Varios pelotaris se hubieran podido dedicar al boxeo por sus características físicas. A bote pronto me vienen a la cabeza: Chucho Larrañaga, Gerrika, Chimela o Félix.
Pero que yo sepa sólo ha habido dos pelotaris que se plantearon la posibilidad de dejar la pelota y dedicarse al boxeo. Uno de ellos fue Guillermo Amuchástegui y el otro Katxín Uriarte.
Estando Guillermo en La Habana jugando, Jack Dempsey, el campeón del mundo de boxeo de los pesos pesados, le ofreció la posibilidad de entrenarlo para el boxeo. Había mucha gente en Cuba que creía que Guillermo era el atleta más formidable del mundo. El entorno de Dempsey estaba convencido de que lo podían convertir en campeón del mundo.
Rescindió Guillermo su contrato en La Habana y marchó a Miami para entrenarse en el arte del boxeo. El primer día se fue a cenar con Dempsey y su séquito. Guillermo pidió una botella de vino. Le dijeron que no, no podía. Tienes que entrenar. Terminó de cenar y sacó un paquete de cigarrillos. Se lo quitaron. Se puso su chaqueta y le preguntaron adonde iba. Me voy al centro a buscarme una chica. No, no, le dijeron. A la mierda el boxeo, no tenía por qué pelearse con nadie. Se cogió y se marchó a Cuba, de vuelta al Jai-Alai. “Es mi deporte, al menos”.
Katxín Uriarte era para los 22 años un atleta de cuerpo entero. Además de primera figura en el Miami Jai-Alai. Acostumbraba a venir por el frontón Minito Navarro, comentarista deportivo de una emisora de radio cubana en Miami, la Cadena Azul WRHC. Ex alcalde de un pueblo de Cuba conocido como San José de las Lajas, antes de exiliarse en Miami el año 59. Tenia otra faceta Minito Navarro, era el preparador de “Mano de Piedra “ Durán, por aquel entonces campeón del mundo de boxeo.
Uriarte, de carácter alegre, le gustaba gastar bromas y provocar a Minito Navarro con fintas y amagos propios de un púgil, cada vez que aparecía por vestuarios. Un gancho de izquierda, un uppercut, un jab…. Sin saber que estaba tentando al diablo. Minito vio en Uriarte un firme candidato a convertirse en un boxeador de fama mundial.
“En dos años, Uriarte, escúcheme bien, le hago campeón del mundo de los pesos medios. Olvídese del jai-alai y de toda esta mierda. Dos años y a nadar en un mar de pesos”.
Tanto insistía Minito hasta que le convenció para que acudiera al Tropical Park, un gimnasio de Miami Beach situado en la esquina de la 5ta calle con la avenida Washington, donde entrenaba “Mano de Piedra” y años antes lo hicieron Kid Gavilán y Mohamed Ali.
Uriarte sólo le puso una condición, que no se enterara Pedro Mir, el intendente. Un tipo recto.
Quedaron a las doce del mediodía en el gimnasio. A Uriarte le acompañaba “Alcalde” Garamendi, su inseparable amigo y compañero de apartamento.
Dieron con el gimnasio. Cerca de la avenida Collins, una especie de almacén con la fachada pintarrajeada con motivos boxísticos. Dentro entrenaban más de 20 boxeadores y varios preparadores y decenas de mirones conformaban una estampa capaz de intimidar al visitante. Púgiles de color y gente latina, la mayoría. La humedad era terrible y olía a sudor viejo. Los golpes secos de guantes chocando contra una hilera de sacos colgados del techo y punching balls resonaban como un eco. En las paredes posters de Alí y de Kid Gavilán y varios púgiles más se entremezclaban con espejos donde unos púgiles con cara de mala leche miraban y lanzaban golpes contra su propia imagen. Sobre un ring dos tipos de más de cien kilos se estaban zurrando de lo lindo. Los preparadores no paraban de darles ordenes: “¡uno-dos-uno dos!”… “¡esa guardia!”…
Minito le ayudó a ponerse unos guantes, pero primero le forró las manos con esparadrapo hasta la altura de las muñecas. Nunca hubiera imaginado que pesaran tanto. Se sentía torpe. Incómodo. “No te preocupes, Uriarte, ocurre siempre. En unos minutos no los vas a sentir”.
Katxín empezó a soltar golpes imaginarios para familiarizarse con las prótesis que colgaban de sus brazos. Subió al ring que le indicó Minito. Antes le hizo ponerse un casco protector en la cabeza que tan solo dejaba ver la cara.
Una vez arriba, Uriarte se sintió como un chiquillo con ganas de jugar. Empezó a danzar en puntillas y a soltar golpes contra un rival imaginario.
Apareció Durán medio dormido y con cara de enfado. A saber donde había alternado esa noche. Minito le ayudó a calzarse los guantes mientras le decía: “¡Vamos!… Robertico, “¡Vamos!”.
Sin calentamiento previo subió al ring. Uriarte seguía danzando como un chiquillo y lanzando golpes. Durán dio unos pasos hacia el pelotari con los brazos caídos. Aun así conservaba en sus ojos la mirada del depredador insaciable. Lo único reconocible en él en este momento.
“¡Vamos, carajo, vamos!… ¡despierta Roberto!”, gritaba de una esquina Minito.
“¡Uriarte!”, le gritó Minito. “Saca la izquierda y pégale un crochet. Despiértalo de una vez, carajo”. Uriarte ni corto ni perezoso se plantó delante de “Mano de Piedra” y le largó un golpe directo a la mandíbula con la izquierda. Sonó un crack. El impacto dio de lleno y Durán cayó de espaldas como un ternero tras el mazazo del matarife de Aulesti. Retumbó el piso. Cesó todo ruido en el gimnasio, se congeló la imagen. Todo el mundo se percató de lo que acababa de ocurrir. Un jovenzuelo, un desconocido, había tumbado al campeón del mundo. Minito palideció.
Fue el “Alcalde” el primero en reaccionar. “¡Guaji, vá… vá… vámonos-echando-hostias-de-aquí antes-de-que-despierte-ése!”
Uriarte jamás volvió al Tropical Park. Minito no insistió más con el boxeo. “Mano de Piedra” Durán, después de aquel K.O., nunca fue el mismo. Juró y perjuró que si volvía a ver al jugador de jai-alai, lo mataba. Berenson se hizo cargo del frontón de Hartford y Uriarte pidió el traslado. A partir de entonces jugó con el nombre de Katxín. No busquen a Uriarte en la foto de portada, andaba por Connecticut.