A eso de las diez de la mañana caminaba por la calle Berminghan cuando vi pasar varios coches de la Ertzaintza a toda velocidad y con las sirenas a todo meter. Doblaron por San Francisco a pesar de ser peatonal y a los pocos segundos los perdí de vista.
Apresuré el paso y el corazón me dio un vuelco al comprobar la cantidad de patrullas y el gentío arremolinado en los alrededores de Café-Cloty. La policía había justo acordonado la zona y la cantidad de curiosos iba en aumento.
A empujones y codazos fui abriéndome camino entre la gente hasta llegar a la cinta policial. “Ha aparecido un hombre muerto dentro de la cafetería”, oí cómo le decía una señora mayor a otra de su misma edad. “Válgame Dios ¡qué horror!”, santiguándose.
Varios policías entraban y salían del establecimiento, uniformados, de paisano, algunos con buzos blancos y maletines. Serán los de la “científica”, pensé. Fue en ese momento cuando sonaron unos bocinazos y el ruido de la sirena de un coche de la policía camuflado que intentaba abrirse paso entre la gente para aproximarse al local. De la parte del conductor bajó un hombre vestido de paisano. Un hombrachón de más de 120 kilos de peso. A pesar de su gordura sus paso eran ágiles. Con un pañuelo en la mano secaba su frente sudorosa. Lo reconocí de inmediato. Era Garro, el inspector Garro. No lo había visto en años, pero sabía que se había convertido en un destacado investigador de homicidios de la Ertzaintza.
Coincidí con él en Zaragoza el año de mi debut, 1970. Garro era dos o tres años mayor que yo. Para entonces era un chicarrón, un tipo alegre al que le gustaba comer y beber. Aunque su físico no le acompañaba, cuando se proponía bajar varios kilos, se movía por la cancha como una bailarina de ballet. Limpio jugando y muy habilidoso con las dos manos. Conversador infatigable, se pasaba horas dibujando caricaturas en el palco de pelotaris. Al cabo de un año él se fue a inaugurar el frontón de Yakarta donde aprendió el idioma local y los aficionados al frontón lo veneraban como a un héroe; yo marché para Milán. Después de varios años coincidimos en Florida y en Connecticut.
Garro se retiró de la pelota y regresó a Euskadi. Sin oficio ni beneficio, decidió ingresar en la academia de la policía autonómica en Arkaute. No pudo superar las pruebas físicas, pero dado los excelentes resultados obtenidos en el resto de exámenes —fue el primero de su promoción— y a la intervención de un alto cargo del PNV, consiguió graduarse como ertzaina.
El inspector se abrió paso a empujones y su figura se perdió al entrar en la cafetería. Saqué una tarjeta del bolsillo y escribí: “Garrito”, soy Iñaxio. Estoy aquí y quiero hablar contigo”. Se lo entregué a uno de los ertzainas que custodiaba el cordón policial. “Por favor, dele esta tarjeta al inspector Garro, es importante”.
A los diez minutos la enorme silueta de Garro apareció por la puerta del Café-Cloty. Me buscó con la mirada. Levanté el brazo y le hice un gesto de saludo. Se me acercó y me hizo pasar hasta la entrada de la pastelería-cafetería. “Qué ha ocurrido”, le pregunté de sopetón.
“Entre tú y yo, que no salga de aquí. La dueña de la cafetería, Cloty, al abrir el establecimiento esta mañana, ha encontrado un cadáver. Se trata de un varón mayor, un vecino del barrio, un poeta conocido como Zenón”. Me quedo helado, sin poder respirar. No puede ser. Lo primero que me viene a la cabeza es Cloty: cómo estará la pobre.
“Lo peor es”, me dice Garro, que no ha sido una muerte dulce sino todo lo contrario. El forense lo tendrá que dilucidar, pero parece que le han asestado varios golpes en la cabeza y resto del cuerpo con una pala-corta o una cesta de frontón”… “¡¿Una pala?!”… “¿¡Cesta!?”….
Me cuesta recuperar la compostura. Todo ha sido tan rápido. Le explico al inspector mi visita días antes a la cafetería, incluso que he vuelto en varias ocasiones, los libros y el programa de quinielas de Dania Jai-Alai y cómo me lo llevé sin pedir permiso.
Nos despedimos. Nos intercambiamos los teléfonos y quedamos en llamarnos.
A la mañana siguiente me llama Garro. “¿Puedes pasarte cuanto antes por la comisaría? Tenemos que hablar. “
Una hora más tarde estaba en la entrada de la comisaría. Entré y la peste a porro me echó para atrás. El ertzaina de ojos caídos que me atendió se estaba fumando un porro. Le dije que el inspector Garro me estaba esperando. Me hizo pasar a una salita donde no había más que una mesa y una silla, la habitación también olía a hierba. Mientras esperaba recordé haber leído un reportaje sobre Garro en el Diario Vasco. Mencionaba varios de los casos que había resuelto. Espectaculares. Primero fue la desarticulación de un grupo de albano-kosovares que habían sustraído los recortes de periódicos de la casa de Miguel Gallastegui. Después, desenmascaró al escultor vasco Ube que había robado una de sus obras del museo Gugenheim para autopromocionar su carrera. Por ultimo, el más sonado de todos, desveló los entresijos del caso Wheeler: el asesinato de Roger Wheeler, dueño de la empresa World Jai-Alai. En los círculos policiales de USA se ha convertido en leyenda: le llaman: inspector Garret. Su mejor aval era la rápida resolución de los casos.
El ertzaina me acompañó hasta el despacho de Garro. Un rotulo pegado en la puerta: “Homicidios”. Dos toques y la puerta se abrió.
Nada más entrar. ¿Sabías que Zenón fue pelotari y que jugó en Shanghai con el nombre de Azkunaga?”
“Ni idea”, le contestó. “Ni la más remota idea”, sin poder salir de mi asombro.
“No solo eso. De Shanghai pasó a Manila donde fue conocido como “Zurriola II; años después en La Habana como Maguna. En la capital caribeña tuvo como socio de negocios a Guillermo. Por donde pasó se vio envuelto en asuntos turbios. Diamantes, opio, obras de arte, evasión de capitales…
Por cierto, le interrumpo, “antes de que se me olvide, examinando el almanaque de Dania Jai-Alai he encontrado unas anotación escrita a bolígrafo: quosque tándem abutere Zenón patientia nostra…
Al escuchar la frase, Garro enmudeció y frunció el entrecejo, un gesto de preocupación asomó en su cara. “Esto tiene pinta de un ajuste de cuentas. Algo que viene de lejos”.
“Crees que Cloty está involucrada”, le pregunto.
“No lo creo, aunque no se puede descartar nada. Cuando la interrogué estaba en estado de shock, minutos después, desolada. He averiguado que su verdadero oficio es el de actriz de teatro, pero no imagino una puesta de escena tan brillante. De todas formas, la tengo que volver a interrogar. Puede que esté ocultándonos información que puede resultar crucial para esclarecer el caso y dar con el asesino”.
“Hace diez minutos me ha llamado el alcalde. Está de los nervios. Me ha exigido que el caso ha de estar resuelto en una semana. La ciudad, el barrio Gros, la Zurriola, no puede permitirse propaganda de este tipo. Imagínate qué imagen. Vaya golpe al turismo, con la pandemia que llevamos encima. No te quiero contar si volviera a haber otro asesinato. Iñaxio, nos tenemos que poner las pilas”.