Antes de ir al frontón me tomo un buchito de café La Llave, me dicen que es mejor que Bustelo, la marca que tomábamos en mis tiempos de Tampa.
Estoy contento por doble motivo. Paseando por la urbanización con mis nietos he conocido a una señora que a su vez paseaba con otro niño. Le pregunto y me dice que es colombiana. Vino a este país hace 37 años y lo hizo de una manera peculiar.
Una prima suya que vivía en New Jersey le mandó 2.000 $ para que se viniera de Colombia. Contactó con una red de trafico de personas para facilitarle la travesía. Caminó, viajó en bus y en automóvil. Una vez en la frontera entre México y los EE UU, atravesó de noche el río Grande en un neumático de camión. Los coyotes esperaban y a ella, la única mujer del grupo, la condujeron por un desierto de Arizona. Caminaron toda la noche, solamente se detuvieron dos veces para echar un trago de agua de la cantimplora. Al amanecer, llegaron a una bifurcación donde les esperaba un auto que les condujo hasta Houston (Texas). Descansaron en un hotel y de allí los distribuyeron por destinos. Chicago, Los Angeles o a New Jersey, en el caso de María.
Vivió en la clandestinidad mientras trabajaba de limpiadora en casas de confianza. La ley de amnistía de Ronald Reagan hizo que consiguiera la green card, el permiso de residencia. Ya podía trabajar de manera legal sin tener que convivir con la angustia de la deportación. El sueño americano estaba al alcance de su mano.
Se casó, tuvieron una hija y se vinieron a vivir a Florida. La hija estudió Comunicaciones. Habla cuatro idiomas y trabaja en un hotel de Fort Laudardale.
Cuando cumplió los sesenta años viajó junto a su marido por Europa. Roma, París, Barcelona… “todo muy lindo”. Los mejores días de su vida.
Enviudó y gracias a una compañera de trabajo de su hija, cuida de un niño de dos años ocho horas al día, cinco días a la semana. Vive de esa paga y de la pensión por viudedad de su marido.
Yo también llegué a este país hace ya más de 50 años, persiguiendo mi sueño americano. También tengo mi green card y mi pensión. El destino nos ha juntado por cinco minutos, los suficientes para que me contara su historia resumida.
Estoy contento también porque en pocos minutos voy al frontón, a Dania Jai-Alai, a ver la función. Ha estado cerrado dos días y hoy miércoles retorna la actividad.
Un cuadro de 22 pelotaris batiéndose el cobre. Persiguiendo una versión del sueño americano o tal vez, retales, pedacitos de lo que queda.
Algunos se preguntan. ¿De dónde han sacado este cuadro? Ni yo ni muchos sabían de la existencia de tal cantidad de jóvenes pelotaris con semejante nivel.
De lo que he podido observar destacaría dos pelotaris. El delantero Bixente y Manci en la zaga. Son los que lideran la puntuación y lo hacen por propio mérito.
El vasco-francés Bixente es un pelotari con cuerpo de jockey, un jinete que perfectamente podría galopar a lomos de una yegua en el vecino hipódromo de Gulf Stream. El chaval engaña. Tiene nervio, es listo y atrevido. Todo lo hace bien. Está confiado y se nota. ¿Será capaz de mantener ese nivel en el mes y medio que resta de temporada?
Manci, el pelotari perteneciente a la cuadra del maestro Goixerri, made in Mutriku (Gipuzkoa).
Es una delicia verles jugar. Merece la pena tragarse las nueve quinielas que dura la función, al menos en las que él participa. Sus posturas, con las dos manos, su enceste, la coordinación en definitiva. Es un deleite. Este juego, el del jai-alai, si destaca por algo es por su plasticidad. La armonía en los movimientos. Si le quitamos esa belleza, el jai-alai se convierte en un deporte de fuerza bruta; cacharrería en una palabra.
Da la impresión de que todo los delanteros quieren jugar con Manci, no me extraña. Juega con autoridad, mandando desde la zaga. Lidera la puntuación pero eso es lo de menos, para mi al menos.
Me gustaría verle jugar en el Winter Series de Gernika, como el año pasado pensaba igual de Johan Sorozabal, un pelotari valorado aquí en Dania, de quien mi amigo Steve me aseguraba que en poco tiempo se iba a convertir en uno de los gallos del cuadro.
Steve vio el partido de Johan con Del Río contra Diego y López, empujó lo que pudo para que los chavales se llevaran la victoria. “No supieron matar el partido”.
Cierto, se precipitó Johan cuando les tenían groguis contra las cuerdas. Pecado de juventud que se cura a base de participación y de oportunidades.
¿Las tendrá Manci en el futuro? ¿Las tendrá Atain II?
No lo tienen fácil los gestores de Gernika y de otras plazas. Se ve que hay demasiados pelotaris cualificados para tan pocas plazas.
Más teniendo en cuenta que la inclusión de los pelotaris en los torneos está basada en un sistema dedocrático donde, en mi opinión, se imponen criterios como el de las las jerarquías, intereses locales y alianzas transfronterizas.
Es comprensible en un periodo de transición. La construcción lleva su tiempo, sus ritmos. El acceso a la élite se racionalizará en base a clasificatorias ganadas a pulso, en la cancha. Todo llegará.
Mientras, en lo que a mi respecta. Seguiré disfrutando las tres semanas que me quedan con el juego de Bixente y de Manci y del resto del cuadro de Dania Jai-Alai.