La increíble historia del pelotari Martin Odriozola en La Habana

«Los bares de los pelotaris» se titula uno de los capítulos del libro «El roble y la ceiba. Historia de los vascos en Cuba» (Txalaparta, 2003) escrito por Cecilia Arrozarena.

«En una construcción antigua, en una esquina entre Belascoain y Saludade, en el tercer y cuarto piso se hospedaban los pelotaris del Frontón Jai Alai. Una mujer con garbo, vasca, dueña de las dos plantas y de la azotea, tenia como huéspedes de diez a quince pelotaris, cada uno, con un baño individual en cada habitación».

Los pelotaris, salían del frontón a medianoche, caminaban Belascoain arriba y a menudo entraban en la taberna de Celada, en Belascoain y Carlos III. También visitaban la taberna Madrid, entre Belascoain y Concordia, y el restaurant Mar y Tierra cerca de Belascoain y el Malecón, y Vista Alegre, en Belascoain y San Rafael.

Los pelotaris también visitaban a menudo el Centro Vasco, en las distintas sedes que tuvo, en el paseo del Prado primero, y en Vedado después, en la 3 y 4 esquina.

Otro bar muy ligado a los pelotaris era Toki Ona, en el 214 de Marques Gonzalez, entre Neptuno y San Miguel, en el centro de La Habana. Uno de sus dueños fue Martin Ignacio Odriozola, quien invirtió el dinero que recogió en su homenaje, obligado al retiro debido a un problema cardíaco que le diagnosticaron en un chequeo médico. Le llamaban Odriozola I para distinguirlo de un hermano suyo, le apodaban «Perrito» y «Meteoro Vasco», su juego era ágil y alegre. Tenía 23 años cuando le diagnosticaron la enfermedad, y tuvo que retirarse en 1958. El Toki Ona aparte de restaurant tenía dos pisos, donde se hospedaban los pelotaris.

El hotel San Luis también entre Belascoain, Anima y Laguna, fue el hogar de los pelotaris alejados de su tierra natal».

Nos hemos encontrado en Anoeta (Gipuzkoa) con el que fue dueño del Toki Ona, con Martin Ignazio Odriozola. Nos ha contado peripecias de su vida, y nos ha confirmado datos que sabíamos, otros, nos los ha rectificado. La primera parte de la historia de Martin Odriozola Otaegi trata de su vida de pelotari, al final su testimonio de la Revolución Cubana. «Las pasé canutas en La Habana. Me tuvieron hasta encarcelado…!»

Eres tú el Martin Odriozola que menciona Cecilia Arrozarena en su libro…

Si, yo soy Ignazio Martin, nacido en 1935, en Anoeta, nacer y al año siguiente empezó la guerra (civil española). Entonces yo era Iñaki. Nosotros éramos del caserío Goikoetxea, vivíamos allí en la plaza. Todo esto estaba lleno de miqueletes, y los padres aterrorizados! En una de estas le dijeron a mi padre: «Oye, si no le cambias de nombre a tu hijo, te vas a quedar sin él!». De ser Iñaki en los papeles y en todas partes, desde entonces soy Ignazio. Eramos siete en casa, cinco chicos y dos chicas. Otro hermano mío también fue pelotari, le llamaban Chiquito de Anoeta. Vive en Méjico ahora. Ir yo a Cuba y a los cinco años me lo llevé para allá, estaba jugando muy bien aquí… Como te he dicho, éramos de caserío, y aquí no había nada. Y veíamos cómo venían los pelotaris de América, y siempre nos atraía la pelota! Además, entonces el pelotari era más de lo que es hoy el futbolista!

De chavales jugábamos a mano en la plaza. Después, en la escuela de pelota de Tolosa con Rafael Elizondo de profesor. En esa época las empresas estaban en Méjico y Cuba, y aquellos pusieron a Elizondo para que nos enseñara.

Empezaste en la escuela de pelota del Beotibar…

Con catorce-quince años. Igual éramos unos cien. De Andoain, Donostia, Azkoitia, Azpeitia, Villabona, Astigarraga…, éramos de muchos pueblos. Muchos pelotaris aprendiendo, las dos empresas aquellas pagaban los gastos de la escuela. ensayábamos de dos a tres veces por semana. Yo iba a veces en bicicleta, o corriendo, como se podía! Las cestas viejas que nos daban las teníamos que dejar en el frontón. Y venir del frontón y a trabajar en el caserío, con catorce años! Como te he dicho, éramos siete hermanos, aunque el padre trabajaba en la fábrica…, pues, amigo! Poco dinero y mucha pobreza!

¿Cómo se iba de pelotari a América?

Empezamos a destacar varios pelotaris, y fuimos siete de una tacada a Cuba: Egurbide, Etxaniz, Alberro, Mendiola, Zeberio, Altuna y yo. Altuna, murió. También Zeberio, Alberro debe andar por Tijuana, creo, y Egurbide en Miami, Etxaniz en Dania…

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Yo solo estoy aquí! (Euskadi) Empecé con catorce años a la pelota y con 16 fui a Cuba. El más joven sería Egurbide; 13 o 14 años tendría entonces. Unos críos, por así decirlo! Para eso vino un empresario de América, Egiluz, nos vio jugar, escogió a los siete mejores y nos llevó a Cuba, Al frontón corto».

¿Qué quiere decir al «frontón pequeño»?

En La Habana había dos frontones. Uno era el «frontón pequeño», le llamaban «La Bombonera», ibas por Belascoain arriba y el que estaba a tres-cuatro cuadras de Zanja. El otro, «el grande», el Jai Alai o Palacio de los Gritos. El frontón más grande que existe en el mundo! Y el mejor, con 64 metros de largo! Cancha, lo que es cancha, aquella era! El que jugaba en el Jai Alai lo hacía en cualquier parte del mundo; y, muy bien además! Allí llevaban a los pelotaris que estaban bien entrenados! El pequeño también era un frontón muy bonito. Al principio, llevaban allí al pelotari, y si era bueno, al Jai Alai. Allí empezamos nosotros, los siete que fuimos de aquí, en el pequeño… Fuimos juntos y, el primer año andábamos todos juntos! Los comerciantes nos veían y decían: «¡Mira, los siete galleguitos!» Nosotros con la cara colorada-colorada, caseros! Y el azkoitiarra Etxaniz, vestido con alpargatas! Yo, con una sandalias que parecía un fraile! Todo así! De pena!

Llegar a Cuba, y ¿la primera impresión?

Fue muy duro. Partimos a primeros de diciembre, y aquellas Navidades –después también– lloré más de una vez. Nosotros nos reuníamos toda la familia en Navidades, y en Cuba lo echaba en falta. Salimos de casa el 7 de Diciembre y llegamos a La Habana el 10. Nos hicieron una despedida en el bar Erbia de Tolosa. Al día siguiente, teníamos que estar en San Sebastián, en tal sitio a tal hora. Alas tres en tren a Madrid. Al día siguiente avión. Pasamos 24 horas en el avión de la Compañía Cubana de Aviación. Hicimos escala en tres sitios antes de La Habana: Lisboa, Santa María de Azores y Bermudas. 24 horas en el aire. Recuerdo que de noche nos pegó un rayo. Qué manera de llover y moverse el avión! Y nosotros contentos! Entonces sí, hoy es el día que no quiero ni subir! Llegamos a La Habana, y, fotógrafos, sacándonos fotos como a los artistas! Cuántos fotógrafos y periodistas! Qué era aquello! Para asustarse! Llegó el autobús y nos llevó a nuestro sitio, al hostal de Celsa.

¿Al hostal de Celsa? ¿ Quién era Celsa?

Celsa Gomez, nos pusimos a vivir en su hostal, a dos cuadras del frontón pequeño, en la calle Belascoain, entre San Miguel y Neptuno. Celsa era asturiana. Su marido era José María Fernandez, dueño de la sastrería El Encanto, la mejor tienda de Cuba. Celsa para mi fue como una madre. Tenía clientela de todas partes, también nativa. Por lo demás nuestra vida… Siempre controlada! Nos pusieron clases de inglés por las mañanas. Pero nosotros más vagos que la chaqueta de un guardia, a veces íbamos, y otras, no. Un desastre! Quería que tuviéramos un poco de escuela, no sé. Como no íbamos a clase, paseábamos, comíamos temprano –doce y media, una– siesta por la tarde, otro paseo y a la noche al frontón. Librábamos los lunes y los viernes, nos íbamos a la playa, esos días de fiesta siempre estábamos invitados a alguna cervecería: Cervecería Polar, Cervecería Cristal, Cervecería Hatuey… Allí todo libre nosotros los pelotaris! El resto de la semana había función: dos partidos y dos quinielas, y si había algo especial, un homenaje o algo parecido, tres partidos. Y el frontón siempre lleno! No recuerdo mi primer partido. No me acuerdo otra cosa que cuando íbamos a la noche al frontón, la gente decía: ¡»Ahí vienen los siete galleguitos»! Andábamos casi cogidos de la mano, siempre juntos; al principio al menos! A los seis meses cada uno cogió su propio camino».

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¿Qué tal tú, como pelotari en La Habana?

Bien, muy bien! Los frontones siempre a reventar. Y a nosotros nos cuidaban como a reyes. Empecé ganando 200 dólares, en aquellos tiempos! De esos dólares, cincuenta nos los retiraban para mandarlos a casa. Poco poco nos fuimos acostumbrando a la vida de allí. Luego, a los dos o tres años supimos que tuvimos un tipo del FBI que nos custodiaba. Jóvenes nosotros, los siete siempre juntos, y nos cuidaban, nos controlaban. Pero nosotros no éramos conscientes. Si íbamos a un baile, allí estaba siempre nuestra sombra, pero nosotros no sabíamos nada. Vivíamos como reyes en La Habana. Éramos más de cuarenta pelotaris: Txurruka, Txutxo, Piston, Orbea, Salsamendi hermanos, Guillermo, Guarita –Guara mayor– Navarrete, Erdoza… Unos auténticos fenómenos! Éramos los mejores!

Yo empecé en el frontón corto, con mis siete compañeros, al año, los cuatro mejores pasamos al Jai Alai: Alberro, Etxaniz, Egurbide y los cuatro. El resto se quedó en el frontón pequeño, en La Bombonera. Empecé en el Jai Alai pero aquel era un frontón grande, y yo todavía verde, no tenía fuerza.

Pero, ¿seguiste como pelotari?

Pues, claro. Pero volviendo al frontón corto. Allí, sin embargo, jugaba contra tres! La cosa es que a los seis meses estaba de vuelta en el Jai Alai, y allí me quedé! Bastante bien, además. Empecé a sacar juego, llegué a ganar 13 partidos seguidos! Estaba en lo mejor, jugando estelares, contra Egurbide y el resto. Y así, un día, jugando un partido, suspendí, me acosté, me sentía mal, sin poder respirar. No estoy bien, pues, me decía a mi mismo. Zeberio dormía en la misma habitación. Bajamos y le dijimos a Celsa lo que me pasaba. Nos alarmamos. Jose Mari tenía buenos contactos de la sastrería, a la mañana nos fuimos a ver a un cardiólogo. Me tomaron la tensión y la de alta tenía a más de 200; la baja también por las nubes! Se llamaba Aisalá el médico. Decían en Cuba que ere una eminencia. Otros tres cardiólogos trabajaban con él. Me hicieron pruebas, me tomaron una y otra vez la tensión y me tuvieron un buen rato allí. Yo siempre he sido muy nervioso, me tomaban la tensión y por las nubes siempre. Los médicos corriendo de un lado para otro todo el tiempo. Empecé a temerme lo peor. Aquí no hay cosa buena, me decía a mi mismo. Cada vez más nervioso. Empecé a decir que me quería ir a mi casa. A casa no, tienes que ingresar. ¿Ingresar? Sí, sí. Me tuvieron siete días en la clínica. Después a casa, y cada cierto tiempo a la consulta. Tomar la tensión, electros. Tienes que seguir así, no hay otro remedio, me decían. Así seis meses. En una de estas, me dice el médico: «Lo siento mucho, se que te espera la carrera de pelotari, pero por mi parte, no te doy el permiso para que juegues».

Se me cayó el mundo encima! Para entonces ganaba 400 dólares mensuales y estaba jugando bien. En la clínica empeoré. Oía voces en la entrada y, pensaba, ahí me traen la caja de muerto. Me quedé echo polvo. Desde entonces tengo que tomar pastillas para dormir.

Te hicieron un homenaje.

Sí, hubo homenaje. Entonces también se llenó el frontón hasta reventar. Se juntaron todos los pelotaris. También me homenajearon en el hipódromo. Eran cubanos los que lo organizaron. Eduardo Fará y compañía. Pero allí la que valía era Celsa. Cuando estuve en el hospital allí estuvo ella, cuidándome. Como una madre. Tenía muchos conocidos y le decían: «Lo mejor que podéis hacer tú y Martin es abrir un restaurante». Los pelotaris atraíamos a cantidad de gente a nuestro alrededor. A Celsa le encantaba el negocio. Abrimos el Toki-ona.

Homenage

Eran tiempos de la dictadura de Fulgencio Batista

Para nosotros allí no había dictadura! Nos conocía todo el mundo y nosotros también, a los jefes de policía y a todos los demás. Cuando Batista daba los últimos coletazos, en cierta ocasión, acabó el frontón a eso de las doce e íbamos en el coche de Solozabal (Alex), siete personas. Tenemos que ir a tal sitio a tomar un trago, dijimos. Empezamos a entrar en el coche de Alex Solozabal, pero como no cabíamos el Txino Bengoa se metió en el maletero. Íbamos por el centro de La Habana y en una de estas, tremendo control, un montón de guardias! Nos paran. Salimos del coche –Poco nos importaba a nosotros– a los dos lados del coche policías con sus fusiles y metralletas apuntándonos. Va uno de los guardias a la parte de atrás, abre el maletero, y Chino Bengoa dentro! El cristo que se armó! Vaya jaleo…! Hasta que uno de los policías empezó a dar ordenes: ¡»Estos son nuestros»! Dejadles, dejadles»!

A los pelotaris no nos pasó nada en Cuba. Para entrar al cine registraban a todo el mundo. A nosotros, jamás. Los policías y sus jefes eran grandes apostadores, nos conocían a todos. La gente de La Habana, todos pasaban por el frontón. Había tanta afición a nuestro deporte!

Cuando entraron en La Habana Fidel Castro, Ché y esos, no hubo más que unos pocos disparos. En La Habana no pasó nada. Tremendo miedo, eso sí. Sin poder salir de casa. Teníamos hospedados boxeadores en el hotel y todos allí, de miedo, los boxeadores y los pelotaris. Vimos por la tele cómo entraban los barbudos en La Habana.

Fidelistas

Tras retirarte trabajaste en el Toki-ona

Y duro además. En la barra, en la caja, cocina… Llevábamos el negocio al estilo de aquí, el cocinero también era de aquí, Eusebio Arrillaga. Ahora vive en Miami… y el local abarrotado. Ganábamos más dinero que los pelotaris. De verdad… Entramos en el negocio hipotecados hasta las cejas pero enseguida le empezamos a dar la vuelta. Estábamos al lado del Jai Alai, a menudo nos visitaban artistas famosos. Lola Flores, Gina Lollobrigida… y, después, Che Guevara, Llanusa (Jose Llanusa Gobel, primer alcalde de La Habana tras Batista), algún que otro comandante. Fidel Castro, no, nunca vino. En el Toki-ona había pelotaris siempre, y otros vascos también, los frailes.

Frailes franciscanos venidos de Aranzazu

Los teníamos a menudo en nuestra casa, sin parar. Con ellos aprendimos a bailar. Celebrábamos fiestas vascas. Nos invitaban a sus colegios, a Nuestra Señora de Las Vegas, en el camino Rancho Boyeros. Tenían piscina y todo. Nos metíamos en el agua, y nos peleábamos! Chino Bengoa, Alex Solozabal… yo. El superior era Baztarrika, pero, un día, le echamos al agua con hábito y todo! Había confianza…! Como nosotros íbamos allí, ellos nos visitaban. Los frailes conocían bien nuestro restaurante. Baztarrika, Sudupe, Biain, Joseba Etxberria, Javier Arzuaga, Pertika, Patxi Iraola, Luis Zabala, Patxi Rezola…, conocíamos a muchos.

Franziskanoak

Los frailes franciscanos tienen mucha historia en Cuba, en La Habana. Sobre todo Javier Arzuaga

Ese si tiene historia! Acompañaba al paredón a los condenados a muerte. Se dice que les acompañaba tocando la acordeón… Él no cuenta eso. A, yo sí! Arzuaga guardaba la acordeón en nuestra casa. Venía a comer a Toki-ona. Con la ropa de los muertos metidas en bolsas venía al restaurante, para entregarla a los familiares. ¡Pero los familiares no acompañaban a los condenados! Y dentro de la cárcel también, él, Arzuaga!

Comía a gusto cuando venía a nuestra casa. También yo le atendía lo mejor que podía! De pocas palabras, serio… se quedó destrozado, en los huesos. Historia la de Arzuaga, ya lo creo que dura! ¿Y lo que le hicieron a Patxi Rezola? Le quisieron sacar información y lo pusieron desnudo en el Parque Central! Rezola no se asustaba!

La persecución religiosa fue un tema tras la Revolución, ¿En tu entorno qué cambió con la Revolución?

Al principio nada. Camilo o fue Raúl el que tomó Santiago, pero en La Habana no pasó nada. Algún tiro que otro, poca cosa. Nadie por la calle, pero el ambiente al principio no cambió. Después, poco a poco. Los americanos empezaron también a enredar, fue empeorando, de mal a peor. Por otro lado, Fidel Castro se entregó a Rusia comunista… Los americanos tenían toda la culpa. En lo de Bahía Cochinos, si los americanos hubieran querido, bien pronto hubieran tomado la isla! Cuando entró Fidel Castro, los frailes empezaron a mandarme gente para que les escondiera. Después, empezó la persecución contra los frailes y religiosos. Andaban detrás de ellos.

Dice tu hijo Igor que en Toki-ona pasasteis muchas peripecias

Tuvimos que empezar a hacer contrabando. Cuando el gobierno empezó a expropiar, empezamos a recoger la poca comida que había, para poder sostener el negocio. Así, a las tres de la mañana, a las cuatro, fui a muchos sitios. Un camión nos repartía un saco de pollos, pollos muertos. Aquello era contrabando de pollos! En cierta ocasión, traje un cerdo del convento de los frailes, de Nuestra Señora de Las Vegas, todavía tenían la residencia allí. Patxi Rezola mataba al cerdo, Biain también andaba por allí… Metía al cerdo en el maletero y a La Habana. Aquel día iba me acompañaba un militar. Si voy con este no me para nadie, pensaba entre mi. Andaba mucho militar por aquel entonces. Llevaba la protección del militar desde Rancho Boyeros camino La Habana. El cerdo atrás en el maletero y el militar delante! Había que hacer algo! Entonces yo no me asustaba.

Has dicho que los frailes empezaron a mandarte gente…

La gente andaba escondida, también los que habían sido ministros con Fidel! Los frailes ocultaban gente, y así me mandaron a mi algunos. El fraile tolosarra Tomás Olazabal «Otxito», una noche: «Oye, escóndele a éste».! Me mandaron a tres-cuatro personas para que las escondiera, entre ellos un comandante…! El Toki-ona tenía dos plantas. Abajo el bar y el restaurante, arriba las habitaciones, con aire acondicionado y todo, cosa grande con aquel calor! Muchas habitaciones libres y los que nos mandaban los frailes, en ellas escondidos. Pasaron tres-cuatro días escondidos. Hasta que tuve que decirle: «¡Oye, Olazabal»! Sácame estos de aquí, sino a mi me van a llevar adentro!

«Estáte tranquilo, Martin, pronto los sacamos. A los dos días se los llevaron, a donde, no se. Pero uno de los que tuve escondido me traicionó: le di cobijo pensando que era antifidelista, y resulta que era fidelista! Así me apresaron. Un día, un domingo al mediodía, vinieron a por mi. Estaba el local a reventar. Rodearon toda la manzana, y vinieron derechos a por mi, yo estaba en la caja. «¿Me conoces»? Ya lo creo que lo reconocí. ¿»No te acuerdas de mi, cómo me tuviste escondido en esta casa»? Me preguntaron por Cesario Marcos.

¿Quién era Cesareo Marcos, por qué iban detrás suyo?

Cesareo Marcos era un empresario donostiarra. Puso un secadero de bacalaos en La Habana. Vivía con Altuna el pelotari. La policía andaba detrás de Cesareo Marcos con la esperanza de apresar por medio suyo a David Salvador, porque Marcos y Salvador estaban compinchados. David Salvador (jefe de la Central Cubana de Trabajadores, CTC, uno de los fundadores del Movimiento 26 de julio, el año 1960 opuesto a la Revolución) fue ministro con Castro, pero cuando vio que el comunismo entraba se opuso al régimen desde la clandestinidad. Se decía que tenía a 20.000 hombres bajo sus ordenes. Quería llegar a un acuerdo con los americanos. David Salvador, organizaba sus reuniones en casa de Cesareo Marcos, por eso todo el jaleo.

Para eso, la policía nos vino al Toki-ona, preguntándome por Cesareo Marcos.Empezaron por ahí y pronto fueron para arriba. Cogieron a mi hermano Agustin y a Gurrutxaga de Villabona, los dos también pelotaris, vivían en el hostal. También a ellos les quisieron sacar información, qué andaba yo, por dónde… En balde, no sabían nada de mis andanzas. El que anda tiene que andar a callandas. Andábamos a escondidas y hasta por teléfono con contraseñas.

¿Y..?

Una tarde festiva, me detuvieron. Me pusieron un pistolón delante y me dijeron: «Nos vas a tener que decir donde está Cesareo Marcos, sino te vamos a liquidar». Yo les contesté: «Me vais a tener que matar porque no se nada». Sabía que no me iban a hacer nada ya que tenía todavía pasaporte español. Contactos también teníamos en la embajada española. Cogen y me llevan al puerto. Anduvimos dando vueltas. En una de estas paramos y: «Dinos donde está Cesareo Marcos, sino te vamos a pegar un tiro y echar al agua». Así me anduvieron, a la noche, me soltaron. Más tarde, me venían al restaurante para chantajearme: «Nos vas a dar dinero, sino te denunciamos»! De vez en cuando les daba algo. Así anduve durante cierto tiempo.

¿Te dejaron en paz?

No, que va. En otra ocasión me encarcelaron. Estábamos mal vistos en el barrio. Vivía gente baja, y veían que al restaurante venía gente de clase alta, bien vestida. Teníamos fama de contrarrevolucionarios! ¡»Al paredón, al paredón»! Igual nos decían por la calle. Todo así. Me llevaron preso y me tuvieron tres días incomunicado. Menos mal que estábamos en contacto con la embajada. No sabían donde estaba, pero ya me sacaron. Desde entonces, tenía que presentarme en la comisaría de Zanja cada cierto tiempo: ¡»Qué»!, me decían. ¡»¿Estás portándote bien?»!

Al final, ¿te quitaron el negocio, el Toki-ona?

Sí, vinieron a quitarme el restaurante, y entre ellos, conocía a todos. Gente que iba al frontón! Me vinieron y: «Martin, danos la llave»! como burlándose. «Ha llegado la hora de que nos des la llave»! A los tres días, vinieron otros, pidiéndome la llave: «Si quieres quedarte de administrador…».

No, yo me marcho de aquí. Quiero irme a España. Permitían a poca gente salir del país, pero me dieron el permiso. El ambiente estaba muy deteriorado para entonces. Todo militarizado, a la mínima el de al lado te liquidaba. Muy mala la situación, muy mala. Que me iba de allí, les dije. No se podía sacar nada del país, pero me dijeron que me llevara lo que quisiera, y preparé dos baúles con ropa y otras pertenencias. «Hablaremos con la aduana», me prometieron. Cuando llegué a la aduana, no apareció nadie. Me vine de vacío de La Habana, el cielo y la tierra, y otra vez tener que empezar de cero.

Regresaste a Anoeta

Sí. Antes que todo, conocí a un médico en el Toki-ona, era de un hospital de Vedado, venía casi todos los días a comer a nuestra casa. Nos hicimos buenos amigos. En una ocasión, me dijo: «Martin, se que tienes un problema de corazón. Tienes que venir un día a mi clínica, te voy a hacer un chequeo médico». Fui, me tuvo dos días haciéndome pruebas. Al final, me dijo: «¿Qué te dijo el doctor Aisalá, que tuviste un infarto?»… Tú no tienes nada en el corazón, nada. Nada te impide jugar a la pelota».

Y cómo iba a empezar de nuevo a jugar a la pelota, después de dos años. ¿Otra vez a jugar? En La Habana, imposible, el frontón estaba ya cerrado. Así me vino la hora del regreso. Venir aquí y, ¿Qué podía hacer? Estaba en blanco, sin estudios! Y empecé de nuevo a jugar. De pena! Comencé a entrenarme, ir al monte, a correr, y…. Ya quisiera estar ahora como estaba entonces! Estoy operado de las dos rodillas, prótesis…

Jugué en Gernika, en Durango… Muy mal! Me comía las tripas, no podía. Anduve un año más o menos, a duras penas y, se acabó la pelota!

Para eso, mi hermano era albañil y yo, siempre he sido muy inquieto. Negociante, desde niño fui con mi madre al mercado. «Por qué no empezamos construyendo una pequeña casa y, poco a poco»… Así nos metimos en la construcción mi hermano y yo, hasta hoy. Nos ha ido muy bien.

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¿Has vuelto desde entonces a La Habana?

Sí, cuando ocurrió lo de Nueva York andábamos por Cuba Y Méjico. Fui de miedo, ya que había estado fichado. No tuve ningún problema. Llegar a La Habana y no la reconocí, por Vedado, el Hotel Hilton… ¿Donde ando yo?, pensaba. Belascoain abajo, pasar por los bares –Mar y Tierra, Hotel Sn Luis…–, todo abandonado. Al ver el Toki-ona me entraron ganas de llorar. Lo que fue aquel bar! Los balcones en riesgo de caerse. No lo reconocí. Cómo estaba entonces, elegante! Nosotros viviendo como reyes en La Habana. Con los partidos (de frontón) nos apurábamos un poco. Por lo demás, de categoría! ¡Qué era Cuba entonces! Los coches se estrenaban antes que en América. Cuba fue, en la época que nosotros la conocimos, magnifica!

Regresé el año 1964, el día de San Juan, hasta el 2001 no volví.

P.D.

Esta entrevista está publicada en la revista: erlea-9, octubre, 20015

Miel A. Elustondo es el que ha entrevistado a Martin Odriozola. Al estar la entrevista en euskera he tenido el atrevimiento de traducirla al castellano, lo mejor que he podido.

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