Hace unos días, el escritor Bernardo Atxaga dio una conferencia en Donostia (Gipuzkoa) sobre el bertsolari Txirrita, el tltulo de la charla: «Txirritaren garaiak gogoan». El escritor de Asteasu habló durante más de una hora ofreciendo su particular visión de Jose Manuel Lujanbio, más conocido como «Txirrita». Lo hizo de forma magistral, haciendo gala de una capacidad comunicativa extraordinaria, logrando embrujar a un público entregado que abarrotaba la sala.
Atxaga manejó varios argumentos, alguno de ellos me ha dado pie para reflexionar al comprobar, así lo creo yo, existen puntos en común entre los bertsolaris y pelotaris puntistas.
Txirrita vivió a caballo en la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, murió el año 1936. Es esa época, la que analiza Atxaga, en la sociedad rural de Euskal Herria existía una visión del mundo, un pensamiento propio, ajeno a influencias exteriores, sin contaminaciones del pensamiento analítico, racional. Incluso conservando rasgos afines al mundo májico. Txirrita fue el máximo exponente y tal vez el último actor del bertsolarismo más puro, después de Txirrita vinieron los bertsolaris «eskolatuak», cultos por decirlo de alguna manera.
Los bertsolaris del tiempo de Txirrita, incluida su audiencia, tenían una capacidad de memoria descomunal, debido a que todo lo recibido hasta ese momento se basaba en la transmisión oral. Txirrita era incapaz de leer y escribir; sin embargo, el almacén de la memoria, su disco duro, tenía una capacidad asombrosa.
No solo los bertsolaris de ese tiempo, los oyentes compartían ese atributo. Había, según explicó Atxaga, personas que eran capaces de retener en la memoria lo cantado por el bertsolari anteriormente, y poder recordarlo años después sin errores La capacidad de memoria de tan solo una persona de aquellas era mayor que la de todos los presentes en el salón, concluyó el autor de Obaba.
Atxaga lanzó una pregunta a los presentes. Sabéis de algún bertsolari, de aquella época, perteneciente a un pueblo marinero. Él, Atxaga, desconocía si había habido alguno, nadie de los presentes fue capaz de nombrar a ninguno.
El conferenciante vino a decir que se había tomado el trabajo de localizar a cada bertsolari de esa época, geográficante. De pasada, dijo que un arquitecto había hecho lo mismo pero con los frontones antiguos (supuse que se refería al zumaiarra Daniel Carballo).
Los bertsolaris surgieron en torno a las sidrerías, en Gipuzkoa. Ni en Alaba, ni Navarra, tampoco en Bizkaia o Iparralde. Es en el tiempo post-Txirrita cuando van surgiendo bertsolaris en distintas provincias, originariamente fue un fenómeno característico de Gipuzkoa. Las sidrerías fueron el cuartel general, ahí actuaban los poetas de la palabra, a menudo por una merienda, unos vasos de sidra. O por encargo, una novia despechada a la que su novio la había abandonado tras dejarla embarazada, el bersolari, a través de los bertso-paperak (papeles escritos), se encargaba de la venganza. En ese sentido el bertsolari actuaba como un abogado, entiendo yo, se ponía a disposición del cliente y, posteriormente, el gimnasta de la palabra, pondría en su lugar a quien correspondiera.
Como los pelotaris de esa época que tan pronto están jugando en Madrid, al año siguiente en Méjico, poco después en La Habana o Shanghai.
La del bertsolari era un oficio al igual que para el pelotari lo era, en un tiempo, en una sociedad rural en la que la miseria estaba generalizada, el poeta oral vasco a través de sus versos, el pelotari con sus pelotazos, encontraban una via para escapar de la miseria, de la pobreza reinante en Euskal Herria.
Hace bien poco, me comentaba un compañero y amigo, que él había empezado a jugar a cesta-punta como salida profesional. «No como tú», me dijo. «Que además te gustaba, sentías verdadera vocación».
Estoy de acuerdo, muchos con los que llegué a jugar, lo hacían como un trabajo, un oficio. El romanticismo que sentíamos algunos, ellos tan solo lo veían como una salida laboral.
El de bertsoalri del tiempo de Txirrita, por lo que entendí de la disertación de Atxaga, era, básicamente, un oficio, a menudo un mercenario (aunque suene fuerte) a disposición del cliente. Además de poseer una autoridad moral, ser una figura representativa, en una sociedad rural mayoriatariamente iletrada. No eran los bufones, como cabe pensar, capaces de entretener al público, también ejercian esa labor de «entertainers», pero iban más allá, eran la conciencia social del momento, la voz del pueblo.
Sin embargo, Atxaga, en su conferencia, puso el foco en cuestiones mundanas, por ejemplo, que las sidrerías, en Gipuzkoa en concreto, fueron el escenario habitual del bertsolarismo de la época. Estableciendo un binomio: sidrería y bersolari. Si se me permite el atrevimiento, yo iría más allá. Iría de la mano de Antonio Zavala quien sostenía que el bertsolari vasco tenía una manera de pensar intuitiva y no discursiva. Acaso, enlazando con Atxaga, el bertsolari gipuzkoano tenía unas dotes para la poética oral que no se daba en otros puntos de Euskal Herria, y, curiosamente se manifestaban en las sidrerías, me pregunto. Las ideas no le venían al bersolari tras beber unos vasos de sidra, los bersos los traía de casa, estaban en su interior. El mismo Atxaga mencionó que Txirrita podía pasarse horas cantando bersos. Es más, en su trabajo como cantero, el patrón le recriminaba a menudo que se pasase el día cantando bersos, de paso, distrayendo al personal, que es lo que le molestaba al jefe.
Tal vez, el pensamiento intuitivo a través de la comunicación oral en estado puro permanecía en la mente del bersolari gipuzkoano como no se daba en otras comarcas, me pregunto.
Atxaga lo comentó y lo podemos leer en los libros sobre Txirrita publicados por el jesuita Antonio Zavala, en la colección «Auspoa». Txirrita le cantaba bersos hasta a un limaco al que encontraba en un paseo. Algo que nos puede parecer absurdo desde el pensamiento racional. La inteligencia emocional de Txirrita y sus colegas contemporáneos no descansaba las 24 horas del día y lo hacían basándose en imágenes.
En cuanto al bersolarismo como oficio que mencionaba Atxaga, era una manera de ingresar unos dinerillos que les permitía sobrevivir en tiempos de penuria. Lo deseable hubiera sido que Txirrita hubiera podido vivir del bersolarismo; sin embargo, trabajaba en la construcción como «hargina», cantero. Una ocupación forzosa que lo ilustra decenas de anécdotas contadas por Joxe Ramón Erauskin, sobrino de Txirrita.
Txirrita era hijo de su tiempo como lo es Atxaga y como lo somos todos. Ni me imagino a Atxaga trabajando de albañil hoy día ni tampoco a Txirrita si llega a vivir en ésta época. Y viceversa, si Atxaga hubiese vivido en el tiempo de Txirrita, tal vez formara parte de alguna cuadrilla de aquellas, como cantero o «basomutil» (leñador).
Txirrita tenía una capacidad intuitiva moldeable asombrosa para adaptarse a los tiempos políticos y cantar según la tendencia de ese momento. A mi modo de ver, no es que fuera un chaquetero. Más bien, por la forma de pensar intuitiva y su rol en la sociedad se convertía en portavoz de un pueblo, el rural, su conciencia, que iba adaptandose a los tiempos cambiantes.
Sobre la procedencia de los pelotaris yo mismo me he solido plantear interrogantes al respecto. Por qué los puntistas surgían de unas zonas concretas y no de otras. Me refiero al tiempo de Txirrita. Oarsoaldea, es decir, Rentería, Oiartzun…
o bien, Villabona, Zizurkil, Asteasu, Andoain. Y, cómo no, la zona de Markina, pueblos como Mutriku u Ondarroa… tienen que tener algún elemento en común.
Al igual que el bertsolarismo surge como fenómeno sociológico, curiosamente, en torno a las sidrerías en Gipuzkoa, como señalaba Atxaga. Los frontones antiguos y los pelotaris de «punta bolea» profesionales se dieron también en determinados valles de Gipuzkoa, puntos de Bizkaia, ni en Navarra ni tampoco en Alaba o Iparralde, algo hubo que hizo germinar un oficio.
Tal vez ese componente interiorizado que se expresaba a través del bertsolarismo o del pelotarismo.
Fue una invitación a la reflexion y un verdadero placer escuchar a Bernardo Atxaga.