Mi querido Arturo Bandini, el pasado domingo estuve en un pueblo que te gustaría conocer. Está situado al sur de Navarra, en la Ribera, cerca de Aragón. Llegamos a la hora de la siesta y el pueblo dormía. Casas bajas, las calles vacías. Soplaba un viento que, después supe, los lugareños llaman el cierzo. Lo primero que me vino a la cabeza fue que en invierno tiene que hacer mucho frío. A primera vista parecía un pueblo fantasma del Lejano Oeste americano donde se desarrollan historias como las que tú cuentas en tus películas. Aparcamos el coche después de dar varias vueltas por el pueblo buscando el polideportivo. Lo hicimos frente a las piscinas, junto al bar “El Chiringuito”, cerrado también. Bajamos las ventanillas, retrasamos el respaldo del asiento, y nos dispusimos, también nosotros, a echarnos una pequeña siesta. Faltaba todavía una hora para que diera comienzo la función en el frontón y Cabanillas dormía.
Qué pereza, Bandini, coger el coche y conducir dos horas de ida y dos de vuelta. Hay que estar motivado. Y nosotros lo estábamos aún sin saber que lo que íbamos a contemplar suplía con creces esa pereza de la que te hablo.
Salimos de nuestro letargo y nos encaminamos hacia el recinto polideportivo donde está el frontón. El viento seguía soplando con fuerza, menos mal, mitigaba el calor de un día primero de septiembre. Escuché voces y girando la cabeza pude comprobar que llegaban varios pelotaris, las bolsas y las cestas, los delataban. Eran Iturbide-Urtasun-Arbe y Salegi que iban a jugar el primer partido, disputándose el tercer y cuarto puesto de un Campeonato organizado por la escuela de cesta-punta de Cabanillas. Porque, Bandini, así se llama este pueblo de 1.300 habitantes donde, lo pude comprobar en el tablón de anuncios, hay además una escuela de jotas entre otras actividades culturales.
Gente noble los habitantes de Cabanillas, sobre todo los que integran el club de pelota. Caras conocidas que llevan más de tres décadas trabajando para que la escuela de cesta-punta siga adelante. Lo pude comprobar cuando vi a Ignacio Sanguesa, un hombre de club, haciendo dos viajes empujando una carretilla de esas que se usan en las obras y en las huertas, llena de obsequios destinados a los pelotaris. Cestas con botellas de vino de Corella y pastas de Cascante, productos de la tierra.
Es un frontón precioso el de Cabanillas, un lujo para un pueblo de 1.300 habitantes alejado de la órbita natural del jai-alai. Dejando a un lado la piscina olímpica y el bar a la izquierda, nada más entrar en el frontón, un puesto donde vendían boletos para una rifa de dos lotes, un jamón y unos lomos, a euro el boleto. La rifa, una de las fuentes de ingresos para financiar los días en los que han organizado los festivales. La víspera recaudaron 400 euros.
La entrada era gratis. Las gradas presentaban un buen aspecto. “Se llenará en el segundo partido. Todo el pueblo viene a ver a Israel, el ídolo local”, me dijo un viejo conocido con el que coincidí en mi etapa de Barcelona.
El festival iba a ser retransmitido en directo a través de una televisión de Navarra, las mesas para los técnicos, comentarista, y las cámaras, tanto en la zona del rebote como junto al frontis, así lo atestiguaban.
Todo es voluntarismo en este tipo de clubes. Desde Ignacio que empujaba la carretilla hasta José Miguel, el polifacético presidente de la escuela que viste de arriba abajo de “Pedro del Hierro”, haciendo labores de presentador con un entusiasmo más propio de la NBA que de un festival de jai-alai en un pueblo de la Ribera. Por el único altavoz —afónico— nos anuncian que durante los dos partidos iban a servir chistorra (una especie de sausage amigo Bandini que vosotros, los italianos, también conocéis), además de vino de la tierra.
Viendo jugar a los Arbe, Urtasun, Iturbide y Salegi, con las ganas que ponían, la velocidad a la que jugaban, el “arranque” en jerga puntista, me di cuenta que el viaje estaba justificado, con creces. Lo que no sospechaba es que lo mejor, o más de lo mejor, estaba todavía por llegar en el segundo plato.
Me sorprendió Iturbide, el de Noain, tras varias temporadas en Dania (Florida) ha mejorado una barbaridad. Suelto en todas la posturas, hábil en el rebote, nada que ver con aquel chaval que conocí en el pasado. Los que no me sorprendieron fueron Urtasun y Salegi, dos zagueros seguros, sólidos, buenos acompañantes. Tampoco me sorprendió Arbe. Su catálogo de juego, su carta de presentación, es de una variedad exquisita. Todo lo hace bien. No hay lance en el juego donde se pueda decir que flaquea. Tiene juego de pelotari grande en un envoltorio chico. En mi opinión, el de Markina-Xemein, debería de cambiarse de nombre artístico y pasar a jugar con el de ARTE, en lugar de Arbe como acostumbra.
Si se quiere saber con qué intensidad juegan los pelotaris de cesta-punta, cuenten la de veces que se echan al suelo de rebote. Fueron varias las ocasiones en el primer partido y otras tantas en el segundo. En el pasado, los delanteros se jalaban a menudo. Demasiadas veces, tal vez. Así acaban, operados de las caderas. A día de hoy, apenas se tiran de rebote. Son más sabios o el contexto es menos exigente. Las caderas se lo agradecerán el día de mañana. Pero los espectadores, no.
El primer partido se decidió tras el empate a 4 del tercer set. Dos sets peleados y un tercero, nada aptos para cardíacos. No se qué métodos ha utilizado la organización para motivar de semejante manera a los cuatro pelotaris. Hacía tiempo que no veía jugar con esas ganas, con ese arranque. ¿Dinero?… No lo creo. A lo mejor han utilizado otras bazas. Cariño, hospitalidad, del que ofrece todo lo que puede contando con pocos recursos. Lo cierto es que los cuatro, nos ofrecieron un gran espectáculo.
Me olvidaba decirte, Bandini, a ti además, que aprecias la buena gastronomía, que antes de llegar a Cabanillas paramos a comer en el Bethoven. Un restaurante situado en Fontellas, a las afueras de Tudela, a diez minutos de Cabanillas, que conocía de hace años en otra visita. No es temporada de verduras, nos dijo la camarera, porque, esta zona, Arturo, es una zona rica en el cultivo de vegetales, de todo tipo.
Una pequeña decepción. Opté por un “sandwich de rabo de toro”. Sí, así como suena, sin saber qué me iba a deparar mi elección. Si el primer partido del festival fue una bendición, el delicatesem que me sirvieron no lo fue menor. Era como si el juego de ARBE-ARTE se condensara a la hora de condimentar un plato. Un manjar para dioses. Es tan difícil explicarlo. Es como tratar de contar lo que uno vio, nunca las palabras pueden suplir lo vivido ni narrar lo experimentado.
Y qué me dices del segundo plato, te preguntaras para ahora… En el segundo de la tarde, final del campeonato, participaba un pelotari llamado Aritz Erkiaga, el José Tomás (figura del toreo) del jai-alai.
¿En qué consiste la clase en el deporte, Bandini? Tú que tan bien conoces el beisbol, que tuviste un hermano empeñado en ser profesional. ¿Me puedes decir en qué consiste?
Cuando veo jugar a Erkiaga, lo primero que me viene a la mente es: qué clase tiene. La clase no consiste en ser el mejor, ni el más guapo. Es una personalidad concreta en movimiento, en el enceste, en la colocación, a la hora de rematar la jugada. De rebotear. Se pueden viajar dos horas de ida y dos de vuelta. Incluso más, se puede hacer el Camino de Cabanillas desde Roncsvalles por ver rebotear de revés a Erkiaga. Qué manera de girar, de sacar los brazos.
Un ex profesional de lo nuestro, nada más terminar el partido, a modo de consolación, me dijo: “Cuando Aritz viene así…, no hay nada que hacer”. Erkiaga tuvo una tarde de esas. Dio un curso magistral de cómo se juega al jai-alai. El arte personificado en el toreo, dicen de José Tomás. La cesta-punta, la práctica, la convirtió en arte en Cabanillas. Me llamó la atención desde un principio el vizcaíno, físicamente fino. Méjico le vino bien. Vuelvo a insistir. Qué hizo la organización de Cabanillas para motivar de semejante a los pelotaris. Erkiaga, como el resto de la terna, jugó como si le fuera la carrera en ello. Finalizando el segundo set, una pelota que le quedó corta, se tiró de rebote en suspensión. ¿Otra final del Campeonato del Mundo en juego? ¿Un estelar de campanillas en el D.F. de Méjico? No, señores. Estábamos en Cabanillas y el maestro de Lekeitio, como si fuera José Tomás en Aguascalientes, se empeñó en demostrarnos su clase.
Si bien de la escuela de la Ribera navarra han salido pelotaris profesionales de buen nivel como Alonso y Chelis… otros en ciernes como Uriel. El ídolo local actual, Israel Asiain, le acompañaba en la zaga. Zaguero revesista, un seguro de vida a todo riesgo. Un compañero, un estilo de juego, con el que quieren jugar la mayoría de los delanteros. Sus rivales, Jon Zulaika y Lekerika, dos pelotaris de Dania (Florida).
El primer set lo llevaron con bastante facilidad los colorados, Erkiaga y Israel. La pelota muerta, les iba bien. El de Lekeitio llegaba a todo y encestaba, más. Sacó a pasear su repertorio de costadillos y machetazos de rebote. El segundo set fue otra cosa. La pelota fue calentándose y los azules consiguieron desde el comienzo a tener cierta ventaja. Zulaika y Lekerika se aprovecharon de la única laguna de Erkiaga, no cambiar la pelota y jugar con una nueva, para beneficiarse del dominio de Israel. Zulaika supo leer el partido y arriesgó. Le entró al saque una y otra vez al vizcaíno y consiguió varios tantos de remate de costado. Hubo un momento en que dos virtuosos de la cesta curvada luchaban de tú a tú, en un set determinante. Lekerika respondió como un jabato. Muy seguro y poniendo en apuros a un Erkiaga inspirado. Fue tal la calidad de juego de Zulaika y de Lekerika, que consiguieron ponerse 12 a 8 en el segundo set.
Era tal la intensidad en el juego, que uno apenas prestaba la atención a las bandejas de chistorra que iban ofreciéndose en las gradas. Me pareció ver a Jose Mari Lopez-Llauder —un ex profesional catalán que vive en Zaragoza— frotarse los ojos al no dar crédito a lo que veía. Cambiaron la pelota los colorados y reaccionó el maestro e hicieron tablas a doce. Cuando la vuelta parecía inevitable, los azules se venían abajo, dilapidando la ventaja. Zulaika, tras haber rematado dos restos seguidos de costado por debajo de la chapa, volvió a entrar a una saque envenenado y, a la tercera la definitiva. Un costadillo perfecto como los que le habíamos visto prodigarse a Aritz Erkiaga , les puso con un tanto de ventaja. Tres tantos más jugados a una velocidad de vértigo y se consumó el empate a catorce. Si caía al lado de los colorados, se acababa el partido. De lo contrario, a pelear otro set a cinco.
Antes de que se me olvide, Bandini. El segundo plato en el Bethoven, fue la gran sorpresa de la comida. Pedí unos callos con morros, no se si ahí en Los Angeles preparan algo por el estilo, tal ve la gastronomía mejicana lo ofrezca. La cosa es que lo que me sirvieron nada tenía que ver con lo degustado en el pasado. ¡Qué sabor! Un toque a ahumado, una experiencia gustativa nunca jamás antes experimentada. Arriesgué en mi elección y acerté, como los buenos rematadores. El postre como si fuera el tercer set, unas torrijas con un jarabe de mango y no se qué más… auténtica delicia, un costadillo al medio, dejando al delantero rival y al zaguero mirándose, incrédulamente, el uno al otro. Volviendo al frontón, dejando a un lado la mesa.
Un buen guión exigía la prolongación del festival. Un ambiente extraordinario, cuatro pelotaris jugándose la vida. Aquello no podía acabar de esa manera. Faltaban los joteros con sus cánticos o, mejor dicho, los mariachis con Jorge Negrete, Pedro Vargas y otros dos… la próxima vez José Miguel.
Segundo set. Empates a catorce. Pelotearon largo, se cruzaron pelotazos cruciales. Un rebotazo de derecha de Jon Zulaika, una pelota un poco pasada, y uno de los escasos errores del maestro de Erkiaga, un “palo” de derecha. José Tomás también es de carne y hueso. Arriesga y sufre cornadas. Una temporada casi en blanco (¡qué lástima!).
Tercer set. Se acabaron los errores de Erkiaga. “Cuando Aritz viene así”…, el maestro no se podía permitir un desliz más. Y así fue. Los azules, un valiente Jon Zulaika y un espléndido Lekerika, les apretaron, les obligaron, les exigieron a sacar de la chistera la esencia del juego, la clase atesorada.
5 a 2 acabó el tercer set tras más de una hora de dura pelea. El maestro había impuesto su clase. El ídolo local, Israel, se proclamaba Campeón en su tierra, la Rivera navarra. Jon Zulaika y Lekerika caían con honores, después de haberlo dado todo. De haberle puesto contra las cuerdas o contra la barrera, a Aritz Erkiag, el José Tomás del jai-alai. Los cuatro se merecieron haber salido a hombros por la puerta grande. Una tarde de gloria en la plaza de Cabanillas.