Mi querido Bandini
Hace unas semanas paseaba por Reyes Católicos —una calle peatonal del centro de San Sebastián, como bien conoces, una ciudad de poco más de 200.000 habitantes donde puedes pasar semanas sin tropezar con un ser conocido que vive a 200 metros—, imagínate la densidad de población.
La cosa es, Bandini, que de pronto, en ese cruce de gentes, la cara de una persona llamó poderosamente mi atención.
Tiene que ser él, me dije. Sí, es él, Rufino. Un pelotari con el que jugué varias temporadas años atrás. Tanto que tengo que hacer un esfuerzo imaginario para poder situarme en el tiempo. El calculo mental no falla: 41 años cuando compartimos la última temporada; y fue en Tampa. Muy lejos de San Sebastián.
Le paro, le saludo y le invito a un café. Charlamos. Entramos en el Uda-Berri, mi cuartel general, un bar tranquilo para leer, incluso para escribir y sobe todo, escuchar música de jazz.
Javier Rufino Torrealday (Gernika, 1949), o “Rufián” como me gustaba llamarle, tiene buen aspecto. Ha cumplido los 74 años y no le sobran kilos. Se cuida mucho. Qué remedio. Un coágulo en una arteria casi le manda al otro barrio el pasado año. Lleva un marca pasos en el corazón. Por si eso no fuera suficiente, años atrás cuando estaba en activo como pelotari un pelotazo, una enganchada de un zaguero, le rompió dos costillas y el bazo. En la recepción del Tampa General Hospital se desmayó y le operaron de urgencia. Salvó la vida de milagro.
A estas edades el tema de la salud es un recurso eficaz antes de continuar rememorando viejos tiempos. Había oido que le iba bien. Que se había convertido en un próspero hombre de negocios. Un self-made man, una persona que se lo ha currado y ha recibido su recompensa. El Warren Buffet del jai-alai.
Jugué con él en Tampa desde el año 1976 hasta el 1982, año en el que yo marché al Norte, a Connecticut. Rufino era un atleta excepcional gracias a una genética generosa. Un tipo de pelotari de una clase exquisita. Déjame, Bandini, añadir algo más.
Rufino era también un pelotari que pasaba varias funciones ausente y, de pronto, como si despertara de un sueño, se ponía a jugar y su rendimiento rozaba la perfección. Tenía, como gusta decir mi amigo de Dania, Steve The Hook, all the tools. Dominaba todos los lances del juego.
Me viene a la memoria una “doce”, la última quiniela de la noche en Tampa, se jugaba tanto a tanto. Despertó de un sueño y se puso a jugar y se llevó la quiniela al hilo. Rozó la exquisitez suprema para mi satisfacción porque yo era su compañero en la zaga.
Ahora bien, todo que hay decirlo, era un pelotari frío. De los que le cuesta entrar en calor.
Se lo comenté y mostró extrañeza, no se reconocía. Aunque sí admitió: “Me costaba empezar a sudar”.
También existían otras razones que más abajo te comento.
Javier Rufino Torrealday perteneció a una hornada de pelotaris que se fraguó a raíz de la apertura del Jai-Alai de Gernika, el año 1963.
Rufino tenía 14 años y nunca había visto jugar a cesta-punta. “El hermano mayor de Minte solía pasar con una cesta, vendría de Markina”.
Con la inauguración del frontón se formó una escuela sin maestro aunque el canchero fuera Manolo Verdasco.
“Allí todos aprendíamos a base de ver y de imitar a los profesionales”.
(Ganaron un torneo y les regalaron una cesta nueva, de zaguero)
Recuerda la primera vez que entró al frontón.
“Estábamos varios chavales en la entrada queriendo entrar. Un empleado, el encargado de las apuestas, un conocido suyo, dirigiéndose a él. “Tú, Chato, sube y ponte en el puesto de las apuestas”.
“Era un mostrador y unas pizarras donde la gente apostaba al color”.
Rufino recuerda a Ondarrés, el que más le gustaba. Alex, Guisasola… a Churruca, el enceste de “Guarita”, Frías en la zaga.
Y llegó el año 1968 y los pelotaris “americanos” se plantaron y no regresaron a la llamada de los empresarios de Florida.
Rufino había debutado en invierno a los 17 años y junto a una veintena de compañeros (sesgo rebaño), firmaron para ir a jugar al frontón de Miami substituyendo a loas ausentes.
Fue el inicio de su periplo americano como pelotari. Un recorrido que duró del año 1968 hasta 1998, cuando se cerró el frontón de Tampa, la ciudad en la que reside en la actualidad. Entre medio, dos huelgas, una carrera en la élite como pelotari y dos matrimonios y dos hijas fruto de su primer matrimonio. Y, además, una vida paralela al jai-alai vinculada al mundo de los negocios.
Torrealday destacó a base de clase en la cancha e hizo lo propio en el mundo de las finanzas. Pero de esto, Bandini, te hablaré después.
La hornada de jóvenes que llegaron al sur de Florida se encontró con un paraíso. Una aventura. Un intendente, Pedro Mir, amante de la disciplina y un maestro confeccionando el programa del frontón, equilibrando las combinaciones.
El vestuario del Miami Jai-Alai en la década de los años setenta era un polvorín. La rivalidad era feroz. Jóvenes veinteañeros luchando por hacerse un hueco y un bono que se repartía el último día de la temporada en función del juego exhibido.
El reemplazo del intendente Pedro Mir, al poco tiempo, supuso una pesadilla para Rufino y varios pelotaris más que se vieron desplazados por el cubano Alfredo García, un intendente caprichoso.
Rufino Torrealday percibió que iba a sufrir como pelotari bajo las ordenes de García. Habló con Aldamiz, gerente del frontón de Gernika (pertenecía a la World Jai-Alai) y el mandamás de Gernika hizo la gestión pertinente para que lo trasladaran a Tampa, también bajo la órbita de Word Jai-Alai.
Nada más llegar a Tampa y conocer el ambiente que se respiraba en los vestuarios de la ciudad tampeña, pensó: “Por qué no habré venido antes a Tampa”.
Rufino no fue el único pelotari que salió del enloquecedor ambiente del Jai-Alai de Miami. También Joaquin, Irigoras, Arcarazo, Javier Argoitia, el americano Randy y probablemente alguno más que no consigo recordar buscaron acomodo en Tampa.
Como te he dicho antes, Bandini, yo marché a Bridgeport, Ct. dejando en Tampa ocho años de mi vida. Rufino siguió en el cuadro y seis años más tarde los dos compartimos una huelga, la del 88, cada uno en su frontón. Le pregunto sobre ello y me da la sensación de que no le apetece mucho hablar del tema.
Lo dejamos a un lado.
Rufino aparte de cosechar records en el frontón de Ocala, ganando por dos temporadas consecutivas la triple corona en ese frontón, superando a Chiquito de Bolibar según Jose Mari Echaniz en una crónica del Correo dedicada a Rufino. Vencedor a si mismo del torno Ocala-Orlando haciendo pareja con Javier Argoitia.
Rufino fue campeón en cada frontón en el que jugó en la modalidad de singles.
El hombre taciturno en el vestuario, serio en la cancha, llevaba una vida paralela. Al margen del frontón fue formándose como contable, sacó la licencia. También la de real-state (agente inmobiliario) aunque no ejerció sí le sirvió más adelante para invertir con mucho éxito en ese sector. Se formó como ingeniero en ordenadores y como stock broker (agente de bolsa).
De casta le viene al galgo, reza el dicho, Bandini.
De su padre en concreto, un capitán de la marina mercante que invertía en acciones del Banco Guipuzcoano, heredó el gusto por las finanzas y los negocios.
El año 1998, justo antes de estallar la huelga, él y un pelotari llamado Corky compraron una bolera: Pinerama, situada cerca del frontón. El tándem perfecto. Rufino, hombre de números y Corky, relaciones públicas, formaron la pareja ideal en cualquier cancha o negocio.
Después de más de dos décadas de trabajo duro y recompensa les llegó la hora de la retirada. De disfrutar de la vida con su familia. Sus dos hijas producto de un primer matrimonio, tres nietos y su actual pareja, Clara.
Me habla de sus hijas con orgullo antes de despedirnos. Una de ellas, Saioa, rompió el récord de máxima puntuación del colegio como jugadora de baloncesto y fueron campeonas del condado de Hillsborough. Pertenece al Salón de la Fama de la Academia of the Holly Names.
Se graduó como psicóloga y tiene un doctorado. Trabaja en Bethesda donde es jefa de Ginecología y Obstetricia.
Oihana, su otra hija está doctorada también en psicología forense y trabaja en Tampa.
Le felicito. Su trayectoria demuestra que era posible compatibilizar la carrera de pelotari con la de los negocios. Hace falta talento y mucho trabajo.
No todos pudimos ser capaces de lograrlo.
Me despido de “Rufián”. Al día siguiente llega Clara de Florida y unos días después van de crucero hacia los países nórdicos.
Disfruta, Rufino, que la vida es breve.
Esto es todo por hoy, Bandini.