La función empezaba a las cinco y llegaba con diez minutos de retraso. Recorrí el tramo del Xanti al Balda en dos zancadas. Los sábados por la tarde la zona deportiva de Anoeta (Donostia) es un hervidero de gente. Partidos de jockey sobre hielo en el Txuri. Atletismo escolar en el mini stadium o un concierto en el Velódromo. Cuando no hay partido de la Real.
Mientras aceleraba el paso, más si cabe todavía, se me pasó por la cabeza si vería a Álex en el frontón. No será fácil, pensé, a poco que se llenen las gradas será difícil localizarle.
Pasé por taquilla y dejé mis diez pesitos. Dos jóvenes azafatas salidas de tik tok o de un supermercado donde te ofrecen taquitos de queso pinchados en un palillo, me dieron la bienvenida. Una de ellas, la más rubia, tenía las pestañas en forma de relámpagos apuntando hacia las sienes como misiles.
En diez zancadas llegué a la altura del paseo de cancha. Vistazo al marcador. Goikoetxea e Irastorza perdían 8 a 6 contra Erkiaga y Lekerika en el primer set.
El aspecto de las butacas llamó mi atención. Media entrada, calculé. ¿Cuánto es eso? 500 o 600 personas, tal vez. (En la pagina de Jai-Alive, por la noche, apuntaba una asistencia de 400.)
La observación descubre la realidad y me doy cuenta que hay bastantes butacas vacías. Tomo asiento a la altura del cuadro seis. Delante de mi hay sentada una pareja. Llevan las mascarillas puestas.
Se da la vuelta como si tuviera ojos en la espalda y me dice: “Qué tal estás?, soy Alex”. No me lo puedo creer.
Le acompaña Ana, su pareja, y han venido de Sevilla. Durante el Winter Series de Gernika se desplazaron en avión en tres ocasiones para acudir al Jai-Alai, final incluida.
El primer set lo ganan con facilidad Erkiaga y Lekerika, 15 a 8.
Conocí a Alex en Barcelona hace diez años, durante la fiesta de Pilotarien Batzarra celebrada en la capital Condal. Se me acercó para saludarme: “Hola, me llamo Alex y mi abuelo jugó como profesional en Tánger (Marruecos)”.
Me trae buenos recuerdos la estancia en Barcelona. Volvía al Principal Palacio, al escenario de mis andanzas los años 72 y 73; pisé de nuevo la cancha y se agolparon los recuerdos. Dulces y amargos. Llegué con 16 años de Italia y me marché con 17 hacia la Florida. En invierno venían de Euskadi las figuras: Egurbide, Chino Bengoa, Ondarrés, Churruca, Chimela, Echave II, Guisasola, Orbea II etc, apenas sobrepasaban los 30 años y nos parecían mayores. Era un regalo y un aprendizaje verles jugar.
50 años después la media de edad en este Grand Slam sobrepasa con creces la treintena. ¡Cómo cambian los tiempos!
En esa edición del Pilotarien Batzarra homenajeamos entre otros a Juan Angel Ibarra, al entrañable Garro. Caminaba apoyado en dos muletas como Long John Silver en la Isla del tesoro. El montacargas se había estropeado y la única alternativa era subir las tres plantas por las escaleras. El calor era infernal y la humedad no lo era menos. Paseamos por la histórica cancha donde había una exposición fotográfica de fotos antiguas. Nadie se percató hasta el ultimo momento que Garro irrumpía en la cancha. Llegó empapado de sudor y la sonrisa en los labios. Lo había conseguido. No quería perderse aquel momento. Él también había movido su enorme esqueleto en ese escenario y se merecía estar en él.
No le había vuelto a ver a Álex hasta el sábado pasado. Sabía que tenía intención de venir. Me mandó un correo interesándose por la venta de entradas online.
El abuelo de Álex nació en Mequinenza (Zaragoza) pero pasó su infancia en Eibar. Debutó con el nombre de Quintana con 19 años en el Principal Palacio, (donde conocí a Alex). Jugó también en el Novedades desde el 1929 a 1933. Y después lo hizo en el “Betis” de Sevilla hasta el año 1935. De la capital hispalense se trasladó a Tánger (Marruecos) donde jugó hasta el año 1948, cuando se cerró el frontón.
Se retiró de la pelota con 39 años y se quedó a vivir en Tánger donde montó un negocio, una armería.
Su nieto Álex, de niño, veía una cesta de su abuelo y le decía que él también quería jugar a cesta-punta. Su abuelo le contestaba que no, que no podía por ser zurdo.
Álex no llegó a jugar a pelota pero sí lo hizo al baloncesto. En Vitoria (Araba) se familiarizó con las modalidades de la pelota. Fue el año 1981 cuando vio jugar a Chiquito de Bolibar en pareja contra trío en Gernika. Se enamoró de la cesta-punta.
Con el pretexto, presumiblemente, de visitar a la familia de su pareja en Irún, se acerca a los frontones.
Goikoetxea e Irastorza han perdido el partido en dos sets.
Mi mente vuela a Tánger. ¿Por qué se retiró Quintana con 39 años cuando podía haber seguido jugando en Zaragoza, Barcelona, Filipinas o en México, por señalar algunos lugares.
¿Cuando siente el pelotari la llegada de la retirada? Esa fase inevitable que tarde o temprano acecha al deportista al final de su carrera en función de la época, contexto laboral o personal.
Quintana, el abuelo de Alex, lo hizo a los 39 años. En Tánger y puso una armería.
Me despido de la pareja que ha venido desde Sevilla para asistir al Grand Slam de Donostia. Tal vez regresen para algún festival más, me dicen. Lo que es seguro, por las fechas, que estarán en Markina-Xemein, la siguiente cita del Grand Slam.