Es complicado entrevistar a un antiguo compañero por el que sientes admiración. Sentimiento que se remonta a un tiempo lejano, el año 1980, en el que formamos pareja en el Miami Jai-Alai, con el número seis a la espalda. Y, sin apenas yo tocar pelota, él se encargó de ganar la quiniela a base de rebotes de revés y costados de remate. ¡Qué manera de jugar a jai-alai!
No es de extrañar que cuando dejé atrás la Sheridan St. y enfilé la US-1 sintiera mariposas en el estomago, como aquel lejano día antes de saltar a la cancha del legendario frontón del sur de la Florida.
Habíamos quedado a las doce del mediodía, en el Granpa´s Café, un restaurante de comida americana, cercano al Casino-Frontón de Dania.
Llegué con veinte minutos de antelación tras pedalear bajo un sol abrasador, lo hice sin prisa, para no romper a sudar. El contraste de la temperatura exterior y la del interior en ese tipo de locales, en Florida, es brutal.
Cuando crucé el umbral del Grampa´s Cafe (Dania, Fl.) me invadió una sensación extraña. Iba a charlar con un nativo, una leyenda viva de un deporte muerto en USA, al menos como nosotros lo hemos conocido.
Fue en ese mismo instante cuando entró en el local Joey Cornblit. El pelotari que ha conseguido formar parte del Salón de la Fama del Deporte en el estado de Florida. Ganador de cinco Tournament of Champions, innumerables torneos y premios a lo largo de sus más de veinte años como profesional del jai-alai. El indiscutible mejor pelotari americano de todos los tiempos. Para sus incondicionales, el mejor delantero en la modalidad de quinielas de las últimas décadas.
Me recibió con una sonrisa tranquilizante y con una actitud tan amable que me hizo sentir cómodo desde ese momento y durante las más de tres horas que compartimos mesa y mantel.
Joey, a sus 66 años, tiene un aspecto magnífico y eso que cuando tenía 49 casi muere de un ataque al corazón mientras jugaba al golf. Acudió al hospital sin perder un minuto y le salvó la vida. Me señala el brazo izquierdo donde se ven las cicatrices a consecuencia de las intervenciones. Lleva varios bypasses en el interior de su cuerpo.
Le digo que dejaría de fumar puros. Recuerdo al Joey de la década de los años setenta, fumando sus buenos habanos. Me dice que no, que sigue fumando puros.
“¿Uno al día?”, le pregunto.
“No, que va, me fumo varios al día”, me responde.
“No me digas. ¿Y tu doctor que dice al respecto?”.
“Él no sabe nada”, me contesta con una sonrisa maliciosa.
Le gusta fumar puros sobre todo cuando juega al golf. Un deporte al que está enganchado (handicap 12). Gracias, en parte, a su habito de fumador. —“Los mejores son los nicaragüenses, de la casa Fernandez”— tiene un trabajo excelente del que de momento no piensa en retirarse.
A los pocos años de dejar el jai-alai —se encontraba sin trabajo— estaba fumando un “Fernandez” en un cigar-lounge (un local donde venden cantidad de puros de diferentes marcas y puedes tomarte un trago). Se le acercó un señor preguntándole si él era Joey, la antigua estrella del Jai-Alai de Miami. El hombre no daba crédito. Tenia delante a su ídolo de los años dorados del Miami Jai-Alai
Al día siguiente estaba trabajando para ese señor, dueño de una gran empresa. Hasta el día de hoy.
“Se me abrió el cielo”, me confiesa.
¿Cómo un judío americano como tú, llegó a parar a un deporte como el jai-alai?, le pregunto de sopetón. La cuestión me intriga.
“Cuando yo tenía nueve meses mis padres se mudaron de Canadá a Miami. Mi padre, nacido en Polonia, fue un superviviente del Holocausto. Uno de los 800 niños embarcados en un tren con destino Auschwitz que milagrosamente salvaron la vida.
Más tarde luchó en la guerra de Independencia de Israel en los servicios secretos junto a Moshe Dayan. Mis padres emigraron a América y finalmente nos afincamos en Miami”.
Su padre, trabajador del metal, acudía al Miami Jai-Alai con frecuencia. Le gustaba tanto el deporte vasco que un día se acercó a las canchitas de North Miami para practicarlo. Fue entonces cuando Joey, doce años, tomó contacto con el jai-alai. Howie, el dueño de las canchitas le apadrinó acompañándole a todas partes. Convirtiéndose en su mejor amigo, hasta la fecha.
Seis meses más tarde, Miami Jai-Alai abrió una escuela para promocionar el deporte y utilizarlo como cantera para atraer a jugadores americanos e incorporarlos al cuadro.
Epifanio, un ex profesional en el Habana-Madrid, pelotero del frontón, se convirtió en el profesor de la escuela.
Epifanio, un hombre que no levantaba la voz y daba muchas explicaciones a sus alumnos, se convirtió en una especie de padre para Joey. El hecho de que Epifanio y su esposa no tuvieran hijos, ayudaría a que el joven americano se convirtiera en su hijo adoptivo.
“Si un revolver tiene seis balas ¿por qué usar sólo una “, le insistía una y otra vez el maestro.
Dando a entender que un pelotari tiene que tener “all the tools”, todas las herramientas. Saber manejarse en todo tipo de lances del jugo.
Para Epifanio, Joey era su hijo adoptivo, pero también era severo con el discípulo.
En cierta ocasión Joey entró a bote-pronto en lugar de aire, una mala entrada. Epifanio le llamó la atención. En la siguiente jugada, de nuevo, otro bote-pronto. El maestro le expulsó de la cancha.
El viejo profesor le inculcó una mentalidad ganadora. Un estilo de juego que seria determinante en su carrera. Rematar la jugada. “Go for it”. Un dominio del costado tan perfecto que formaría parte de su ADN hasta la retirada.
Con 15 años, 1970, acudió a San Juan de Luz (Lapurdi, provincia vasca en el estado francés), a jugar el campeonato del mundo de aficionados. La expedición americana la componía su padre, Pistón de entrenador, sus compañeros Nickerson y Charlie Hernandez. Marty Fleishman era de la partida y también Larsen, manager del frontón de Tampa.
En San Juan de Luz conoció al que un año más tarde y en adelante se convertiría en gran rival suyo: Katxín Uriarte.
Azpiri, Mirapeix II, los mejicanos Zubikarai y Hamui… “Había un delantero francés, Boutineau, que jugaba con la izquierda. Eso sí que era extraño y peligroso”.
Quedaron terceros y con la medalla de bronce regresó a Miami. No por mucho tiempo.
Joey compaginó sus estudios de bachiller con los ensayos en el frontón.
“No era un buen estudiante. Yo creo que mi padre se daba cuenta y por eso no ponía impedimentos para que dedicara tantas horas al frontón”.
A los 16 años debutó en el Miami Jai-Alai, pero antes lo hizo en Gernika, durante el verano. Recuerda cuando llegó a Sondika y fue a recibirle al aeropuerto, Bilbao, el intendente del frontón de Gernika. El viaje a en coche a Gernika. Nunca antes había visto montañas, el color gris y la lluvia. Le invadió la tristeza y sin hablar español se hospedó en Arrien, al principio en una habitación sin ducha ni baño, hasta que Castor Arrien se apiadó de él y le facilitó una con más comodidades. Hablaba los domingos con su familia.
Su deseo de aprender y de triunfar compensaban todas las penurias.
Debutar en Miami fue un sueño hecho realidad. Fue en la temporada 71-72 y lo hizo con otros debutantes como Uriarte (Katxín), Camy, Remen y Gondra.
Empezó jugando las primeras quinielas y recuerda que la primera la ganó en el número dos con Arratibel como zaguero. Su progresión fue tan rápida que para el final de la temporada jugaba las quinielas medianas.
En el verano del año 1972 se abrió el frontón de Ocala. Joey formó parte del cuadro junto al resto de pelotaris que procedían del frontón de Tampa. Se enfrentó a grandes rivales como Bolibar, Elorrio, Aramayo II, Pablo… y ganó los tres títulos. Máximo ganador de quinielas, dobles y single.
Esa temporada jugaron un partido a doce tantos Bolibar-Gorroño contra Joey-Laca. El resultado final fue 12 a 11 a favor de Bolibar-Gorroño. Alfredo García, juez de centro que más tardaría se convertiría en intendente de Miami, comentó que él no había visto jamás jugar de esa manera al jai-alai..
La segunda temporada de Joey en Miami fue un tanto convulsa. No todos los pelotaris veían con buenos ojos que un judío americano amenazara con subírseles a las barbas.
En los ensayos previos al inicio de la temporada algún que otro rival hacia gestos de desaprobación por tener que ensayar con el joven americano. Joey, sin embargo, lo tomaba como un estímulo para salir a la cancha y hablar con su juego.
Joey y Uriarte empezaron a jugar las buenas desde el principio de temporada.
El rechazo a Joey subió en intensidad cuando algún desalmado del cuadro pintó frases a favor de Hitler y dibujos de swásticas en la taquilla del pelotari judío-americano.
Louis Stanley “Buddy” Berenson, el dueño del frontón, también judío, montó en cólera cuando bajó a los vestuarios y comprobó lo que habían hecho en la taquilla de Joey.
El maestro Epifanio le inculcó el juego agresivo, rematador.
“Llegué a tener tal grado de confianza en mi costado que no me importaba quién era mi rival y tampoco que estuviera allí, esperando a la jugada. Go for it, pensaba. Sabía que mi porcentaje de aciertos era de un 70 a un 80 %. Ese dato me daba mucha confianza”.
Le pregunto si era el único delantero que tuviera esas características. Me contesta que no, había otros dos de ese estilo: Zulaica y Cacharritos Alberdi.
El mejor pelotari en individuales, sin discusión, era Asís.
“En tres ocasiones fui yo el ganador en singles. No sé cómo pudo ocurrir. Asís tendría algún despiste en esas tres ocasiones”, me dice sonriendo.
En duplas, esas primeras temporadas en el mítico frontón , Uriarte fue su gran rival. Se lo piensa mejor y reconoce que el plantel de primeras espadas en los cuadros delantero era increíble.
Juaristi, Asís, Mendi, Zulaica, Alberdi… como una docena de pelotaris fuera de serie como Gernica II (Beascoechea II), Juan (Elejabarrieta II) o Rufino, Oregui, se las veían y deseaban para entrar en la doce, la quiniela estrella.
El año 1977 jugó tres meses de verano en Euskal Herria. Cree que lo hizo bien. Se enfrentó a Uriarte, Chiquito de Bolibar, Ondarrés, Egurbide…
Guarda buenos recuerdos de Churruca.
“Se portó de maravilla”.
Dándole consejos de como respirar en loas partidos, ejercicios de estiramiento. Muy amable con Linda, su esposa, que no hablaba palabra en español.
“Me inculcaba mucho que había que ensayar como se juega. Con mucha intensidad”.
Joey no cree que haya una distinción entre pelotaris más proclives a destacar en partidos que en quinielas o viceversa.
“El que juega, juega, sea en quinielas o en partidos”.
En la década de los años setenta, en Florida, Joey tuvo enfrentamientos sonados con Bolibar, en partidos a 20 tantos.
Si mal no recuerda, los ganó todos.
“Creo que Bolibar jugaba muy presionado. Él era la super estrella y un americano como yo amenazaba su prestigio. La parte mental, en cualquier deporte, es muy importante. Creo que es ahí donde estuvo la clave para que le derrotara en todas las veces en las que nos enfrentamos”.
Sus zagueros preferidos fueron Soroa, Arratibel y Laca.
Sus mejores temporadas las del 76 al 78.
Jugó también en Hartford durante tres temporadas, formando parte de cuadros donde se juntaban los mejores pelotaris del momento.
Joey esperaba retirarse en Miami Jai-Alai, el Yankee Stadium de los frontones. Sin embargo, las cosas se torcieron cuando decidió convertirse en empresario y abrir un frontón en Phoenix (Arizona). Junto a varios socios recaudó un millón de dólares y puso en marcha su proyecto en Arizona, dentro de una reserva india.
La aventura de Arizona no salió adelante porque el fiscal general del Estado se opuso a que se permitieran apuestas de jai-alai en la reserva india. La apelación ante el Tribunal Supremo les hubiera costado otro millón de dólares.
Su sueño era el ser dueño de un Jai-Alai. Es imprevisible pronosticar qué hubiera supuesto el frontón en Arizona para el porvenir del jai-alai.
Joey tenía negociado con Miami Jai-Alai un bonus de 25.000 dólares anuales. Richard Donovan, general-manager del frontón, le retuvo 50.000 dólares correspondientes a dos años. La represalia al proyecto de Arizona supuso que Joey abandonara, el año 1986, World Jai-Alai y firmara contrato con la competencia: Dania Jai-Alai.
En 1986, Joey se incorporó al cuadro de Dania. Los comienzos no fueron los deseados. Se encontraba incómodo. La sensación extraña le embargaba. Había dejado atrás Miami Jai-Alai, un frontón que tanto representaba para él. La familia Berenson le había dado la oportunidad de jugar en el legendario frontón y destacar ante rivales de máxima categoría. De pronto se veía fuera de su hábitat natural. Todo era extraño.
Sus rivales en los cuadros delanteros eran temibles en Dania también. No podía relajarse ante adversarios como Juaristi, al que se volvía a enfrentar; Zavala, Azca… Elorza en la zaga, la competencia era máxima.
Fernando Orbea, el intendente, le animaba cada vez que se juntaban en la oficina de éste último mientras se fumaban un buen puro.
Le pregunto por el año 1988, el año que dio inicio a la huelga que duró tres años. Le digo que si no le apetece hablar del tema, no pasa nada. Pasamos al siguiente punto.
La situación es un poco rocanbolesca. Joey siguió jugando, no secundó la huelga. Yo, por mi parte, sí la secundé en Bridgeport. Han pasado 33 años, suficiente tiempo para dejar los fantasmas del pasado a un lado. Traigo los deberes hechos de casa, por si tenemos que tocar el tema.
“No hay ningún problema para hablar de ello”, me dice con un tono de seguridad.
Le dejo que se explaye.
“Fue una desgracia. Por mi parte no había ningún problema en pedir mejoras. Es más, está en el ser humano intentar mejorar, ganar más dinero. Ahora bien, las cosas se hicieron de una manera extremadamente radical. O todo o nada. No se usó la cabeza, sino las vísceras. Además, no hubo respeto. Si tú quieres hacer huelga, ok, pero respeta mi postura. No ocurrió nada de eso. Los dueños era muy ricos, salvo Berenson, no amaban al jai-alai. No les importaba cerrar el frontón si había que cerrarlo.
Vosotros (por los pelotaris vascos) podíais iros al País Vasco y seguir jugando. Yo me tenía que quedar aquí. Fue una desgracia ya que todos amábamos el jai-alai”.
En esa época, año 1988, Joey ganaba unos 100.000 dólares anuales jugando al jai-alai.
Los dos últimos años para Joey no fueron los más deseables. Varias lesiones y alguna que otra operación le impidieron mantener su nivel de juego.
Se retiró el año 1995. La transición no le fue nada fácil. Mientras jugaba todo el mundo le decía: “cuando dejes de jugar, no te preocupes, yo te daré trabajo”. No ocurrió nada de eso.
Cuando el pelotari deja de jugar cambia la situación. Tener que buscar un empleo. Adecuarse a un horario. Otro tipo de exigencias. Sin la libertad del deportista profesional. Mayor, tal vez, para alguien que se dedica al jai-alai.
Tras trabajar para una compañía de seguridad, se encontraba sin trabajo. Acudió a un cigar-lounge y el encuentro con una persona cambió su vida. Aquel dueño de una gran compañía le ofreció trabajo de inmediato. Hasta el día de hoy, a sus 66 años, a punto de empezar a cobrar íntegramente su pensión de jubilación. Y a seguir trabajando en algo que le gusta, no le causa ningún stress y le permite jugar al golf, un deporte que le apasiona.
Vive en Plantation, cerca de Dania, con su esposa Linda. Tienen dos hijos, Josh y Nicole, y cuatro nietos.
Han transcurrido unas tres horas. Se me ha pasado el tiempo volando. Joey es una persona agradable y atenta. Me da la impresión, cuando me despido de él y voy pedaleando por la US-1 bajo un sol abrasador, que si habré sido capaz de sacarle provecho a la entrevista. Al fin y al cabo, he tenido delante a una leyenda viva por la que sentía admiración desde hace muchos años, cuando le vi jugar en el Yankee Stadium del jai-alai. Y, más, cuando formamos pareja y dio una lección magistral de pelota.
Antes de despedirnos, busco en las paredes una fotografía de Joey, con una dedicatoria, de la que me habían hablado. No la encuentro. La camarera no sabe nada. Hace un año que cambiaron los dueños en Grampa´s Café. Le pido a la camarera que nos saque una foto a los dos. Quiero un testimonio de la velada.