Ha llegado a mis manos una joya en formato de libro. No la encontrará en las grandes superficies ni obtendrá un puesto de honor en el ranking de ventas. Sin embargo, es un tesoro para los que amamos la historia del jai-alai o cesta-punta. Trata sobre Erdoza menor, según varios testigos de relumbrón, el indiscutible número uno, la máxima figura de una época de esplendor. Un pelotari que llegó a dar ventajas de escándalo y, como traca final, para engrandecer la leyenda, murió como mueren los héores, en el campo de batalla, en la cancha del Novedades de Barcelona a los 54 años.
José Agustín Larrañaga, natural de Markina-Xemein, ha sido el autor de este completo libro que abarca vida y obra de Eusebio Garate, popularmente conocido como Erdoza menor. Larrañaga antes escribió sobre Marcelino, Chucho Larrañaga, Salsamendi III… ahora el turno ha correspondido al más grande de todos: al “Fenómeno”.
150 ejemplares son los que han salido a la venta, no se si son muchos o pocos, el público es quien decidirá. Larrañaga es un ejemplo de persona que a la chita callando, con su labor de hormiga, va tejiendo una telaraña de publicaciones sobre el “sport euskaro” —como se le denominaba a la cesta-punta en la época de Erdoza menor— digna de los mayores elogios, aunque seguramente y desgraciadamente, pasará de puntillas. Este hombre que sin ningún tipo de ayuda económica es capaz de terminar libro tras libro, como si fueran partidos que acaban para comenzar uno nuevo, es el tipo de persona que hace País, una especie de notario del jai-alai, que sin su existencia no nos enteraríamos de los tesoros que encierra la cesta-punta, su pasado fascinate. No se trata de caer en la nostalgia, de añorar tiempos pasados que ni fueron mejores ni peores, simplemente diferentes.
Larrañaga nos cuenta la trayectoria de Erdoza, sus origenes, su debut en Madrid a los catorce años, su periplo por multiples lugares a lo largo de casi 40 años como profesional. Larrañaga nos cuenta los partidos que jugó, cuando, dónde, con quién formaba pareja y contra qué adversarios, a veces sólo contra dos, muchas de ellas con el Mayor de los Erdoza contra tríos de primera. Sus grandes rivales, Isidoro, Navarrete… en el universo del “Fenómeno” desfilan nombres y más nombres legendarios y otros no tanto, que evocan un siglo, gran parte del XX, sencillamente, maravilloso para el jai-alai.
Lo que siempre me llamó la atención, bien antes de que cayera este libro en mis manos, es la unanimidad al considerar a don Eusebio, el más grande de todos, por mucha diferencia, venga de la pluma de Eladio Secades, de la opinión de Guillermo, de Cecilio Urizar, de Hemingway, y como no de don Pedro Mir, pelotari primero y después intendente del Miami Jai-Alai durante décadas. En una entrevista grabada al “catalansito” —como llamaban a Mir en La Habana—poco antes de que falleciera, hablaba de Erdoza menor como el mejor de todos de los que él había conocido, y mira que vio jugar a muchos pelotaris Don Pedro, suelo pensar.
La figura de Erdoza menor evoca en mi memoria la contradicción entre la lejanía y su cercanía, su condición de mortal, aunque leyendo sobre su trayectoria, de la impresión de estar ante alguien sobrenatural, una especie de dios, un héroe perteneciente al Olimpo, más que de un pelotari nacido en un caserío a las afueras de una aldea. Rafael Elizondo, nuestro profesor de pelota, en el Beotibar de Tolosa, disputó partidos contra Eusebio Garat; nuestro intendente en el Principal Palacio de Barcelona, en los años 1972-1973, fue Sabino Markue, quien jugaba en el Novedades en el partido en el que falleció “El Fenómeno” (los detalles de la trágica muerte de Eusebio Garate los facilita Eustakio Barrutia, de Berriatua, quien jugaba contra Erdoza ese día). Cecilio Urizar —padre de José y de “Charly” Urizar— a quien recordamos de Markina, era el juez delantero en el que Erdoza menor se enzarzó en una discusión con su rival, por la retención de una pelota, lo que le costó al marquinés su despedida de mala manera del frontón habanero, anécdota, como muchas otras, refleja Larrañaga a lo largo del libro. Ese día, el de la gresca, el intendente del Jai Alai de La Habana, Eloy Gaztelumendi, solenmemente, planteó al empresario Arguelles. “O él o yo”. Al día siguiente, el público que llenaba las gradas, tributó un largo aplauso al intendente, quien desde su posición en el palco, siguió interprérrito la evolución del partido.
Siguiendo con la cercanía sobre Erdoza menor, decir que compartimos cancha y vestuario con dos de sus nietos, allá por la Barcelona de mis amores.
Es un libro completo el que nos ofrece Larrañaga, fotografías, programas, reseñas de prensa, entrevistas, biografías de otros grandes pelotaris que compartieron tiempo y lugares y, cómo no, aspectos que nunca se recogerán, que quedan perdidos. Por qué llegó a jugar hasta los 54 años? Con gafas, la tensión arterial por las nubes, en frontones de segunda a veces, contra contrarios que distaban de ser las figuras del momento. Tal vez como confesaba a la revista “Caras y Caretas” de Buenos Aires, respondiendo a la pregunta de si ganaba mucho dinero, contestaba que sí pero que vivía al día…
Era ésta una característica de aquella época, me pregunto, vivir al día con todo lo que ello supone, una vida de divo, rodeado de lujos, en un ambiente de esplendor. Algo díficíl de entender desde nuestra perspectiva de pelotari-proletario nota predominante en los años setentas-ochentas, en Florida sobre todo.
Recuerdo escuchar a la viuda de Rafael Gurrutxaga hablar sobre sus tíos, los Munita de Villabona, quines tras deambular por esos frontones del plantea regresaron a la Villabona natal, sin un duro, pero con aire aristócrata, amantes del buen vivir, de la ópera, de la buena mesa, de los gustos refinados. Otro tanto, Anjelito Ugarte, el bon vivant que regresó a Villabona y nos ha deleitado contándonos sus andanzas. Qué grande tuvo que ser ese tiempo en el que transcurre la vida de Erdoza Menor.
Eskerrik asko, Jose Agustin, beste behin, egiten ari zaren lan eskergarengatik. 150 ale horiek motz gera daitezela, eta bestela, zorionekoa ni, horietako baten jabe naizelako.
Esker mila