Como todas las mañanas, el hombre, jubilado ya, paseaba por la Concha, dejaba Alderdi-Eder y se adentraba en el puerto. Su intención era subir las escaleras del Aquarium y continuar su caminata por el Paseo Nuevo. Sin embargo, antes de llegar a la zona del Aquarium un grupo de curiosos le llamó la atención.
Se paró junto a ellos. Varios fotógrafos disparaban sus cámaras hacia el catamarán donde posaban una docena de atléticos jóvenes uniformados con pantalón blanco y camiseta de color rojo y azul.
Se percató de que el catamarán era una de las embarcaciones que transporta turistas por la bahía de la ciudad, bien sea para visitar la isla de Santa Clara o, simplemente, para disfrutar de un paseo marítimo.
Media hora antes las nubes dominaban el cielo. Ahora era el sol que pintaba el cielo de color azul. Un día de primavera magnífico.
El jubilado se mezcló con el grupo que observa la escena a bordo del catamarán.
Los jóvenes uniformados continuaban disciplinadamente posando para los fotógrafos. En la proa de la embarcación, en el otro extremo, un hombre fornido de unos 50 años, presumiblemente el patrón del barco, daba explicaciones a una pareja de turistas que desde el muelle seguían la escena.
En un inglés correcto les decía que se trataba de un grupo de jai-alai players que iban a disputar un torneo en la ciudad. Los dos turistas asentían con la cabeza y cuando escucharon la palabra mágica: jai-alai; sonrieron.
El paseante, aprovechando la confusión de la ceremonia, bajó por las escaleras del muelle y saltó al catamarán. Se dio de bruces con Ibon Gaztanazpi, un famoso presentador de Etb-1. Nadie le exigió un pase. Su presencia pasó inadvertida. Siguió escaleras arriba y, teléfono móvil en mano, se sentó en uno de los bancos de cubierta.
El grupo de uniformados se disolvió y tomó asiento en los bancos sin seguir un orden. El intruso reconoció en la bancada varias caras conocidas de políticos tanto del Gobierno Vasco como del local y foral.
Uno de los marineros soltó amarras y el catamarán comenzó a moverse lenta y sigilosamente. En cuestión de minutos dejaba la bocana y se adentraba en la bahía. La brisa marina acariciaba la cara y el sol daba de lleno mientras aumentaba el balanceo del barco. Los uniformados alargaban la piernas y extendían los brazos apoyándose en el respaldo de los bancos. Parecían personajes salidos de la película: Los lunes al sol; pero, nada más lejos de la realidad.
Fue entonces cuando uno de los uniformados, ataviado con una sudadera gris —el intruso supo después de que se trataba del famoso pelotari Erkiaga— dijo que él en ocasiones como ésta, se mareaba. Le ocurrió algo parecido en un crucero por el Caribe. Sería por eso que ocupaba un lugar estratégico en la bancada, junto a la borda.
Después de una semana con la mar como un plato, volvían las olas a la bahía, no las de invierno, pero sí lo suficiente como para que chocaran con fuerza contra las rocas de la isla a la altura de puntas y dejaran gruesas pinceladas de color blanco.
El catamarán seguía su curso lentamente sobre la superficie de un agua cristalina y se balanceaba sin brusquedades. La ciudad, Donostia, mirase por donde se mirase, lucía maravillosa desde la cubierta del barco. El intruso le comentó a un hombre de unos 60 años sentado a su lado —supo después de que se trataba de un federativo del Consejo Mundial—, “habrá lugares hermosos en este mundo, pero éste es uno de ellos”. El federativo asentía.
La embarcación perdió velocidad y se paró en medio de la bahía, al abrigo de la isla. A pesar de la estabilidad del catamarán, el balanceo aumentó. Un hombre de unos 40 años, con un niqui blanco y rayas de color azul tomó la palabra. No era un miembro de la tripulación, sino el promotor del torneo. Micrófono en mano comenzó a explicar lo que suponía para Donostia el torneo que arrancará este sábado 14 de mayo. Habló de olas que arrancaron en Gernika, del primer frontón con pared izquierda de la historia que se construyó en esta ciudad, el año 1876. “La cesta-punta vuelve a sus orígenes” y siguió hablando hasta que cedió el turno al concejal municipal y después al diputado foral. Todos ellos ensalzaron la modalidad, la más internacional. Mencionaron valores e identidad. No es flor de un día, dijeron. Este torneo ha llegado para quedarse. Mostraron su compromiso.
Los fotógrafos siguieron disparando y las cámaras trabajando a destajo cuando el grupo uniformado volvió a agruparse. Fotos y más fotos, algunas con los brazos extendidos y gritando consignas.
Tras la penúltima sesión fotográfica el intruso se mezcló con los uniformados. Uno de ellos, fornido, fuerte como una roca habló sobre crossfit y decía que había bajado la carga de trabajo. Ahora se trataba de tomar masajes y hacer estiramientos. El federativo me informó de que se trataba de Zabala, “la revelación del Winter Series de Gernika”. “Ese otro es Goikoetxea, un fenómeno”, me dijo señalando a uno que llevaba una gorra de Red Bull. Éste imponente atleta de cerca de dos metros le estaba diciendo a un reportero que “estaba disfrutando jugando. No se trataba de ganar a toda costa como hasta hace unos pocos años, sino de dar lo mejor de uno mismo”. Otro uniformado que rozaba también los dos metros de altura, anchas espaldas y barba, con acento francés comentaba que estaba recuperado de las operaciones sufridas, sin dolor alguno. Quiere retirarse jugando, en Biarritz, el escenario de grandes logros.
El catamarán volvía al muelle, lentamente. Un par de nadadores tuvieron que dejar de nadar para que la ballena blanca siguiera su curso. Flotando, miraban sorprendidos de ver aquella mancha de colores en cubierta. La embarcación atracó en el mismo muelle de donde había zarpado. Había transcurrido una hora.
El intruso se despidió del federativo. Antes de enfilar hacia el Paseo Nuevo, le prometió que acudiría al frontón para ver aquellos atletas en acción. Qué mejor plan para un jubilado que acercarse al Balda por la tarde durante cinco sábados consecutivos