Mi querido Bandini
No sabes bien la alegría que me llevé al recibir tu carta hace un par de días. Que me felicitaras el día de mi cumpleaños, me lo esperaba. Pero que me comentaras que te encantó la narración que te envíe: “Asesinato en Gros”, ahí ya me llegó al alma. Y cuando me dices que a Chinaski también le gustó. ¡Buff!… fue demasiado. Me saltaron las lágrimas.
Aprovecho estas líneas para agradecer a las decenas de “bandinis” que, de una manera u otra, me felicitaron el pasado 14 de julio. No todos los años uno cumple 65 años.
Por cierto, hablando de esa fecha te voy a contar mis andanzas por Madrid, ese día 14 de julio.
Había solicitado una entrevista con el cónsul americano para conseguir un visado con el que viajar a California, atendiendo a la invitación hecha por la “Asociación de lectoras mayores de 50 años de Bunker Hill”, que tras tu sugerencia, ellas la llevaron a cabo.
La cita era a las diez de la mañana. Diez minutos antes estaba en la entrada de la embajada, en plena calle Serrano. Me esperaba encontrar a unos cuantos marines custodiando la entrada, como si aquello fuera una base militar en Kabul. Nada de eso. Lo que allí había era varios agentes uniformados, de color marrón, cartuchera y revolver en al costado. Los típicos seguratas charlando distendidamente.
Me acerqué. Uno de ellos me preguntó: “Qué se le ofrese”. Su acento era el de un andaluz auténtico. Le comenté que tenía una cita. Me pidió el pasaporte. Lo verificó en una pantalla. Me hizo pasar a un vestíbulo.
“Ponga el sinturón, cartera, monedero, el móvil apáguelo, todo en esta bandeja. Quítese los sapatos… ¿Qué lleva en esa carpeta?…
“El pasaporte, partida de nacimiento, penales… un libro”.
“Suba por esas escaleras y espere en la sala a que le llamen. Que Dios reparta suerte”.
Esto ultimo ya me mosqueó.
Parecía la sala de espera de un ambulatorio. Varias mujeres de aspecto latino aguardaban a que las llamaran. Cogí un número, como en la carnicería. Tras una mampara, tres ventanillas, con sus correspondientes agentes consulares, atendían el turno de los allí presentes. Desfilaron delante de mi varias mujeres, colombianas, venezolanas, nicaragüenses…. Un agente consular las interrogaba. “¿De qué va a vivir en los Estados Unidos? ¿Dónde? ¿Qué hace su marido? Le falta el documento original de penales”…
Al cabo de una hora más o menos, llegó mi turno. El agente que me atendió tendría unos cuarenta años, de pelo rubio, llevaba puestas unas gafas cuadradas, unos auriculares en los oídos. Chapurreaba un español bastante correcto.
Fui al grano. Le comenté que necesitaba un visado para viajar a California. Para atender la invitación de la “Asociación de lectoras mayores de 50 años de Bunker Hill”… me miraba sin decir nada. No se si entendía o no, lo que yo le decía. Fue entonces cuando opté por sacar a relucir mi inglés roñoso.
“I´m an accomplished writer. Very famous in my country, in the Basque. I want to travel to California to present my new book”… saqué el libro: “Asesinato en Gros” y se lo enseñé.
El agente consular seguía sin inmutarse. No decía ni mú. Me miraba de detrás de la mampara, como un pez desde dentro de su pecera.
Noté que empezaba a ponerme nervioso. “Mis amigos Arturo Bandini y Henry Chinaski me avalan”, le dije. “Do you know them?”
“Habrá oido usted hablar de ellos, escritores californianos”…
La callada por respuesta. Este tipo tiene que ser de Wisconsin o de algún lugar remoto de aquel país, pensé para mis adentros.
“Sorry”, por fin abría la boca aunque fuera para decir: “sorry”.
Antes de que continuara, le interrumpí: “Ademas tengo dos nietos en Florida, Lorea y Ander, al pequeño no le conozco más que de pantalla”, quise tocarle la fibra.
Fue él que me interrumpió esta vez.
“Tendrá que hablar con su agente literario. Ver qué puede él hacer. I need some documents, more evidence”…
¿”Mi agente literario? ¿Con Joaka?… lo que me faltaba.
En ese momento me dio por contarle lo que nos había pasado hace unas semanas mientras comíamos en el “Kaskazuri”, cuando dos sicarios de Magaña nos asaltaron a punta de pistola y se llevaron la bolsa llena de libros.
“Llevo más de un mes sin tener noticias de mi agente literario”, le dije al agente consular. Imagínese que he puesto el caso en manos del inspector Garret. Ni por esas. My literary agent is missing. Ni por “Carmenes” le han visto. Y mire que eso es algo inaudito para alguien Born in Markina-Xemein”.
Garret dice que son consecuencias, colateral damage, síndrome post-traumático. La víctima tiende a recluirse y desaparece por algún tiempo.
“I’m sorry. I can’t help you. Talk to your lawyer. Yo necesitar más evidencia de esa Asociación de la que me habla”…
Ya no puedo más. Con el dedo indice señalándole, amenazante:
“Some day, se arrepentirán de haber negado el visado a un escritor famoso, autor de best-sellers”.
De un manotazo metí el pasaporte, el libro y varios papeles en la carpeta y me largué de allí escaleras abajo.
En la planta baja me esperaba todo risueño el segurata andaluz.
“¿Hemos terminado ya?”
“Oiga”, le pregunto. “¿Usted ha oido hablar de Bandini, de Arturo Bandini?”.
“¿Cómo dise usted?… ¿Bandini me ha dixo?” Asiento con la cabeza.
“Al Bandini ese, no lo conosco, pero le aseguro que aquí en Madrid, anda muxo bandido suelto”.
Recuperé mis pertenencias. Fuera hacía un calor de madre. Al menos dentro tenían aire acondicionado. Crucé la calle Serrano. Busqué un bar, una cafetería. Las terrazas estaban atestadas de ejecutivos trajeados. De qué vivirá toda esta gente, pensé entre mi. ¿Serán estos los bandidos a los que se refería el segurata?
Entré en un bar y pedí una caña. En Madrid tiran las cañas de muerte. Algo es algo.
Un abrazo, Bandini. Y otro, a Chinaski.