¿Qué hacía yo un 19 de febrero de 1971 a las 5:30 de la tarde? (han pasado 48 años, yo tenía 14).
Imposible saberlo. La memoria es limitada y misteriosa. Uno es capaz de recordar detalles sueltos, escenas de tiempos lejanos. Sin embargo, solamente podemos recordar una ínfima parte de lo vivido. El consumo de energía sería enorme y nos volveríamos locos si fuéramos capaces de retener mucha información, por eso del olvido. Un psicólogo evolucionista diría, intuyo, que es una característica de la selección natural desarrollada por el homo sapiens para poder sobrevivir como especie.
Sea lo que sea, los humanos modernos tenemos recursos para recuperar información perdida. Hace unos días, «Totolo» Urrutia me mandó un whatsap en el que incluía la fotografía de una cartelera del Jai-Alai de Zaragoza que se remonta a ese 19 de febrero de 1971 que aludía al inicio de esta columna.
El 19 de febrero cayó en viernes. Seguro que hacía un frío tremendo porque los inviernos son fríos en Zaragoza, sobre todo cuando sopla el cierzo proveniente del Moncayo. A las cinco y media de la tarde dio inicio la función con el primer partido a 35 tantos. Oñate-Arreche contra Imaz-Ignacio.
Me entra la duda. Tenía en mente que antes de los partidos se disputaban quinielas singles, dos sencillas y un trío, antes de cada partido. Sin embargo, el cartel anunciador no hace alusión a que se jugaran quinielas. Tendré que consultarlo con «Totolo» Urrutia, poseedor de una memoria de elefante y amplia documentación de todo lo relacionado al jai-alai.
Se me hace extraño verme programado con el nombre «artístico» de Ignacio (más abajo explicaré el por qué). Formé pareja con Imaz, otro pelotari que lo tenía olvidado y al que me cuesta ponerle cara. Si no me equivoco era de Ataún (Gipuzkoa). Primo de otro puntista: Goikoetxea, al que llamábamos el «Rubio». Quien jugó sus últimos años en Hartford (Connecticut). No se qué fue de Imaz, no lo he vuelto a ver.
Del que mayor recuerdo tengo es de Oñate, Chiquito de Oñate. Vicente Isasa, fuera del frontón. ¡Cómo olvidarlo!
El último mohicano, un pelotari, el único que jugaba a la antigua usanza, de coger y tirar, al compás. Parecía que la pelota al encestarla le quemara o le produjera una descarga eléctrica, por lo rápido que la despedía. El último exponente de una especie extinguida. Un estilo de juego que no he vuelto a ver (lo más parecido el mejicano Aquilés Elorduy) hasta que han aparecido vídeos antiguos y uno queda convencido que era otro deporte, nada que ver con lo nuestro, ni tampoco con lo posterior.
Chiquito de Oñate rondaba los cincuenta años, uno arriba abajo. Una edad propicia para ir a pasear con los nietos o refugiarse en una taberna para jugar al mus. Oñate reboteaba de maravilla, las facultades físicas mermadas, se veía obligado a tirarse al suelo al rebotear, portaba en su cadera un protector que le daba un aspecto cómico, por lo abultado. Chiquito se esmeraba en la cancha como si fuera un debutante, derrochaba casta y pundonor. Era la piedra de toque de los debutantes, el que lograba dar ventaja a Oñate, subía un peldaño en el escalafón. Los jóvenes que remataban le traían por la calle de la amargura. Corría a las dejadas como si le fuera la vida en ello. Para la tercera o cuarta galopada, se quedaba a mitad de camino y entonces emitía un alarido de león herido que se podía oír desde la Plaza España.
¡Qué satisfacción el haber podido jugar con Chiquito de Oñate! Un pelotari reliquia, el último de una especie extinguida.
Arreche, su zaguero. Eibarrés, revesista. Poco más puedo recordar. Me parece que estuvo poco tiempo en Zaragoza. Debió de tener alguna enganchada con el intendente, con «Jabalí» Pradera. Lo cual no tiene nada de extraño. Sanos Pradera no tenía nada de santo. Un tipo desagradable (es poco decir), cuyo retrato psicológico traería por la calle de la amargura a Sigmund Freud.
Un personaje siniestro, nada comunicativo, cuando lo intentaba era un ogro. Incapaz de llevar una conversación sin gruñir. Fue él, quien decidió sin consultarlo, que jugara con el nombre de Ignacio. Cuando lo apropiado hubiera sido que lo hiciera como Zulaica II. Pues, no. El «Jabalí» tomó de modo propio la decisión de que me programaran como «Ignacio», para mayor disgusto de mi padre.
Sabemos, gracias a esa cartelera, que había función todos los días por la tarde. Los sábados, doble sesión tarde y noche. Y eso que el Jai-Alai de Zaragoza estaba en plena decadencia. No había más que adentrarse en el recinto para tener constancia de ello. Una iluminación pésima, todo sumido en la penumbra. Apenas dos decenas de espectadores a la altura del cuadro siete, ruidosos la mayoría. El palco desierto, salvo el apartado de pelotaris. El ‘gallinero» cerrado a cal y canto, al igual que la amplia cafetería. Los vestuarios… ¡Dios mío! ¡Qué era aquello! Si a los Sanidad le da por hacer una inspección, nos mandan a todos a casa tras colocar el cordón sanitario y declarar la zona de alto riesgo para la salud, mejor no entrar en detalles para no herir la sensibilidad del lector.
Yo creo que el frontón se salvaba del cierre gracias a las apuestas que se hacían en la entrada del edificio. La calle Requeté Aragonés, que así se llamaba entonces, era una zona de mucho tránsito. La gente paraba en los dos mostradores que había a derecha y a izquierda, para hacer sus apuestas de quinielas. Un early bird, que conocería en los frontones americanos años después, donde la gente acudía a cualquier hora del día para comprar sus boletos y marchar.
Vemos que el estelar de ese día 19 de febrero de 1971 lo disputaron Mugartegui y Carroquino contra Del Río y Enrique. La memoria es escurridiza y al leer Mugartegui me ha venido a la cabeza el difunto «Marqués». Pero, no. El «Marqués» también de apellido Mugartegui, aunque estuviera ese año en Zaragoza, era zaguero. Este otro Mugartegui, es Pedro, de Berriatúa también. Quien de Zaragoza marcharía a Indonesia para inaugurar el frontón de Yakarta. Años más tarde, Pedro Mugartegui jugaría en Dania.
Carroquino, «Carroco». Pelotari local. Serio, de pómulos marcados, nariz afilada. Fibroso, tenía el aspecto del labriego que se pasa el día segando de sol a sol. Pelotari de posturas toscas y poca pegada pero muy seguro. Fue también de la partida de Yakarta. Lo volví a ver años después en Orlando. Carroquino en labores de pelotero. Igual de fibroso, seco todavía como un segador en activo.
Del Río, un chaval de quince años, una maravilla de pelotari nada más debutar. Nacido en la misma ciudad, contribuyó a que las gradas tuvieran un aspecto más propio de un frontón que de un tanatorio. Una derecha preciosa, puntillero, un killer. Terminó su carrera jugando en Hartford, CT. Donde falleció prematuramente.
Enrique (Del Aguila). Natural de Ondarroa, zaguero. Un chicarrón que rondaba los dos metros de estatura al que recuerdo como pelotari trabajador, de mucho arranque. Al igual que medio cuadro de entonces, a la espera de que el empresario Arancibia les diera la orden para partir hacia Asia. Enrique, años más tarde jugaría en Daytona, en su periplo americano.
No hay constancia de cómo acabaron los partidos, ganadores y perdedores, salvo que «Totolo » Urrutia pueda rescatar la información de su chistera. Cosa que no habría que descartar.
Sí recuerdo el sueldo que me pagaban, cinco mil pesetas al mes (unos 30 euros), más algo de premios por la quinielas ganadas. La cesta venía a costar una 650 pesetas. La pensión mensual, completa, 3.600 pesetas. Hagan cálculos.
Una época, la de Zaragoza a la que tengo mucho cariño. Debutar, conocer personajes singulares como “Jabalí” Pradera. Rafael, el oficinista, peinado “código de barras” y el farias permanente en los labios. Deba, cestero y coleccionista de sellos. Jesús, el pelotero…
Pelotaris entrañables: Renato Vicente Altube, quien ejerció de padrino mío el día de mi debut. Telleria, Arostegui, Isidro Olea, Chiquito de Aragón, José, Leonet, Zaldivia, Orduñés, “Praderita”, Urrutia, Unzueta, Olañeta, Mondragonés, Laka, Juan Olavarria, Renedo, Joaquin, Arratibel, Iriondo, Orbegozo, Ibarra (Garro), “Potro” Gregorio, Cruz Alberdi, Asabel (un pelotari cómico que armaba cada show que era capaz de extraer una sonrisa al “Jabalí”)… Patxi Arrieta, Mendizabal hermanos, Aranzeta, Juaristi, Erdocia… y otros tantos más que no puedo recordar porque la memoria es limitada y el 19 de febrero de 1971, Zaragoza Jai-Alai, queda muy lejos.