He visto rebotear al de Bolibar (Txikito); al “Carnicerito de Aulestia (Katxín); al gran maestro de Miami (Joey); al genial pelotari que fue el mexicano Inclán. Voy más atrás y me vienen a la memoria Ondarrés y Egurbide. Grandes reboteadores de revés todos ellos.
Ahora bien, no he visto, no recuerdo haber sido testigo de un tiro de rebote de revés como el ejecutado por Aritz Erkiaga, hace dos semanas en el Jai-Alai de Gernika, cuando se enfrentaba a Diego Beakoetxea y Aldazabal acompañado por Zabala.
Les ruego observen el vídeo. Disfrútenlo. Es una jugada para enmarcar. Una exhibición de maestría, de virtuosismo. El prestidigitador que de pronto saca de la chistera una jugada más propia de dibujos animados que el simple hecho de alejar la bola lo más lejos posible de los adversarios.
Un adversario que titubea ante ir al dos paredes o buscar el aire contra la pared izquierda.
Un golpe de cintura, un giro del tronco y deja clavado al tercero de la saga de los Beaskoetxea.
Algo insólito. No me atrevería a decir lo nunca visto, pero sí afirmo que yo nunca he sido testigo de un disparo de semejante calibre.
Una picada al ancho pero no ejecutada con la derecha, bien de rebote o directamente, como nos tiene acostumbrados el gran Iñaki Goikoetxea.
Lo que hizo el artista, el José Tomás de Ispaster, es pura brujería. Hay que tener duende y ser atrevido. Parece que los dos, el de Galapagar y el de Ispaster han compartido maestro y pertenecen a la misma secta, una que escapa a los mortales.
Nos deleitó con esa jugada y ahora queremos más. El domingo se enfrenta a un nuevo reto. Tendrá que echar mano del repertorio si quiere ganar la primera edición del Winter Series. Tendrá que tirar de magia. Destapar una vez más el tarro de las esencias y dejar que su aroma como el incienso se extienda por la Catedral del jai-alai hasta el punto de adormecer a sus rivales.
No lo tiene fácil. Una maquinaria indestructible de carne y hueso y un delantero reconvertido en zaguero. Un Aimar que para mi ha sido una de las sorpresas del campeonato. Un pelotari que llega a la final con los deberes hechos.
Goikoetxea y Aimar ¿Acaso puede darse una mejor combinación?
El de Ispaster tendrá que ir este domingo vestido con sombrero de copa y frac, una varita en la mano, en lugar del pantalón blanco, camiseta y faja. Encomendarse a los dioses y rogar que le asista la divina providencia para enfrentarse a dos tipos duros. Dos gladiadores acostumbrados a fajarse en la arena y convencidos que lo que les depare es un premio extra en el ocaso de sus carreras.
Aritz no sólo tendrá que desplegar su juego de jugadas inverosímiles, además tendrá que sujetar a su caballo. Susurrarle a los oídos. Un atleta llamado Zabala, temperamental, fogoso. Un pelotari que tendrá que responder a la presión de jugar ante 2000 personas más los miles que sigan la retransmisión a través de la televisión pública vasca. En una cancha exigente y ante una pareja que va a descargar toda la artillería en la zona alejada del frontis. Lejos del poder sobrenatural del virtuoso de Ispaster.
Que Dios reparta suerte.