Pedro Mir en Nueva York

La historia del jai-alai americano es fascinante porque contiene episodios que a día de hoy parecen inverosímiles. Cómo explicar que un escenario majestuoso como fue el Teatro Hippodrome de Nueva York pudiera albergar una cancha para la práctica profesional del jai-alai. Ocurrió el año 1938 en pleno corazón de Manhattan, a una manzana de Times Square. La aventura duró cinco meses. El motivo: las autoridades negaron el permiso de apuestas. El jai-alai profesional en USA no tiene cabida sin la apuesta.

Richard Berenson –el empresario que compró el Biskayne de Miami– asociado con un promotor de boxeo llamado Micke Jacobs, fueron los artífices de la intentona de Nueva York. Los emprendedores no siempre aciertan, aunque los buenos no cejan en su empeño. Los dos citados contrataron a los mejores pelotaris del momento: Guillermo, Segundo, Gabriel, Pistón… la casa por la ventana hasta formar una plantilla de 35 artistas.

¿Qué hubiera sido de la industria del jai-alai de haber tenido éxito la experiencia en la «Gran Manzana»? Nunca lo sabremos.

El Teatro Hippodrome estaba situado en la sexta avenida, entre las calles 43 y 44. Tenía una capacidad para 5.220 espectadores (fíjense en la foto, espectacular). El escenario era doce veces más grande que cualquier teatro de Broadway. 1.000 artistas diferentes podía actuar al unísono; un circo completo con sus elefantes y caballos. Se construyó el año 1.905 y se inauguró con la producción: «Un Circo Yankee en Marte».
Desde sus comienzos todo tipo de artistas de diferentes disciplinas actuaron en el magnifico teatro: Músicos como Stravinsky, Shumann, Ravel, Falla, Debussy… Caruso triunfó en ese lugar. Mae West y Josephine Baker encandilaron al publico. La más gorda tal vez la que armó el mago Houdini el año 1918. Disparó un tiro de pistola e hizo desaparecer un elefante que pesaba 5 toneladas

El jai-alai se estrenó en él el año 1938, un martes y trece (mal empezamos según algunos). Más que los nervios de rigor, situación de pánico, según contaba Pedro Mir. La función inaugural a punto de empezar y las obras sin acabar. 24 horas antes el escenario había albergado un circo completo. En ese plazo de tiempo un equipo de ingenieros estuvo trabajando sin parar a las ordenes del intendente, de Pedro Mir. Montaron en tiempo récord, una cancha de 40 metros.

«La inauguración estaba prevista para las ocho y cuarto», recordaba Mir. «Un cuarto de hora antes la obra estaba sin acabar. Se cruzaron apuestas, 5 a 1, a que no empezaba la función a la hora. Jacobs y Berenson pusieron 50 trabajadores a trabajar y para la hora en punto, todo acabado».

«La apertura fue maravillosa. Lo nunca visto en un frontón. María Creber (en la grabación no le entiendo bien este nombre) cantó. En la historia del jai-alai, por vez primera, radiaron la función que se escuchó de costa a costa. 300 periodistas acreditados. Habían hecho una publicidad enorme, uno de los periódicos le había dedicado toda una página… (Mir habla emocionado). Yo fui el juez de centro e intendente en aquel frontón».

El teatro lo decoraron al más puro estilo folklore español, murales con figuras de toreros y bailaoras de flamenco, guirnaldas… un tanto chabacano pero algo habitual en aquellas tierras. El Miami Jai-Alai también revestía ese tipo de decorado en los tiempos que yo conocí.

«El estelar lo jugaron Gabriel y Guillermo contra Pistón y Segundo, a treinta tantos. Empataron a 29, el ultimo tanto fue hermosísimo» (no comenta quién ganó el partido; en realidad, teniendo en cuenta el contexto maravilloso en el que se disputó, a quién le importaba el resultado).

De aquella temporada, Don Pedro recuerda una anécdota:

«Yo hacía de juez de centro. Egibar (tío de «Cacharritos» Alberdi), un tipo muy divertido al que apodaban «Mickey Mouse», era el juez delantero. En una de estas, Guillermo engancha de rebote, una enganchada tremenda. Me levanto a la velocidad de un rayo, cojo la banqueta con una mano… y, de pronto noto algo a mi espalda. Qué sería y resulta que era Egibar pegadito a mi espalda usándome como parapeto. Qué carajo es esto, le dije. Aléjate de mi» (lo cuenta a carcajadas). El Egibar este era un tipo muy divertido».

Recordando esta anécdota Mir hace el siguiente comentario:

«En todos mis años como juez de cancha, tan solo una vez me pegó la pelota. Jugaba Guillermo mano a mano. No era un pelotari rematador; sin embargo, en cierta ocasión tiró un dos-paredes de revés. La pelota en vez de botar vino arrastras hacia mi. Me pegó primero en un tobillo y acto seguido en el otro».

«Era una aventura para el juez aquello de andar con la banqueta en una mano, la raqueta en la otra y además tener que vigilar los pasos de los pelotaris».

Pasaban los días y el ansiado permiso no llegaba. Cada vez acudía menos gente aunque se hicieran apuestas de «boquilla». De vez en cuando incluían alguna velada de boxeo, ni por esas. La empresa llamó a los pelotaris, les bajaron el sueldo a la mitad. Algunos aceptaron y otros hicieron las maletas y se fueron a La Habana.

La propia cancha, fabricada a la carrera, se iba cayendo a cachos, grietas por aquí, boquetes por allá. Y eso que según parece jugaban a medio gas. Salvo Guillermo, con 28 años, en su apogeo, los mismos compañeros tenian que frenar al de Ondarroa, so pena de derribar la cancha con sus pelotazos
Cinco meses después cerraba sus puertas el Hippodrome. La inauguración había sido un martes y trece, día maldito para algunos. El verdadero motivo fue otro: denegaron el permiso de apuestas.

«Guillermo se vino para Miami con nosotros. Tremendo pelotari… si se hubiera cuidado no se a donde hubiera llegado» (me llama la atención este comentario. Todos sabemos que Guillermo marcó una época. Sin embargo, Pedro Mir, que lo había visto todo, todavía le daba margen de mejora al ondarrutarra).

El teatro Hippodrome fue derribado el año 1939. El precio de los bienes raíces subió mucho en esa zona de Manhattan. Sin embargo, debido a la II. Guerra Mundial, el solar permaneció vacío hasta el año 1952. En él levantaron un edificio para oficinas y garajes llamado: «Hippodrome Center»

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