Estan retransmitiendo por EITB el partido desde Lekeitio mientras yo enredo con mi tableta, la tele me sirve como musica de fondo. Arretxe y Ladis Galarza han llegado al cartón 21; Altuna III y Tolosa están con 13 tantos. Oigo decir a Euskitze que gracias al dominio de Galarza han conseguido distanciar a los jovenes guipuzcoanos. Pero el partido no ha terminado. El tanto 14 cae al lado de Altuna y Tolosa.
Sigo surfeando en mi tableta mientras repaso en mi mente las caracterisiticas de Altuna y de Tolosa. No les he visto jugar mucho. Han surgido en el panorama manista hace unos pocos meses y suenan como substitutos de las figuras de hoy destinados a recoger el testigo para convertirse en las figuras del mañana. Sin embargo, yo no les veo como dos pelotaris que vayan a dar ventajas el día de mañana. Altuna III me parece un delantero vivo, listo; pero de poco poder. Tolosa, el zaguero, de posturas trabadas, nada suelto. Muy pelotari para su edad, un segurola. Sin embargo, ninguno de los dos como para dar ventajas. Es solo una opinión, tampoco les he visto demasiado.
Mientras enredo en mi tableta y pasan estas nubes por mi cabeza, la voces de Euskitze y de Tolosa narran cómo tanto a tanto los guipuzcoanos van limando la diferencia.
Tanto a tanto, los azules avanzan. Galarza empieza a ponerse nervioso. Pelota al colchón, pelota al suelo. Estamos ante un naufragio, pienso. Si mal no recuerdo le retiraron del «Parejas» en plena competición a Ladis Galarza, por bajo rendimiento.
El chico ahora se ha convertido en una máquina de perder pelotas. Dejo mi tableta a un lado y me centro en el partido. En uno en el que la voltereta amenaza el Santi Brouard.
Una cosa me llama la atención. Al menos yo lo percibo así. En ningún momento veo que se le acerque su compañero y le anime. Le lleve a un txoko, le agarre de un hombro. Le de palabras de ánimo. Nada. El único veterano en la cancha: Iker Arretxe, el compañero, asiste impasible en lo que se ha convertido en una pesadilla para Galarza.
La desconfianza en la pelota es terrible. Encoges los brazos. Fallas pelotas fáciles; todas se convierten en difíciles. Cada tanto en contra es un mazazo. Un clavo más en tu ataúd. Imploras al divino para que tus contrarios pierdan el tanto; pero no pierden. Falta un tanto, un único tanto para el 22. Un paso más y estás a salvo. Escuchas los ladridos. Los ves llegar como perros en una jauría, cada vez están mas cerca y te sientes cercado.
Arretxe ni se inmuta. Galarza esta derrotado, su cara es un poema, peor, una pesadilla porque está reviviendo una pesadilla.
Altuna y Tolosa están en racha, huelen la presa, la sangre.
Siguen cayendo, en realidad Galarza los regala. Tantos y todos a un lado del casillero. El público rie, protesta, silba, aplaude. Le gusta ver una vuelta, a los bajistas más.
21 a 20. Galarza resta con la derecha un saque franco y la pelota va derecha al colchón. Antes, descolocado, se había quedado corto. Le resbala la pelota, los tacos los tiene mojados, la pelota va al suelo. Euskitze comenta que estas cosas pasan, por la humedad. La pelota era franca, inocente, desprovista de veneno.
Ante semejante debacle, me sigue llamando la atención la pasividad de Arretxe. No se le acerca en ningún momento, ni una palabra de alivio, de ánimo. Es su compañero pero es un testigo de piedra.
Nada que ver con aquellos grandes veteranos que te hacían lucir bien a pesar de tus carencias. Que entraban a las pelotas malas cargando con la responsabilidad y te dejaban las buenas. Que se acercaban y te decían: «tranquilo chaval, que lo estás haciendo bien. Has jugado un gran partido, tú lo has sacado adelante. No le des importancia al resultado. Suelta esos brazos. Demuestra lo que juegas»…
Galarza lo estaba pasando fatal. Luchando contra todos los demonios y además: desamparado.
El 21 iguales fue un peloteo insustancial en el que los antes perseguidores se limitaron a buscar a un Galarza con los brazos tan encogidos como su autoestima. Le pelota fue tocada de izquierda y directa va al colchón de abajo. Se había consumado la tragedia que no es tal pero a tenor del semblante de Ladis, así lo parecía. No tuvo ni ánimos para saludar a sus rivales, hasta que por orden del intendente, lo hizo.