Atravesé la plaza Cataluña bajo una fina capa de lluvia —las agujas del reloj de la parroquia de San Ignazio marcaban las cinco de la tarde— y me adentré en la calle San Francisco cuando empezó a caer una tromba de agua; el temporal, al que llamaron Filomena, seguía sin dar tregua. Busqué refugio en la primera cafetería que vi y entré a ciegas como el montañero sorprendido por una ventisca que se adentra en la primera borda que encuentra.
Las mesas estaban ocupadas por mujeres la mayoría, charlaban distendidamente mientras tomaban algo. Olía a café recién molido y a bizcocho recién hecho. De fondo se escuchaba una música suave que no logré identificar. Pedí un té con jengibre y limón a la camarera, una mujer de unos 50 años y el pelo negro azabache. Me pidió educadamente que me sentara. Había olvidado que no está permitido consumir en la barra.
Me senté al fondo de la sala, en una esquina, la única mesa libre en el establecimiento. Mientras esperaba ser servido fui familiarizándome con el local. Amplio, recién pintado, un jarrón de flores en un ventanal, un cuadro también de flores en una de las paredes. La barra llena de porciones de tartas, bizcochos y pasteles cuidadosamente protegidos bajo una mampara. Una decoración personalizada, lo contrario de tahonas y ogiberris que pululan por todas partes sin un apice de personalidad. Aquí se cuidan los detalles, las cafeteras y teteras decorativas, los manteles… ese toque femenino que denota el buen gusto y la limpieza.
En mi último repaso antes de ser atendido mis ojos se fijaron en una pequeña lámpara en la que está inscrita: “Café-Cloti”.
Cerca de mi mesa, junto a la ventana, hay una pequeña estantería donde reposan unos pocos libros. No puedo resistir la tentación y me levanto para echarles una ojeada. Son libros un tanto antiguos, se nota en la portada ajada, manoseada. Cojo el primer libro y me llevo la primera sorpresa. Se trata de un libro de poemas de Oteiza: “Existe Dios al noroeste”.
Lo dejo y cojo otro. Una novela de Pelay Orozco: “Choperena el contrabandista”… Otro libro más. Uno sobre la tanborrada de San Sebastián de Félix Maraña… Y es, tras dejar este último libro sobre la estantería, cuando me llevo una sorpresa descomunal. Un PROGRAMA de DANIA JAI-ALAI de la temporada 1966-1967, del nueve de febrero concretamente. No me lo puedo creer. Lo abro, lo hojeo… y no salgo de mi asombro. Mi cerebro empieza a especular. Cómo ha podido venir a parar un programa de un frontón de Florida a un sitio como Café-Cloti. Entiendo lo de los libros de Oteiza, Pelay y de Maraña. Pero, ¿un programa de frontón?
Aprovecho que Cloti pasa cerca de mi mesa para lanzarle la pregunta. “Oiga”, le digo. “Estos libros, esta revista, cómo han venido a parar aquí”.
“Son cosas de Zenón”, intuyo una sonrisa tras la mascarilla.
“¿¡Zenón?!”… le digo mostrando mi extrañeza.
“Sí, un poeta que vive aquí cerca, en Gros, y viene a menudo. Todos en el barrio le conocen como “Zenón de la Zurriola”.
Le doy las gracias por la explicación, aunque no satisfaga mi curiosidad por resolver el misterio.
Hago mis cálculos y el programa va para los 54 años. La temporada arrancaba el 1 de diciembre y terminaba el 6 de abril. El intendente era Pedro Bari, el juez de cancha: Erdoza (Eusebio Gárate). En el Basque Fountain Room, las costillas de ternera costaban 4,50 dólares y el filet mignon 6,50. El programa 25 céntimos y se jugaban 11 quinielas por función. El cuadro lo componían 38 pelotaris. Egurbi (Chato Egurbide) lideraba el most wins con 49 quinielas ganadas, seguido Ibar con 44 y Gayarre con 40.
Miro las fotos de los pelotaris y conozco a la mayoría. Algunos porque años más tarde llegué a jugar con ellos: Alex, Egurbi (Egurbide), Bericua (Bereicua), Berista (Beristain), Frías y José Mari Goitia.
Otros, tan sólo conocidos: Alberdi (de Tolosa), Alcibar (pelotero en Bridgeport), Celaya de Markina, Echave I, Echaniz, Ricardo (Sotil, intendente en Bridgeport), Perico Urcola de Tolosa.
Otra lista de pelotaris que no reconozco más que de oídas: Benjamin, Ituarte, Adolfo, Aldecoa, Angel, Buru, Ignacio, Iza, Juanito, Satue…. Y más.
He terminado con mi té. Miro a través de la ventana y parece que ha dejado de llover. Observo a la gente que charla en sus mesas. Me fijo en Cloti que no para de atender las mesas. Cojo el programa y como quien no quiere la cosa, disimuladamente, lo meto en el bolsillo interior de mi abrigo y me levanto para irme. Al abrir la puerta oigo una voz a mi espalda y mi corazón empieza a latir con más fuerza (me han cazado).
“Oiga, si quiere algún recado para Zenón, no tiene más que decírmelo”.
(Balbuceo)… “Tan solo darle las gracias”.