En la planta superior de los vestuarios se encuentra la cestería. Es una sala amplia y bien iluminada. En una pared hay un póster de un actor de telenovela vestido de jai-alai player. De otra cuelga un paquete de mimbres. Justo enfrente está un cuarto húmedo donde se guardan las cestas. La televisión, mejor dicho, dos televisiones funcionando, una encima de la otra. En la de la parte superior se retransmite un partido entre los Dolphins y los Jets de Nueva York; empatan a tres. En la tele inferior, son las quinielas del frontón las que aparecen en pantalla.
Mandiola acaba de ganar la single, la quinta de la matinée del domingo.
Chabelo está sentado en su silla de mimbre baja y mira hacia los televisores. Todavía no le ha entrado ninguna cesta y se le ve relajado. Imposible saber si está siguiendo a los Dolphins o las quinielas. Lo más probable es que sean los Dolphins.
El jai-alai sin los cesteros no existiría. Ellos fabrican las cestas, ellos las reparan. Son los primeros en llegar y los últimos en salir.
Hay cestas de plástico y las hay híbridas. Se ha experimentado con materiales y se sigue haciendo. Pero los profesionales, los que saben evaluar el producto, siguen decantándose por las artesanales, las de toda la vida. Son la que repara Chabelo, el cestero del frontón de Dania.
Le planteo hacer una entrevista. Sonríe y me dice que no. Un video corto, le digo. “¡Nooo!”….
“Unas pocas preguntas”, es inútil insistir.
Trabajaba en el DF de Mexico en el taller de Isidrín Izaguirre. Un lugar donde se fabricaban de 6 a 7 cestas diarias. Para el DF, Acapulco, Tijuana, Florida…
Chabelo no quería venir a los EE UU. Ganaba un sueldo digno pero Isidrín decidió retirarse. Cuando un frontón necesitaba un cestero, el taller era una oficina de colocación.
Llegó a Hartford (CT.) en el 76 para la inauguración. Estuvo hasta el 82 que fue cuando vino a Dania a petición de Fernando Orbea. Hasta el día de hoy.
Ha conocido a todos los pelotaris de World Jai-Alai, menos a tres que nunca fueron a Hartford: Almorza, Hernandez y a Cruz.
Cientos de pelotaris, y sus cestas correspondientes han pasado por la manos de Chabelo.
Los ex que vienen al frontón suben para rendirle pleitesía. La cestería es una parada obligatoria. Lugar para recordar tiempos pasados y compartir buenos momentos.
Cree que Dania seguirá abriendo con esta fórmula de dos o tres meses. “Todo funciona por temporadas”, me dice. “Mira el futbol, cuántos partidos, 14?”
Miami Jai-Alai en sus comienzos, hace cerca de cien años, abría por tres meses. Los buenos no querían ir. Todo cambió cuando lo cogió Berenson.
De vez en cuando, cuando el trabajo lo permite, se acerca al palco de pelotaris para echar un vistazo al público y a la cancha, un lugar privilegiado para seguir las quinielas.
Chabelo sabe calibrar el juego. Le gusta el cuadro de 22 pelotaris. “Van a lo que van”, me dice.
Los Dolphins han ganado y se enfrentarán a los de Buffalo. “Lo tienen complicado”.
La novena, la single, la última de la función del domingo la acaba de ganar Zulaika con el uno.
Acabará la temporada a fin de mes y Chabelo se las apañará como hasta ahora. Algo de desempleo, un part-time tal vez. A sus 60 años tiene el futuro resuelto, el de él y el de su esposa. Vive feliz y sobre todo lo es en la cestería donde le aprecian. Los que están como los que se fueron no lo olvidarán. Es el cestero de Dania Jai-Alai.