegar así”.
Cristóbal prosigue con su misiva: “Hace poco, ojeando un libro que tengo de la costa mallorquina , veo que en un punto de la isla, Artá, un lugar único, que han convertido en parque-reserva natural, por casualidad leo abajo de la foto una pequeña reseña que dice lo siguiente: “Este lugar fue ocupado después de la Guerra Civil por un campamento de prisioneros”… lo que más me llamó la atención es que habla de que los soldados construyen un frontón anexo al campo… Lógicamente la historia me dejó perplejo. Así que manos a la obra, a buscar información.
Tras la Guerra Civil, 1939, juntaron en ese campo de concentración a 700 prisioneros. ¿Fueron prisioneros vascos los que construyeron el frontón? ¿Fueron oficiales vascos los que ordenaron a los prisioneros la construcción del frontón? No lo tengo claro. Lo que sí es seguro que fueron los prisioneros los que levantaron aquellos muros”.
Cristóbal acompañado por su esposa y un amigo amante de la aventura recorrió los 60 kilómetros hasta llegar al Parc de Llevant. Hablaron con el director del parque y quedó impresionado por el interés mostrado por los excursionistas. “Nos dijo que, efectivamente, había unas ruinas, parte de un frontón, metido en medio de la nada muy cerca de lo que fueron los antiguos barracones. El campo de prisioneros estaba a unos seis kilometros de la oficina del director.
Buscamos el frontón con ahínco, sin encontrarlo. Nos había dicho el director que era fácil dar con las ruinas; así y todo, por más que rastreamos el lugar no había manera. Nos acercamos a los barracones y vimos que de allí partía una carretera en principio no llevaba a ninguna parte —en este punto me acordé de Mauthhausen (campos de concentración nazi situado en Austria) y su ya triste escalera de la muerte. En fin, un lugar en lo alto de una loma con unas vistas impresionantes pero con un poso de tristeza que siento en esos lugares…
Empezamos a caminar por esa carretera asfaltada, sin mucha fe en dar con el sitio, tras varios kilómetros de caminata bajo un sol implacable nos encontramos con unos guardas que nos indicaron donde había unas ruinas, sin saber si se trataban del frontón que tan ansiosamente buscábamos. Nos adentramos en medio del bosque bajo apenas transitable. A la desesperada, me adelanté a mi mujer y mi amigo Miguel… Salté por encima de unas zarzas y… ¡DE PRONTO! Me encuentro con un pequeño pero macizo frontis. No te exagero contándote que me recordó el encuentro de los arqueólogos con la antigua ciudad de Palenque allá por Guatemala. ¡Qué alegría!..¡Me emocioné y todo!… ¡No era para menos! Al menos para mi.
Ya sabes que mi nacimiento es andaluz y que tememos fama de exagerar las cosas, pero te juro que así fue lo que me pasó. Te adjunto algunas fotos de la odisea… Seguiré investigando , no te aburro más, te tendré al corriente”.
Un abrazo fuerte!
Cristóbal
Ya ves, Bandini, que tengo amigos capaces de contar historias sencillas pero con una carga de humanidad impresionante, nada desdeñable con las grandes historias que tú y yo pretendemos contar.
Take care, my friend!