Soplaba el viento del sur y la temperatura rozaba los veinte grados cuando llegamos a Gernika. Aparqué donde pude y tardé diez minutos en llegar al frontón. Faltaba media hora para que arrancara el partido final cuando accedí a las escaleras que dan acceso a las gradas.
El murmullo de la gente iba in crescendo conforme subía hasta convertirse en algarabía. Gente y más gente entorno a la barra del bar. Gente de pie mirando hacia la cancha o conversando. Caras conocidas, saludos y derechos a buscar un asiento donde poder seguir el partido. Imposible. Todas las butacas ocupadas. Decidimos colocarnos de pie junto al stand del espiker que con su voz atronadora iba calentado el ambiente como lo ha venido haciendo todo el campeonato.
El ambiente era de gala, la puesta en escena impecable y cerca de 2000 personas para contarlo, el señor Urkullu, el lehendakari del gobierno vasco incluido.
La final no fue buena ni la emoción la esperada ni la deseada. Suele pasar en las finales. La del domingo no fue la excepción. Es deporte y hay muchas variables en juego.
La pregunta en el aire en los prolegómenos del partido. ¿Favoritos?
Pienso que este sistema de juegos complica la labor a la hora de decantarse por unos o por otros. Un empate a un set supone un tercero a cinco tantos. Un cara y cruz.
La clave estaba en la zaga. Era ahí donde se podía romper el partido. Mi opinión y la de otros que pude compartir.
Efectivamente, fue en la zaga donde el partido saltó en pedazos. Llegó la sorpresa y Zabala rompió la balanza a favor de los azules. El chico fuerte, el pelotari fogoso pero irregular que había dado muestras de flaqueza en algunos momentos en otros partidos. La parte supuestamente más frágil en el cuarteto dio la campanada y noqueó a sus rivales.
El crossfit le ha convertido en un ironman. Está hecho un toro. No es el suyo un derroche de técnica pero pega duro y atrasa la pelota. El día de la final apenas perdió pelota franca. ¿Qué más se le puede pedir? Nada. Rendirse a su rendimiento y felicitarle.
Aimar no tuvo su día. Ha hecho un campeonato digno para un delantero reconvertido en zaguero. Transmitía la sensación de seguridad. De saber ejecutar el papel asignado para cubrir las espaldas del coloso de Zumaia. El domingo, el mayor de los Aldazabal, estuvo errático y no conseguía atrasar la pelota para alejarla del radar del maestro de Ispaster.
El precio a pagar fue enorme. Un Zabala inconmensurable y un artista en estado de gracia dispuesto a desplegar su repertorio de jugadas. Y ocurrió lo que nos temíamos. Se llevaron el primer juego sin dificultades.
Aritz Erkiaga, el José Tomás de la cesta-punta, posee un talento al alcance de unos pocos a lo largo de la dilatada historia del jai-alai. Verle cargar el arma, amagar y ejecutar una jugada marca de la casa Disney, es todo uno. En un visto y no visto. Sin que el adversario pueda hacer nada.
Goikoetxea, el poderoso delantero que sigue conservando sus dotes de primera figura, poco pudo hacer. Fue un quiero y no puedo el suyo. Atacó la zaga como mandaba el guión, pero el de Markina-Xemein le respondió como pocos esperaban.
Aritz le ganó la partida a la hora de acabar el tanto. Goiko intentó algún remate, pero el de Zumaia no es Erkiaga. Nadie lo es a día de hoy. El maestro de Ispaster monopoliza el talento y la magia.
El segundo juego fue algo más reñido. Esperaba unan reacción de los colorados. Y una bajada de brazos de los azules. Suele pasar en este sistema de sets. El ganador de la primera ronda se relaja. El perdedor aprieta y se da el empate a juegos. Todo queda en manos de un definitivo set a cinco tantos.
Si el partido no estaba resultando redondo, al menos esperábamos, deseábamos, emoción en el marcador. No fue el caso. Hubo algo más de pelea. Incluso empataron a siete tantos gracias a una decisión atrevida del juez delantero dando por mala un intento de enceste por parte de Zabala.
Sin embargo, los que a priori eran mis favoritos, Goiko y Aimar, no daban señales de mejorar su rendimiento. Algo parecido a lo que había ocurrido en el primer set con un marcador más apretado.
Y con esos argumentos es difícil doblegar a una pareja sólida como las de los azules. Zabala seguía siendo un valladar y Aritz se paseaba con su varita mágica dispuesto en cualquier momento a frustrar cualquier osadía de sus rivales.
Una muestra del arte del maestro de Ispaster fue la de un envío de rebote de revés a dos-paredes, cerca de la pared izquierda, lanzándose al piso.
Hay números de magia sueltos que salvan cualquier espectáculo. Esa jugada fue una de ellas.
Se pusieron 12 a 14 los colorados. El pueblo pedía más emoción. Culminar una jornada inolvidable con un tercer set y después que ocurriera lo que el destino decidiera. No fue así.
Era el día de Zabala. el guionista del partido le reservó una plaza de honor en el palco.
Soltó el mejor revés del partido y la pelota fue a morir a chula como ejecutada con un tiralíneas. El atleta convertido en orfebre. Un delicatessen. Una chula impecable. La rúbrica a un gran partido por el pelotari que dio la sorpresa.
Su compañero Aritz Erkiaga no la dio porque nos tiene acostumbrados, mal acostumbrados, a deleitarnos con un tipo de juego que engrandece una modalidad única como es la cesta-punta.
Fue él, el maestro, el que recibió el galardón al mejor pelotari del campeonato. Justicia.