Cada vez que releo las memorias de «Guillermo» Amutxastegi, recogidas en el libro Neuk…! quedo asombrado por varios motivos. Primero, por lo ameno que resulta su lectura. Segundo, porque en gran medida es una lección de historia sobre el jai alai. En tercer lugar, por los personajes que van apareciendo desde la primera página y tan bien descritos por Paco Turrillas, que fue quien, en definitiva, recogió las confesiones del legendario Guillermo.
Ni el gran Pío Baroja pudo imaginar personajes tan «barojianos» como los que van apareciendo en los recuerdos de Guillermo. Es más, se podría reconstruir la biografía de Guillermo partiendo de los personajes que fueron surgiendo desde su niñez.
En Guillermo se dan varias casualidades que contribuyeron a formar el personaje más fascinante que ha dado la historia de la cesta-punta. Es posible que haya habido pelotaris con más juego que el zaguero de Ondarroa. Tan peculiar dentro y fuera de la cancha, ninguno. Su juego, su personalidad y su comportamiento, han hecho que sin discusión alguna (a mi modo de ver), a la hora de escoger una figura, mi dedo señale al de Ondarroa.
Volviendo a los personajes secundarios que van apareciendo. Desde Arteondo, el forzudo que estaba de «apopilo» en la casa de huéspedes que tenían los padres de Guillermo. «Matxinplaka», el alguacil del pueblo a quien Guillermo le traía por la calle de la amargura. El bestia de Don Pedro Leibar, maestro de escuela. Don Damián, el txistulari sordo que les daba clases de solfeo. Juan Izeta, el maestro de escuela. Galarraga, el mutrikuarra que le dio las primeras lecciones con la cesta… Todos ellos y algunos más que van surgiendo en sus memorias, son dignos de un papel secundario en las novelas de Pío Baroja.
No es de extrañar que Pelay Orozco, gran admirador de Baroja, tomara a su vez a Guillermo como inspiración para crear el personaje de Kapero y completar una trilogía sobre el jai-alai titulado: Los Pelotaris.
Volviendo a uno de estos personajes. A «Matxinplaka» en concreto. Así lo describía Guillermo (me tomo la licencia de contarlo de manera versionada).
Matxinplaka era el alguacil del pueblo. (Los que tenemos cierta edad recordamos la figura del alguacil del pueblo). En Ondarroa, en la segunda década del siglo pasado, la autoridad que pateaba las calles y se encargaba de que no hubiera sobresaltos, era tarea de Matxinplaka. Su nombre y apellido se desconoce en el relato de Guillermo. En realidad, en los pueblos pequeños y más en uno como Ondarroa sus habitantes más que por su apellido se conocen por el apodo. En el blog: ondarroakohistoria.files.wordpress.com, a parte de diferentes historias sobre Ondarroa aparecen decenas y decenas de motes del pueblo. Apodos curiosos, la mayoría no tienen desperdicio. Unos cuantos…
Akaki, Ankamotz, Asto baltza, Barrabas, Besame, Diabru, Dientes, Españandi, Ezinaberastu, Goxo-goxo, Jijiji, Karpanta, Pasajeru (el padre de Guillermo), Papardo, Sandokan, Siete-kilos, Sopas, Totri, Tratra, Txesbol, Xantilli, Xurdo, Zazpi planta, Zentellas… y así decenas y decenas. Entre ellos, cómo no.: Matxinplaka.
Matxinplaka era el alguacil del pueblo. Un tipo gordote y fuerte, de andar pausado, un punto de cojera y balanceante como un bergantín… en otra parte del relato lo describe: «andar de burro cansado». Caminaba apoyado en un bastón de punta metálica que producía un «klik-klak» al caminar.
La cuestión es que el alguacil era el enemigo público de todos los chavales traviesos. Sobre todo de Guilllermo, un diablo de chaval. Matxinplaka cada vez que le veía a Guillermo le lanzaba una patada. Este último calculaba que recibió más patadas del agente del orden público que pelotas tiraría al frontis en toda su carrera.
Era costumbre en la chavalería que nada más ver a alguacil todos se burlaran de él:
¡¡Matxinplaka, Matxinplaka… klik-klak, klik-klak»…!!
El alguacil echaba a correr –más que correr era un amago– tras la chavalería entre más burlas y carcajadas.
Fue Matxinplaka quien descubrió a Guillermo que en lugar de ir a la escuela donde le habían expulsado, se iba a la barra a bañarse y a pasar el día. «Completamente desnudo, la piel curtida por el sol y la sal marina»… Guillermo en cuanto divisaba a Matxinplaka empezaba a provocarle al grito de guerra: «¡¡Matxinplaka, Matxinplaka… klik-klak»…!!
El pobre alguacil arrastraba las piernas lo más rápido posible y Guillermo, estudiadamente, le dejaba que se acercara hasta la orilla. Entonces, nadaba hasta la orilla opuesta, «plaitxikixe» (la playa pequeña). Matxinplaka, levantando el puño amenazador, pidiéndole al cielo que le tragaran las aguas.
Por esa época, Guillermo se quedó ciego el año anterior durante el verano, aunque volvió a recuperar la vista. Esta vez, después de uno de sus encuentros con el alguacil. Probablemente debido a la cantidad de horas en agua salada. Se quedó completamente a oscuras. Llorando y gritando. Pidiendo socorro… dando bandazos y tropezando a cada paso. Y tras sus pasos Matxinplaka, a duras penas sin poder seguirle a un Guillermo aterrado pero capaz de segir a su instinto hasta llegar a la zona de «Zubizarra» (puente viejo) donde fue alcanzado por el alguacil.
Sin embargo, el «malvado» Matxinplaka, aquel que bien a gusto le hubiera dado una paliza descomunal, en lugar de descargar toda la ira acumulada, se apiadó del chaval. Lo abrazó y lo llevó hasta el portal de casa de Guilllermo.
«Ama, ez dot exebez ikosten» (madre, no veo nada) fue lo que dijo nada más sentir a su madre.