Pedro Mir nació un 29 de junio de 1910 en la parte posterior donde estaba ubicado el Jai Alai de La Habana, el ultimo día de la temporada de jai alai. Por proximidad, desde luego, se puede decir que Pedro Mir estaba predestinado a ser pelotari. Así fue, así lo recordaba en una entrevista que le hizo Marty Fleishman hacia el año 1986.
«Chicopelotas» en el Jai Alai, en el celebre «Palacio de los Gritos», desde niño. Pedro Mir conocía a todos los asiduos que llenaban las gradas del viejo caserón. En esa época, hablamos de los años veinte, no existía red protectora y la pelota se escurría cada dos por tres entre los asistentes. El ball-boy, el chicopelotas, el «Catalansito» como le llamaban a Pedro Mir (por su origen catalán) era el encargado de recuperar la pelota perdida. «En cierta ocasión —recordaba Don Pedro en la entrevista– fui a por la pelota extraviada y la gente me señalaba un señor de bigote, elegantemente vestido, un tipo callado, apoyado en la barandilla. Me percaté, por el bulto, que la pelota se le había metido en el bolsillo de la americana. Me acerqué a él y le dije, perdone señor pero me parece que la pelota está en su bolsillo… No se había dado cuenta», Pedro Mir lo recuerda entre carcajadas.
Algunos espectadores se negaban a devolver la pelota, la vendían más tarde.
Le pagaban 70 dólares mensuales por hacer de chicopelotas en el Jai Alai; en el frontón de Cienfuegos, donde debutó, le pagaban 50 dólares al mes.
Contando trece años sus amigos, Epifanio, Ugalde y Ochoa le dijeron: «Nos han dado contrato para jugar en Cienfuegos… Donde te metiste».
«¡Queeé…! he estado enfermo. Fui corriendo al Habana-Madrid para hablar con el gerente. Por qué les ha dado contrato a esos y a mi no, le dije. Ante mi insistencia, me contestó. Me gusta, se ve que amas el jai alai. Espera fuera, voy a llamar para ver si tienen alguna cama disponible. No se preocupe, le contesté, yo duermo en el suelo. Aquella fue la media hora más larga de mi vida. A todo esto, mis padres no sabían nada. Mi madre se oponía a que yo fuera pelotari, la peor era mi hermana.
Diez horas de tren de La Habana a Cienfuegos. Nada más llegar nos quitamos los zapatos y a jugar. Al mes de debutar, con trece años, a Hialeah (Florida), el mayor del cuadro tenia 16 años.
El gran Guillermo fue otro integrante del cuadro de niños-pelotaris que inauguró el frontón de Cienfuegos. Así lo recuerda en su biografía: «El 22 de septiembre de 1923 embarcamos en el buque francés «Spagne» rumbo a La Habana. Viajaba con nosotros Joseito Solimeño, el intendente. Ibamos contratados por don Julián Vazquez. Doce días después desembarcan en La Habana. Al día siguiente, muy de mañana, a Cienfuegos. Ensayamos y al día siguiente inauguramos el frontón. La cancha era tan larga como la del Frontón Nuevo de La Habana, pero como éramos unos chavales adelantaron el rebote hasta el cuadro diez.
Vida monástica la de estos niños-pelotaris la que llevaron en su estancia en Cienfuegos, entre semana encerrados en el hotel y los domingos al teatro. Joseito Solimeño, el intendente, les obligaba a ensayar todas las tardes.
Joseito Solimeño nació en Santander (España), el año 1864. Tuvo una larga trayectoria como pelotari profesional según podemos comprobar en el libro de Migel Angel Bilbao. Murió joven, a los 52 años, en Cienfuegos (Cuba).
Tanto Pedro Mir como Guillermo le ponen por las nubes a Joseito Solimeño. Un gran profesor, con una paciencia sin limites.
Al mes de debutar en Cienfuegos, Solimeño les convocó a una reunión. Los que se ponen a este lado, a Miami; los demás, se quedan. A los que nos tocó a Hialeah, todos llorando, estábamos muy a gusto en Cienfuegos.
Regresamos de Hialeah a La Habana y algunos se quedaron en el Habana-Madrid y otros al frontón de Cienfuegos. En el Habana-Madrid, «jugáramos los partidos que jugáramos, a la mañana siguiente, a las nueve a ensayar. Joseito Solimeño nos ponía primero en fila india a correr. El intendente en ese frontón era un pelotari histórico, una leyenda del jai alai: Román Beloki.
Guillermo lo recuerda como un tipo alto, fuerte, más de cien kilos de peso. Un dios del jai alai de la época gloriosa de Irún y de Portal. Un as de la volea, conocido como «Brazo de hierro» y el «Rey de la dejada». Tanto Pedro Mir como Guillermo recuerdan cómo Román Beloki a sus sesenta años se colocaba junto al grupo y seguía el paso al mismo tren, sin demostrar cansancio alguno. Beloki falleció en su Villabona natal en la década de los años cincuenta.
Hubo una racha en el Habana-Madrid que bastantes pelotaris cogieron la gripe. Con el cuadro mermado había días que jugaban hasta dos partidos. Sin embargo, tenían tantas ganas de jugar aquellos chavales, que se acercaban hacia el intendente par que les pusiera más partidos. «No tú no, que tú ya has jugado dos partidos», les contestaba Román Beloki.
El intendente hacía de juez de centro, en el caso que nos ocupa era Beloki el juez principal. Tenia un defecto, sentado en su silla se quedaba dormido en el transcurso del partido, incluso se ponía a roncar. En pleno peloteo, de pronto, se originaba el típico revuelo: una dudosa, si había sido pasa o no, corta, un aro… la bronca padre, en definitiva. Los pelotaris pidiendo «pido», los jueces auxiliares corriendo hacia Beloki, el juez de centro, para darle su opinión. Beloki, seco dormido. Le zarandeaban y medio aturdido, levantaba la raqueta confundiendo la jugada buena con la mala. Un escándalo monumental.