He tenido acceso a la revista de Pilotarien Batzarra y me he llevado varias sorpresas agradables. Una de ellas es que uno de los galardonados este año es Juan Anjel Ibarra, también conocido en el mundillo puntista como «Garro». A «Ibarra» o a «Garro», como se le quiera llamar, le tengo especial cariño –por otra parte, no creo ser el único, tengo la impresión de que el de Aulesti es una persona muy querida en el colectivo puntista– le tengo cariño porque Ibarra es uno de los primeros pelotaris con los que coincidí nada más debutar, en Zaragoza, a finales del año 1969.
Me alegro mucho de que la sección vizcaína de Pilotarien Batzarra haya decidido que uno de los que va a ser homenajeado en Barcelona, el 29 de este mes, con motivo de la fiesta anual, va a ser «Ibarra», «Garro», «Chiquitín», «Garrito», como se le quiera llamar. Es mi intención estar presente en ese acto y poder darle un abrazo al entrañabale colega con el que compartí cuadro hace 45 años.
Recién cumplidos los catorce años aterricé medio aterrorizado en Zaragoza. Todo era nuevo para un chaval tímido y vergonzoso que de pronto va a codearse con compañeros bastante mayores, muchos de ellos de amplio recorrido por América o el Oriente. El Jai-Alai de Zaragoza, bajo las ordenes de un personaje nefasto, el intendente, Santos Pradera, de apodo «Jabalí».
El cuadro de pelotaris oscilaba de cuarenta a cincuenta pelotaris, el ir y venir era constante. Al poco de llegar vinieron como una veintena de pelotaris destinados al nuevo frontón que se iba a inaugurar en Indonesia. Arostegi y Olea de Ondarroa, también Enrike del Aguila; Unzueta, Olañeta, Orbegozo… Los locales Chiquito de Aragón, Carroquino y Rodriguez. Del Río debutó a los meses de llegar yo. Los hermanos Mendi, Zaldibia, Jose, Urquidi, Chiquito de Oñate, Arri, Arrieta, Mugartegi, Altube, Telleria, Mondra, Asabel, Tomás Arregi, Aranzeta, Pradera, Arratibel, Joaquin, mi hermano Jesús Mari… En la Zaragoza del año 1970 coincidimos muchos pelotaris que luego nos dispersamos por varios frontones.
Nada más llegar me fijé en un boquete en una de las paredes que conformaba un enorme marcador a la entrada del vestuario donde se señalaban las quinielas con sus nombres y números, el tanteo de los partidos etc. Una caseta grande donde desde su interior Chiquito de Aragón, encargado del tanteador, manipulaba los cartones. Poco tardó para que me enterara que uno de los pelotaris, en un arrebato de cólera, había lanzado un puñetazo hasta perforar el tablero del tanteador. El artífice del boquete fue un tal «Ibarra», con tan mala suerte que se rompió la mano y tuvo que regresar a su Aulesti natal hasta restablecerse.
Pasaron las semanas, el boquete seguía allí, un día fui a cortarme el pelo a una peluquería en la misma calle del frontón, en la misma acera, en la calle Requeté Aragonés que es como se la llamaba por aquel entonces. La peluquería llena, yo sentado a la espera de turno, y en eso que entra un tipo gigantesco, sonriente, saludando a los peluqueros. Este tiene que ser Ibarra, pensé entre mi, por la descripción que me habían dado, no podía fallar: veinte años, casi dos metros de un cuerpo de Maciste aunque con algún kilo de más. Yo no me atrevía a abrir la boca, pero en ese momento supe y entendí que el grandote aquel había sido el que había dejado hecho trizas la pared del tanteador.
Cabe pensar que por su corpulencia Ibarra tenía que ser un pelotari torpón, lento. Al contrario, de buenas posturas con ambas manos, se movía como una prima ballerina. De movimientos flexibles, un pelotari bonito para ver. Que es lo que yo hacía pues «Ibarra» para un debutante como yo que los primeros meses no jugaba más que quinielas, el de Aulesti era una figura. Uno de la partida para Jakarta.
Un pelotari al que no veía en la ducha pero si en un cuarto de los vestuarios, donde el también pelotari José, de Zumarraga, tenía un txoko donde vendía bocadillos y refrescos que guardaba en una bolsa de lona en la que en su interior una barra de hielo se encargaba de mantener frías las bebidas.
En Zaragoza en verano hace un calor de mil demonios. Dentro de la cancha se sudaba como un condenado, uno de los que acababa empapado en un mar de sudores era «Ibarra». Yo me solía acercar al cuarto de José para ver cómo «Ibarra» se tragaba los refrescos de dos en dos, un botellin en una mano, otro en la otra, así varias tandas. Un espectáculo. El tema de la hidratación el bueno de Juan Anjel lo tenía bien cubierto.
Ibarra se fue a Indonesia, después se que fue uno de la partida en la inauguración del frontón de Bridgeport, Daytona, luego M;ilán, Cebú (Filipinas)… Le perdí la vista.
Lo que no perdió «Ibarra» sino todo lo contrario es su habilidad con el dibujo y la pintura. Una faceta suya que sea ha hecho pública gracias a las redes sociales. Su enorme humanidad atesora un don para el arte que, quien sabe, de no haberse calzado la cesta y de haber cultivado su destreza con el lápiz, adonde hubiera llega el grandote «Chiquitín» de Aulesti.
Va a ser un honor homenajearle en Barcelona. «Ibarra», «Garro», como queráis. Una persona grande, en todos los sentidos.