«Tengo una cosa, que no me cansa el frontón, estar horas y horas. La ilusión de verles jugar a los chavales y ver si sale alguno. Yo estoy encantado cuando alguien me pide un consejo».
Estas palabras sacadas de una entrevista que le hice a Elola hace unos años –la vuelvo a publicar a continuación– reflejan lo que supuso la pelota para José Ignazio. No le cansaba el frontón… Puedo dar fe de ello. Siempre que yo iba a Tolosa, al acercarme a la zona del frontón me fijaba si la puerta estaba abierta. Nada más traspasar el umbral se escuchaba el sonido de la pelota golpeando el frontis. Elola sentado o de pie en la cancha aleccionando a varios chavales. A veces no había nadie en el frontón, solo los aprendices y Elola, el maestro. Charlar con él era un placer, un conversador excepcional. Lo nuestro era monotemático: pelota y más pelota. Daba gusto escucharle. Hablar de viejos tiempos, describir pelotaris. Elola era un viajero incansable que vivía subido en una cometa llamada pelota.
Qué mejor homenaje que organizar un Memorial juntando a lo mejorcito del mundo aficionado, dónde y en su frontón, el Beotibar. Qué mejor manera de darle continuidad al trabajo hecho por Elola durante tantos años.
Entrevista a Elola: Toda una Vida Dedicada a la Cesta Punta
Nacido en Villabona el 8 de octubre de 1928. 22 años de profesional. Profesor de la Escuela de Cesta Punta de Tolosa.
¿Cómo te iniciaste en el aprendizaje de las cesta punta?
De 4 hermanos por parte de mi padre, tres jugaron profesional a cesta punta. La ilusión de mi padre era que yo fuera pelotari. Recuerdo cómo fuimos a Astigarraga a comprar una cesta pequeña que pagó mi padre 14 pesetas
En Villabona nosotros aprendimos a jugar en los arkupes. Decían los pelotaris viejos que para aprender el manejo de la cesta, las martingalas, el arkupe era el lugar ideal. También ensayabamos en el frontón abierto del pueblo, cuando llovía echabamos serrín y a pasar la escoba para poder entrenar.
De vez en cuando íbamos a Tolosa, al Beotibar, en bicicleta. Nosotros no teníamos profesores. Cuando regresaban a descansar al pueblo los Garmendia, Arratibel, Blenner etc, ensayábamos con ellos y nos fijábamos cómo jugaban.
Angelito Ugarte, Juantxo Garmendia y yo éramos los que siempre ensayábamos juntos. Con 15 y 16 años empezamos a ir al Urumea de San Sebastián a jugar campeonatos. Qué ilusión la nuestra en el tren con las cestas bajo el brazo…
¿Dónde debutaste?
Un día vino a Villabona un tal Larrea que era un pelotero muy conocido que hacía pelotas para el frontón de Zaragoza y para La Habana. Vino con Joaqu in Arratibe l y nos vió jugar y nos ofreció contrato para jugar en
Santa Cruz de Tenerife. Nos dio un adelanto de 1.000 pesetas y un año de contrato.
El día 28 de mayo de 1946 zarpamos de Pasajes Angelito Ugarte, Ramón Garmendia y yo rumbo a Tenerife . Tardamos 14 días en llegar puesto que hacía muchas escalas el barco.
Llegamos a Tenerife, al Hotel Palace, qué ilusión qué nervios… Unos coches descapotables, unos packards”… Teníamos que ir a ensayar y yo de los nervios que no podía abrir la maleta. Me quedé sin poder entrenar aquel día debido a los nervios.
En Tenerife estuve 2 años y medio. Otros se fueron a Zaragoza pero yo no me atrevía como no era nada pegador, era lo que se suele decir un pelotari segurito, con 1.80 de estatura y 68 kilos tenía poca fuerza.
Cuando cogí un poco más de nervio y de fuerza fui a Zaragoza donde poco a poco jugué estelares. Era el año 1.950 y cobraba 14 duros por partido.
Estando en Zaragoza, 1951-1952, vino Orbea I a jugar. Con los ojos cerrados digo que las cosas que le vi hacer a Orbea no le he visto a nadie. Tiraba de arriba abajo al ancho y cuando parecía que iba la pelota a la contracancha entraba a adentro. Tenía un manejo de la cesta maravilloso.
Allí en Zaragoza (cancha de 60 metros) le obligaban a Orbea I a sacar los saques pegado al rebote. Tenía que hacer la carrerilla de la contracancha, entrar de costado en la cancha y sacar de allí, pegado al rebote.
Los años 1955 a 1958 jugué en Milán. Mis mejores recuerdos, vivir la vida, en ningún sitio como aquél. Sin presión alguna. Antes de terminar la temporada, tres meses antes, ya nos renovaban los contratos. Para mi temperamento eso era muy bueno.
José Cruz Salsamendi, el intendente, era consciente de que como jugábamos todos los días y, además 18 quinielas, estábamos sin nervio fresco y nos limitábamos a cumplir. Aquello no tenía nada que ver con Florida, donde nada más mirar el record ya nos poníamos nerviosos.
¿Fuiste un precursor en cuanto a preparación física?
Yo he vivido para la pelota. A la preparación física le daba mucha importancia. Estando en Zaragoza vivía en la misma pensión Paco Bru que fue el primer seleccionador de fútbol de España. Solía ir al frontón y un día me dijo: “ Elola eres duro de cintura, deberías de hacer gimnasia”.
A las mañanas, él en bata por la galería de la pensión me hacía sudar más que en el frontón. Me puso como una “zirauna” (culebrilla). Para mí la preparación física ha sido algo primordial aunque algunos no lo entendían por aquel entonces. Recuerdo cómo un tiempo más tarde y jugando en Tijuana, el intendente hacía muescas burlonas mientras yo hacía ejercicios… Me he cuidado siempre, con las comidas, no he bebido nunca ni me he retirado tarde nunca.
Jugué tres temporadas en Tampa y después marché a Tijuana. Tenía novia en el pueblo y nos casamos por poderes. En Tijuana estuvimos tres años y allí nacieron los dos hijos mayores. Estando allí muere mi padre y mi madre nostálgica me insinúa que regrese a casa… (Elola no puede seguir con la narración, al hablar de su madre se le entrecorta la voz y fluyen las lágrimas de sus ojos…, cambio de tema).
¿Qué pelotari destacarías de los muchos que conociste?
Orbea I, con los ojos cerrados, era armonioso jugando, elástico, una maravilla. Al principio todo reboteaba de revés, echándose al suelo, luego se asentó y empezó a rebotear con la derecha. Era muy completo.
¿Y de zagueros, qué me dices de los zagueros?
Imponer, un zaguero que imponía era Larrañaga. Chucho tenía tal confianza en sí mismo que cuando se ponía en la mitad de la cancha y decía “ déjame jugar ”…
Espectacularidad, espectacular, vistoso era Churruca. En Gernika era el dueño y señor. Tenía tal confianza que hasta mitad de partido no sacaba la derecha.
¿Quiénes eran tus peores rivales sobre la cancha?
Yo fui un pelotari de poner, seguro, de aguantar. Con los pegadores sin malicia me defendía bien. Sin embargo, con los pegadores que además ponían la pelota, me dominaban.
Dos hijos tuyos fueron puntistas profesionales. Uno de ellos jugó un tiempo en Barcelona y debido a la huelga de 1988 lo dejó para dedicarse a estudiar. El otro hijo, Fernando debutó en Barcelona y después jugó varias temporadas en Dania y también México. Como padre de pelotari yo era muy exigente. Veía que mi hijo Fernando podía mejorar, que se podía pulir. Le daba consejos pero llega un momento que aprecias como cierta rebeldía. En cierta ocasión le indiqué desde la grada un comentario y me hizo una señal poniendo el dedo en los labios dandome a entender: Un déjame tranquilo que yo “hago lo que puedo”. Por otra parte veía que se cuidaba, entrenaba, y eso te tranquiliza. Llegó a jugar contra Uriarte y Chiquito de Bolibar, anduvo con ellos. Pero siempre pensé que pudo haber jugado más.
Tra sufrir un infarto en Benidorm donde se suponía ibas a ser intentendente regresas a casa y te haces cargo de la escuela del Beotibar.
El año 1988 el difunto Altuna y yo abrimos la escuela de cesta punta en el Beotibar de Tolosa .
Durante años he estado enseñando y organizando tres partidos los sábados y domingos. Iba a los desplazamientos como uno más de la expedición.
Hoy día pese a estar retirado como profesor sigo vinculado al club cosiendo los cueros y renovando pelotas. Tengo una cosa, que no me cansa el frontón, estar horas y horas. La ilusión de verles jugar a los chavales y ver si sale alguno. Yo estoy encantado cuando alguien me pide un consejo.
Ha cambiado la generación actual. No rinden, no se comprometen, vienen como sin ganas, cansados. Juegan a balonmano, fútbol, después vienen al frontón cansados. Lo tienen todo tan difícil, no sé, no sé…
Me llevo mis disgustos también cuando veo cosas que no me gustan Paso mal rato y mi mujer es la que paga los platos rotos cuando llego a casa. Ya me dice ella, si ya no estás para andar metido en esas cosas, los años no perdonan.
Ahora me limito a ver y observar.