Flak Mak no es el apodo que le han puesto los gringos al «Palacio de los Gritos», al frontón Jai Alai de La Habana. Flak Mak es el nombre de una máquina de picar hielo americana para preparar daiquiris; es la explicación que le da el cantinero del bar del hotel Ambos Mundos a un escritor vasco.
La micro historia que nos cuenta Joseba Sarrionandia en la revista erlea-9 lleva ese título: Flak Mak. La acción se desarrolla el año 1947.
Un escritor –su alter ego– camina por las calles de La Habana vieja, hace un calor insoportable y la humedad no es menor; una vieja mulata de tacones altos y vestida de cabaretera se dirige a él: «Mi amol, mi amooooooool!
Entra en el bar del hotel Ambos Mundos, situado entre las calles Obispo y Mercaderes , divisa al fondo de la barra a Ernest Hemingway, de pie, un lápiz en la mano y un cuaderno sobre la barra, bebe un daiquiri. Un pianista de color negro maltrata las teclas de un piano. Si no oyes el canto de mi voz… Oye el eco de mi canto de cristal»... Unos aplausos, Ernest Hemingway, no.
El escritor vasco que en toda su vida solo ha publicado un poema en una revista de ornitología, se dirige hacia Hemingway:
«I am a basque writer», le dice. El de la barba blanca le mira sorprendido. Se le cambia la cara. ¿Porque ser en lugar público usted siente derrrrecho a molestarme? A continuación: I am a basque boxer, le dice, aprieta el puño y le suelta un tremendo golpe debajo del ojo izquierdo.
El escritor vasco se sienta en la barra y le pide una cerveza al camarero: «Una cerveza Hatuey, por favor». El camarero le sirve la cerveza y también le trae unos cubitos de hielo, saca el pañuelo, coloca los hielos, y se lo pone en el mentón. El pianista sigue maltratando al piano mientras entona: «Siboney, de mi sueños, si no oyes la queja de mi voz»…
El escritor vasco lleva tomadas 6-7 Hatueys, saca un billete de 20 dólares. «Ya está pagada», le dice el camarero. «Mister Hemingway pagó».
«Déle las gracias de mi parte». Tras un buen rato, Hemingway y el camarero charlando y riendo a carcajadas: «»Dice que le perdones», le habla el camarero en euskera (vacuence). «Si fueras escritor sabrías lo que es concentrarse».
«Eres vasco», le pregunta al cantinero.
«De Motriko, vine con catorce años de pelotari, y me quedé aquí».
El visitante, «Sarri», entonces se da cuenta del hombrachón que tiene enfrente, su brazo derecho está mucho más desarrollado que el izquierdo, como les ocurre a los pelotaris de cesta punta.
«¿Te retiraste de la pelota?», «Me echaron», le contesta con una sonrisa y añade. «Sería por malo».
Continúa la narración…
Hay mucho de «blues» en el relato de Sarrionandia. Habla de La Habana pero ni menciona el palacio de los Gritos ni ninguno de los grandes que pasaron por el Jai Alai. Sus personajes son de segunda fila, actores secundarios, lo contrario de unos héroes. Él se presenta como un escritor novato. El motrikoarra no es Ituarte ni Pistón, paisanos del cantinero, el expelotari es un fracasado, tenía tan poco juego que le echaron. El pianista no es Bebo Valdés; sino más bien alguien que maltrata las teclas, un pianista mediocre de voz lastimera. ¿Unos perdedores?
La entrevista publicada en erlea-9 no se la hacen a una de las grandes figuras de cualquier modalidad como cabría de esperar al tratarse de «pelota» como tema casi monográfico. El entrevistado, Martin Odriozola (¿Odriozola quién?…; otro actor secundario pero poseedor de una historia auténtica. Como su homónimo Martin (Zalacain) es otro personaje barojiano que hubiera encajado perfectamente en el universo de Don Pío. Un tipo de persona extraordinariamente activa, emprendedora, un hombre de acción.
Le diagnostican un problema cardiaco y se ve obligado a dejar de hacer lo único que ha aprendido, a jugar a la pelota. Un drama. Se le vino el mundo encima. Lejos de achicarse, monta un bar-restaurante y triunfa. Se convierte en un hombre de negocios. La historia no acaba ahí. La Revolución Cubana se encarga de darle otro golpe al mentón, no es Hemingway en este caso, sino los castristas que toman el poder.
El Martin (Odriozola) como el Martin (Zalacain)de Baroja, de pronto se convierte en contrabandista: «había que conseguir alimentos cuando lo requisaban todo». Se convierte también en hombre de acción. Ayuda a los frailes franciscanos escondiendo a los perseguidos por el régimen castrista, se juega el tipo. «Entonces a mi no me asustaba nada», confiesa más de 50 años después. No acaban las penalidades ahí. Le quitan el negocio, lo requisan y se ve obligado a marcharse del país. Más puñetazos al mentón.
Antes de irse de Cuba, un amigo suyo médico le hace un examen. No tiene nada en el corazón que le impida jugar a la pelota. Varios años perdidos, irrecuperables. Más golpes. Con una mano delante y otra detrás parte hacia Euskadi. ¿Qué hacer?
Coge la cesta de nuevo. No es el mismo. Siente lástima por sí mismo y decide colgar por segunda y definitiva vez, la cesta. Lejos de quedar noqueado en la lona, se levanta y se dedica a la construcción. Las penalidades quedan atrás. Final feliz.
Turrillas no escribe la biografía de Paco Berrondo, zaguero de primera fila, todo un caballero, hombre discreto, quien tras retirarse se dedica a los negocios triunfando en ellos. Turrillas se junta en Acapulco con Guillermo y entre, high-ball y high-ball, escriben a dos manos la biografía del ondarrutarra. Turrillas escoge una gran figura pero además escoge un canalla con una historia auténtica. Una persona traviesa en la infancia y pocos años más tarde, en la adolescencia, aspirante a gángster. Un hombre que donde iba daba que hablar, bien y mal, la polémica siempre fiel compañera. Una persona que escoge vivir la vida al límite, de aquí para allá. «I am a basque jai alai player», le diría a Hemingway y lejos de recibir un puñetazo, se liarían a beber daiquiris hasta el amanecer.
¿De qué hablaban el cantinero ex pelotari de Motriko y Hemingway en la barra del «Ambos Mundos». Hablaron largo y tendido y se reían a carcajadas, nos cuenta Sarrionandia.
Gorka Bilbao, director de «Jai Alai Blues», no escoge a Chucho, Churruca al «Chino» o a Chimela para que nos cuenten sus andanzas. No, son personajes de segunda o tercera fila, actores secundarios, los que van desgranando pasajes de sus vidas. Mezcla de aventureros que han vivido con intensidad y han acabado sumidos en la nostalgia acompañando a Hemingway a tomar daiquiris con la música de fondo de Audience en lugar del pianista que maltrata las teclas del piano del «Ambos Mundos».
El propio mundo del jai alai seguro que hubiese sido del gusto de Pío Baroja, tiene nuestro deporte una atmósfera barojiana inconfundible. Personajes vagabundos, hombres de acción, hoy juegan en Egipto, mañana en Shanghai, para acabar su carrera pelotística en Méjico y su vida en Las Vegas. Dos huelgas perdidas y alguna más de la que no tenemos constancia. Siempre al limite. ¿Pasará la ley, el decoupling, que permitirá a las empresas prescindir del jai alai? ¿Resurgirá el jai alai en Méjico? El jai alai en estado permanente de crisis, como diría Marina Torondel.
Jodido mundo barojiano el nuestro.
Mientras, el escritor sale del Ambos Mundos tras escuchar las palabras del motrikoarra: » es tarde y vete a casa, estás borracho»– camina por las calles de La Habana vieja, donde Robinson camina años más tarde en Jai Alai Blues para explicarnos que recibió un pelotazo y ya no volvió a ser el mismo… Mister Hemingway pasa abordo de un Buick de color rojo y blanco, va de copiloto. El aspirante a escritor le grita al pasar: ¡Que le vaya bien!.. Empezaron a caer unas gotas de lluvia.