Llegó de Daytona y traía buena fama. Un chaval mejicano que no tenía contrarios en ese frontón. Llegó a ganar la «Triple Corona» en el Jai-Alai del condado de Volusia. Según el Chino (Bengoa, intendente de Daytona) el chico juega horrores. Había expectación para comprobarlo, me refiero entre los propios pelotaris de Bridgeport. Las expectativas en estos casos se reciben con cautela. De no dar la talla no sería el primer caso. Más de uno destacaba en un frontón menor y a la hora de dar el salto a uno de los más prestigiosos se diluía en el cuadro como un azucarillo. No fue el caso de Samuel Inclán. El delantero mejicano jugó mucho tanto en individuales como en duplas. A lo largo de las temporadas de 1983-1984 hasta el 88 Inclán fue el número uno en la cancha del Bridgeport Jai-Alai.
Churruca, el intendente, fue el que lo trajo. Inclán se convirtió en su ojito derecho, su niño mimado, su predilecto. El delantero del D.F. le correspondió con creces con su rendimiento en la cancha. El romance entre intendente-pelotari no duró mucho. Nada duraba mucho con aquel niño grande caprichoso en que se convertía el genial delantero. Porque Samuel tenía un tanto de genio y como suele ocurrir con este tipo de gente, a menudo son insoportables, les falla la pinza. El precio a pagar por ser grandes, tal vez.
En la década de los ochentas había mejores en otros frontones que el hijo de otro Samuel, su padre –al que apodaban el Doctor, delantero de primera fila en México, Miami, La Habana. La lista de figuras en los cuadros alegres de Hartford y Miami era de armas tomar. En el mismo Bridgeport, del que escribo, había grandes delanteros como Beaskoetxea II, Ricardo Alberdi, Anakabe, Martija, Pana Bereikua. Luis Orbea, Egurbide, Ondarrés, estos cuatro últimos todavía conservaban su clase. Yo puedo hablar de lo que vi, de aquello que recuerdo, de mis impresiones. Inclán ha sido uno de los delanteros con quien he compartido cancha y ha dejado huella en mi memoria.
Una de sus muchas virtudes, en la cancha, era resultar ser un gran trabajador. Jugaba todos los tantos con arranque, lo daba todo, que era mucho. Físicamente no era un atleta, tampoco le hacía falta. Pelotari muy seguro. Más que piernas tenía vista. Más que pegada sacaba la pelota. Tenía un rebote de revés extraordinario, con la derecha, de espaldas al frontis, se las arreglaba. Su enceste era magia pura. Una vez en la cesta acariciaba la pelota, le susurraba al oido. Las cortadas más envenenadas, las que lanzaba Anakabe que eran demoledoras; con picante las que tiraba Pipertxu Alberdi; las de Gonzalo Beaskoetxea, cortadas tiradas con aquella carga de maldad… El mejicano las encestaba con la naturalidad de un catcher ante una bola franca. El suyo era de un descaro insoportable.
Samuel Inclán lo hacía todo bien si es que esto es posible. No era el único en aquella partida de Bridgeport ¿Por qué llegó a jugar tanto? Porque su remate de costado era letal. A resto de saque sobre todo, también en el peloteo, incluso en la single. Cuanto más fuerte le sacaban, mejor para él. Anakabe le sacaba con saña y a una velocidad endiablada porque el de Lekeitio pegaba de verdad. Peor. Inclán se la rifaba, se jugaba el mostacho el bigotudo del D.F. Entraba al resto a saco y lo que tiraba era para enloquecer a cualquiera, a dos, a la mitad, adentro, atrás a pasar al zaguero. Una pesadilla para los sacadores flojos, también para los sacadores más habilidosos.
Cuando formábamos pareja, mi consigna era siempre la misma. Mientra él me decía: «Vamos Sulaikita«. Yo le replicaba:»Samuel, éntrale como sea». A sabiendas de que mi consejo era una majadería pues Samuel le echaba el cazo a todo objeto volador que pasara a su alcance. A Joey le oí decir en cierta ocasión que él remataba mucho porque sabía que su margen de acierto era de un 70%. Yo no eché cálculos de la estadistica del mejicano. Elevadísima, seguro. Que me pregunten a mí que al ojear el porgrama marcaba las que jugaba con Inclán porque allí había, por lo menos, muchas posibilidades de entrar en dinero. Fue grande, pelotari de 5-6-7 sin quitar.
Cada costado es diferente, esa jugada, el «costadillo», que convirtieron en mortífera Ituarte y Pistón. Joey, Zulaika, Cacharritos Alberdi, Inclán y muchísimos más después. Un buen costado suelto lo tira cualquiera. Cuando hay que repetir esa jugada la cosa se complica. Cuando hay que hacerlo bajo presión, ni qué decir. Así hasta entrar en el terreno de los especialistas. Los killers, los depredadores. Un club selecto con muy pocos afiliados.
El costadillo de Samuel Inclán era un tanto sucio (lo son la mayoría de los especialsitas). Giraba mucho, marcaba bien y le daba una velocidad tremenda. A mi como a muchos zagueros me gustaba enredar en los cuadros alegres en los tiempos entre quiniela y quiniela. Echar jugadas, todo aquello que resulta imposible desde la zaga. En definitiva, sacar el delantero reprimido que lleva todo zaguero en su interior. En esos momentos me gustaba decirle a Inclán. «Remata a dos…». Yo me colocaba en la contracancha, a la espera en el punto donde se suponía iba a pasar la pelota. Pasar, nunca mejor dicho. La mayoría de las veces yo era incapaz de encestar la pelota. Venía a la velocidad del rayo.