Mi querido Bandini.
Se acerca la fecha del fin de la gran aventura y me da por ponerme pensativo. No lo puedo remediar.
¿Que a qué me refiero cuando digo “el fin de la gran aventura?
A partir del 28 de noviembre, con el cierre de Dania Jai-Alai, no va a haber un solo frontón de jai-alai profesional operativo fuera del País Vasco. Hecho éste que no ocurría en el pasado siglo y medio. Déjame que te cuente, Bandini.
Hace aproximadamente 150 años empezaron los primeros pelotaris vascos a salir fuera del país de lo vascos, a cambio de un sueldo por jugar al “sport vascongado”, como lo llamaba un ilustre escritor de aquella época, a lo que conocemos como cesta-punta o jai-alai.
Bandini, permíteme ser lo más esquemático posible y a grandes rasgos explicarte qué es lo que ha pasado. Ya sabes que no soy ningún historiador ni erudito ni cosa que se le parezca. Me dejo llevar por reseñas, testimonios, vivencias y, también, de la intuición. Por lo tanto, la mía, es una lectura personal del por qué de este fenómeno tan curioso.
Muchos vascos, así como muchos otros europeos, italianos también, como tus ancestros, les dio por buscar una vida mejor lejos del país de origen.
En nuestro caso, en Vasconia, había hambre, miseria y un sistema de mayorazgo en el que, en muchos casos, el primogénito era el que heredaba la tierra y, el resto, al fresco, a buscarse la vida.
No es de extrañar que fueran muchos los que se embarcaran en la aventura americana, la dulce tierra prometida, a la que algunos les fue muy bien y a otros no tanto.
A los que les fue muy bien fueron los que montaron empresas y sociedades. En el caso de la Argentina, fueron avispados empresarios de origen vasco los que llevaron a cabo la contratación de pelotaris por temporadas para que jugaran en los frontones construidos. El sport vascongado que ya funcionaba en España, en Madrid, con gran éxito, lo trasladaron al país de la Plata. A golpe de talonario llevándose a las figuras, incluso al Messi de la pelota, al Chiquito de Eibar, que cuentan jugaba horrores.
Ya tenemos la figura del empresario de ultramar dispuesto a llevarse su parte del mercado. Después de la Argentina, vino México, Cuba después. A lo largo del siglo XX, una auténtica expansión. La apuesta como principal fuente de ingresos. Un negocio rentable que atrae al capital.
Volvamos un poco hacia atrás. Un flashback. Un pequeño apunte histórico. Cuando los primeros profesionales fueron contratados para jugar, primero en los frontones vascos, después en Madrid, a una modalidad conocida como “bote-bolea” o “joko-garbi” (juego limpio), lo que tras unos cambios evolutivos se convertirá en cesta-punta, esta nueva variante tumbó modalidades ancestrales que se practicaban en el País Vasco desde tiempos inmemoriales. Arrincona un mundo para que surja uno nuevo. (Fenómeno curioso).
El salto evolutivo de “bote-bolea” a cesta-punta se da en la Argentina entre el XIX y el XX. La “nueva” tecnología (innovación) propicia una revolución en el juego. Una vuelta de tuerca. Se modifica la herramienta, la cesta más larga, con más fondo. Se introduce el caucho en la confección de pelotas, más vivas. El juego se transforma. Se convierte en más espectacular. Y hay otro factor que pienso fue fundamental para que el sistema de apuesta no perdiera vigor: la adaptación del formato de quiniela en lugar de puntuar a partido. Vital en el devenir del jai-alai, especialmente en los frontones norteamericanos.
La gran aventura no solo se desplazó a países de habla hispana, como he señalado antes, debido a la influencia de la diáspora vasca. También lo hizo a países como Italia, Egipto, después a China, Filipinas o Indonesia. Fue como si la modalidad, en manos de empresarios aventureros, se expandiera por el mundo a modo de franquicia bajo una multinacional.
Pero no todo fueron grandes plazas, Bandini, las hubo también menores. Aventuras empresariales precarias. Un puñado de pelotaris, con un empresario-intendente al mando, que posiblemente ejercería de juez. Un pelotari encargado de las pelotas, y de lo que hiciera falta. Poco sabemos de ellas, salvo que duraron poco. Costa Rica, Venezuela, Colombia, Perú.. el Eder-Jai de San Francisco (California). Genova, Turín, Florencia, Milán, Nápoles… Vigo, A Coruña, Lérida, Sevilla, Valencia, Salamanca, Panticosa etc.
Desaparecieron, Bandini, desaparecieron. Como surgieron, dejaron de existir. Un vago recuerdo. Es como si nacieran con fecha de caducidad, meses, un año, varios, unas cuantas décadas. Todas abocadas a un final. Hay una cuestión que me intriga, la longevidad de los frontones. Salvo casos como el de Miami que dentro de cinco años hubiera llegado al centenario, el resto, con algunas diferencias, han permanecido abiertos ininterrumpidamente unas pocas décadas como mucho. Hay tema de estudio.
¿Por qué? ¿Cuales han sido las causas del declive, hasta la desaparición total de la presencia del jai-alai profesional fuera del País Vasco, con el cierre del frontón de Dania (Florida) el próximo 28 de noviembre?
Históricamente, el jai-alai profesional ha sido una explotación basada en el cruce de apuestas. Una adaptación empresarial de una práctica popular dirigida a un espectador cuyo principal interés es la apuesta. Encasillada en una industria, la del juego. Los frontones convertidos en casas de apuestas.
La presencia y evolución sería la siguiente: los frontones de renombre tienen su momento estelar a finales del XIX y comienzos del XX con los frontones de Madrid, Argentina, Cuba y México. Desaparecidas las plazas de Madrid y Argentina, la curva baja pero se sostiene y, finalmente, con la apertura de los frontones norteamericanos, el número de frontones y profesionales vuelve a ascender.
¿Motivos de los cierres?
Diferentes razones. Desde revoluciones (China, Cuba; prohibiciones (Brasil, Perú, Indonesia, Filipinas). Y, seguramente, en la mayoría de los casos, motivos económicos, la nula rentabilidad.
En los EE UU, el jai-alai es encasillado en la división del pari-mutuel, junto a hipódromos y canódromos. Legislada bajo los mismos parámetros.
En régimen de oligopolio, los canódromos, hipódromos y el jai-alai, repartiéndose el pastel, las cosas marcharon bien. Cuando a papá Estado le dio por modificar la ley, empezaron los problemas. Ya lo dijo don Pedro Mir (ex pelotari, ex intendente en Miami) allá por los años 70:
“El jai-alai sale malparado cuando tiene que competir con los casinos”.
Se refería a la aventura de Nueva Orleans, hace casi cien años.
Hubo, Bandini, una huelga en el jai-alai, allá por el año 1988. Fue algo sonado, cerca de 600 profesionales peleando con las empresas. El conflicto en sí duró unos tres años, entre pleitos y gaitas. Nada volvió a ser lo que fue. Se desató la tormenta perfecta. Sufrieron todas las partes implicadas y el apostador, el que sostiene el negocio, también. Además, de pronto se le presentaron nuevas opciones de apuestas, los jodidos casinos sobre todo. Se produjo el efecto dominó y fueron cayendo frontones como moscas. Imagínate, Bandini, cuando me vine de EE UU hace 32 años funcionaban 14 o 15 frontones. El mes que viene vuelvo y, lo que es la vida, asistiré al cierre del último de los jai-alais, el frontón de Dania.
No sé qué sentimientos me invadirán in situ, cuando entre al frontón, cuando escuche el sonido de la pelota chocando contra el frontis, los gritos de los pelotaris, la voz del speaker… y pensar que se acallarán (para siempre?) después de siglo y medio desde que embarcaran para hacer las Américas… te iré contando.
La del jai-alai, mi querido Bandini, ha sido una aventura fascinante, si quieres, una anomalía en una época histórica determinada, pero fascinante. Estoy convencido que con el paso del tiempo, cuando se ponga la mirada atrás, se revalorizará, se mirará con orgullo y, probablemente, se estudiará con más rigor que el que yo hago. No será difícil.