“Oye Garrito”, le digo al inspector. “Si Magaña y Guillermo aceptan la propuesta de la mafia, la historia del jai-alai hubiera cambiado radicalmente”.
“Imagínate”, acomodándose en la silla estiró las piernas y cruzó las manazas en su regazo. “Es algo imprevisible. Difícil respuesta. Pura especulación. A la mafia solo le interesaba ganar dinero, controlar los negocios. Tal ve hubiera ayudado a expandir el jai-alai por todo EEUU, o tal vez, no. El verdadero enemigo de los frontones han sido los casinos. Además, si la mafia pone sus garras en el jai-alai, hubieran llegado los amaños en la cancha. Si algo ha permitido que el jai-alai se mantenga durante casi un siglo ha sido la honradez de los pelotaris; aunque el 99% del público crea que las quinielas están arregladas”.
“Y, el 1 % restante lo dude”, añado yo.
“Así es, Iñaxio. La gente piensa que todo el mundo está podrido. Y el jai-alai también. Es una batalla perdida intentar convencer de que no es así”.
“Otra cosa. Cambiando de tema. ¿Qué fue de Cloty? En uno de tus informes venía que viajó a Cuba, a Cienfuegos, a jugar como raquetista en aquel frontón. Seguía enamorada de Magaña y quería estar lo más cerca posible del pelotari”.
“La relación entre la raquetista y el puntista no marchaba bien. Al principio porque Magaña estaba en Miami; más tarde, cuando Zenón Magaña acordó secretamente con el FBI partir hacia La Habana, una vez en la isla, éste último andaba tan enfrascado en sus negocios fuera del frontón, además de tener que responder en la cancha, que descuidó completamente su relación con Cloty.
Date cuenta, además, en qué ambiente se movían, estar cerca de Guillermo significaba el desmadre total”.
El inspector estiró un brazo hacia su mesa y cogió una carpeta de color azul y la abrió.
“Como sabemos para ahora, Magaña se había convertido en confidente del FBI. Por lo tanto, lo que viene en este informe de la agencia federal tiene que estar basado en el testimonio del pelotari.
Cloty estaba jugando en Cienfuegos donde era una de las mejores raquetistas, la número uno en la zaga. Tuvo sus diferencias con el intendente, Román Beloki, pudo jugar a en el Habana-Madrid, pero decidió aceptar una oferta de México. Era una manera de alejarse de Magaña, y, a poder ser, comenzar una nueva vida.
Fue cuando Guillermo se divorció de Alicia Parlá, la reina de la samba, una de las principales artistas de Cuba. Cuando la Parlá regresó a Cuba después de una gira por Europa —en Francia la trataron como a una diva, en Inglaterra actuó ante la realeza y dio clases de baile al príncipe Edwards— dijo basta.
Otro tanto hizo Cloty. Se había cansado de esperar a que Magaña dejara sus negocios fuera de la ley. Estaba al tanto de sus conexiones con la mafia. Iba a cumplir los treinta y era el momento de cambiar de rumbo en su vida.
Una vez en el DF. de la capital mexicana, Cloty se hospeda en casa de los Pradera. Tíos
de Iñaki (Pradera), el que fuera vecino de la Zurriola. Los Pradera, Gregorio “El Potro” y su esposa, Aida Pi Veitia, con su hijo Gregorio, vivían a dos calles del frontón. La familia originaria de Markina-Xemein acogió con todo el cariño del mundo a Cloty.
En esa época llegaron a México los hermanos Castro, Fidel y Raúl. Fidel había cumplido una pena de dos de años de cárcel en Pinar del Río, Cuba. Los Castro se hospedaron en un bajo con un patio interior, en la calle Amparan 49, Colonia Tabacalera. La casa pertenecía a María Antonia Gonzalez, cuyo marido había sido torturado a muerte por la policía de Batista.
Aida, la esposa de Gregorio Pradera, era muy amiga de María Antonia. Lo que contribuyó a que de las frecuentas visitas naciera una amistad con los hermanos Castro. Al “Movimiento del 26 de Julio” se fueron incorporando más miembros, entre ellos, Ernesto Ché Guevara”. La cúpula de la organización realizaba frecuentes reuniones en casa de los Pradera.
“Espera, espera”, le interrumpo a Garro.
“Hace unos pocos años, después de una comida en Markina-Xemein, charlé con “Potrito” Pradera, el hijo del matrimonio del que me hablas. Recuerdo una historia que me contó, que en su momento me pareció un disparate, pura fantasía. Más o menos lo que viene en el informe del FBI, pero con algunas variantes.
“Potrito, me dijo que sí, que los Castro y el Ché y más gentes, frecuentaban la casa donde vivían. Me habló de que Raúl era tremendo aficionado a los toros. La habitación la tenía llena de capotes, espadas, muletas… y hasta un par de cuernos. “Potrito” le hacía de torillo mientras el mayor de los Castro le pegaba unos pases. Una Navidades, Fidel lo llevó en aúpas a la cama y cuando se acostó, le dijo a Gregorio que Santa le traería muchos regalos.
“Potrito” me habló de una fotografía. Una en la que aparecían con Fidel, su madre, Aida, y una raquetista. Está sacada en el parque de Chapultepec. Parece ser que un día decidieron dar un paseo los tres. Un fotógrafo ambulante les propuso hacer una foto. Si les gustaba se la quedaban, sino, la dejaban, sin compromiso alguno. La foto se sacó y a Aida no le gustó. Pensando que el fotógrafo la desecharía, la dejaron.
Todo el entorno del “26 de Julio” estaba al tanto de la vigilancia a la que le sometía el FBI. Por eso es que, días después, Raúl paseaba por Chapultepec cuando vio la foto que el fotógrafo no la había retirado. Sino que la tenía desplegada en un costado de la cámara. Raúl la compró y, hecho una furia, se presentó en la casa echándoles tremenda bronca por el descuido.
El año 1973 “Potrito” Pradera hizo un viaje de ida y vuelta a Denver (Colorado). Su ex era azafata de “Mexicana” y ésta le comentó que el chofer de una furgoneta que los llevaba al hotel decía haber conocido a Fidel Castro en México. Cuando Gregorio habló con él, salió a relucir que el tipo había conocido a su madre, Aida. “Al día siguiente me trajo unas fotos de una fiesta en nuestra casa del D.F. donde salían, entre otros, Aida y una raquetista (Cloty)”.
Tiempo más tarde, “Potrito” le comentó a su madre la historia.
“Mi madre se sorprendió. Su exclamación fue: ¡Así que está vivo “El Coreano!”
“El Coreano” fue el instructor de armas del grupo de los Castro en su estancia en Méjico antes de partir a Cuba abordo del Granma. Un veterano de la guerra de Corea, un cubano con pasaporte estadounidense que peleó con la Marina de los EEUU.
“Una mañana, Fidel le dijo a mi madre que se iba a ausentar parte del día, pues había concertado una cita con “El Coreano”. Le confesó a mi madre que la intención era eliminarlo porque sospechaban que era un traidor. Por lo visto algo pasó para que Fidel le perdonara la vida al “Coreano”. He ahí el asombro de mi madre cuando le comenté que había conocido al citado señor”.
El inspector Garro me interrumpe.
“Casi todo lo que me estás contando viene en este informe”, señalándome la carpeta del FBI. Sobre el intento de eliminar al “Coreano” hay una diferencia importante. Es cierto que Fidel concertó con el instructor de armas una cita, a las ocho de la mañana. El líder del Movimiento 26 de Julio le explicó al jefe de instrucción lo que pasaba.
“Coreano, déjame tu pistola. Y vamos a Chalco (lugar de entrenamiento de la guerrilla). Hay una insurrección y hay que cortarla de cuajo. No puedo permitir que se me suban a las barbas”.
Se presentaron en el rancho y Fidel mandó formar.
“¿Quién está al frente de esta insurrección?”
Nadie se movió hasta que de una de las filas al fondo avanzó un muchacho joven. Cuando llegó a unos metros de Fidel.
“Mi comandante, déjeme que le explique”…
El mayor de los Castro sacó la pistola que pertenecía a Miguel A. Sanchez, más conocido como “El Coreano” y le pegó dos tiros en el pecho”.
El instructor de armas desapareció de la noche a la mañana. No volvieron a verlo más por México. “El Coreano” supo por un miembro del grupo que Fidel, Raúl y el Ché habían tenido una reunión para decidir la suerte del militar. La decisión fue de 2 a 1 para eliminar a Miguel A. Sanchez (Raúl se opuso).