Apuntes de Zaragoza (1970)

El frontón Jai-Alai de Zaragoza estaba ubicado en un lugar céntrico, muy cerca de la plaza España, perpendicular  al Paseo de la Independencia, en una palabra: en el corazón de la ciudad. La capital maña por aquel entonces, 1970, era un pueblo grande. Para hacerse una idea, al otro lado del Ebro, por la zona del Pilar, no había más que un barrio, el Arrabal le llamaban, y alguna que otra fábrica.  A día de hoy, todas esas zonas están pobladas, nuevos barrios, polígonos industriales… Imposible recorrer la ciudad de una punta a la otra en una mañana, algo que hacíamos a menudo cuando vivíamos en Zaragoza.

La calle del frontón era muy transitada, a todas horas. Para acceder al recinto tenía una entrada, una especie de patio abierto, a mano derecha y a mano izquierda había un mostrador, detrás unas pizarras anunciando las quinielas de ese día. La gente podía apostar sin entrar al frontón, por la mañana incluso. Algo que después hemos conocido en los frontones americanos, una posibilidad de apuesta anticipada que los americanos llamaban early bird, pájaro tempranero (algo por el estilo). De hecho, tengo la impresión de que se apostaba mucho dinero de esa manera, tanto en Zaragoza y no digamos en USA.

Las funciones eran de tarde. Los sábados había funcion de noche. Si la memoria no me falla se jugaban tres partidos. Antes de cada partido dos quinielas singles sencillas y una de ocho pelotaris. Los que disputaban el partido también tomaban parte en las quinielas. Además, los pelotaris hacíamos de juez. Y sino, al palco de los pelotaris a ver los partidos. En el cuadro de pelotaris había mucha camaradería.

No iba mucho público, calculo que de 150 a 200 personas entre semana, los sábados y los domingos se animaba y acudía un poco más de gente. El recinto tenía además de las gradas de cancha, un palco y un gallinero. Una magnifica cafeteria que permanecía cerrada. Era una hermosura de frontón venido a menos. La poca luz en las gradas no ayudaba nada a mejorar el ambiente, allí todo era penumbra, hasta en la cancha. La empresa no hacía nada de propaganda salvo unos programas tipo pasquín que pegaban en las columnas de la plaza de España y Paseo Independencia. Así y todo el frontón se mantenía abierto. Yo creo que a través del early bird se jugaba bastante dinero. No era extraño el ver señoras mayores comprando sus boletos por la mañana, al igual que podemos ver hoy en día a la gente comprando su bonoloto o sellando quinielas.

Los frontones industriales se beneficiaron el siglo pasado por la escasa competencia de otro tipo de apuestas en el Estado español debido a que el año 1922 el entonces ministro de turno: el Marqués de Almodovar, prohibió todo tipo de apuestas salvo la de los frontones y lotería. Los casinos fuera de juego, nada de bingos, el ansia apostadora de un sector se canalizaba en gran medida a través del frontón industrial. Curiosamente, cuando la situación política cambia, 1977, los casinos y bingos se legalizan, irrumpen otro tipo de apuestas, los frontones caen en picado.

Un debutante como yo que al principio ganaba 5.000 pesetas más alguna pesetilla que otra extra por «boleto», los premios de la quiniela,  podía pagarse la manutención y vivir, modestamente pero sobrevivir. Recuerdo que la pensión pagabámos 3.600 pesetas al mes, me quedaban pues 1.400 para el bolsillo. Gasto, el mínimo, mucho patear las calles y todas las horas del mundo en el frontón viendo o jugando partidos o haciendo de juez.

Pasábamos buenos ratos en el palco de pelotaris. Observando el juego de los demás pelotaris y también esperando el show de alguno de ellos. Chiquito de Oñate jugaba de delantero con 51 años y jugaba con el entusiasmo de un debutante y el amor propio intacto. Cuando le echaban una dejada corría con la velociadad que la edad le permitía y como no llegaba a muchas de las dejadas, rugía como un león herido.

Asabel era el showman del cuadro por naturaleza. Su aspecto, sus andares de caminar cuesta arriba, sus facciones, eran las de un humorista, una especie de Jimmy Durante en versión euskaldun. Cuando venía «inspirado» hacía el saque en la single e hincaba una rodilla en tierra y permanecía inmóvil como una estatua de cera. Lo mismo cuando echaba una dejada en el mano a mano y permanecía de rodillas como un torero desafiando al toro. Asabel con sus gestos era capaz de sacarle una sonrisa al mismo Jabalí Pradera, el intendente, un hombre enfadado con la vida y con todo hijo de vecino.

Tomás Arregi, Uría en Dania, era otro que las armaba buenas. Cuando se quedaba a falta de tanto en la quiniela el show estaba garantizado. Cestazos a la pared, juramentos, aspavientos. El hombre se volvía loco. Nosotros sin poder contenernos en el palco, disimulando, no fuera que nos viera reirnos. Lo curioso es que fuera de la cancha era una persona tranquila, pacífica. De la que jamás imaginarías fuera capaz de armar semejante escandalera. Cuentan que en Dania o Milford, el intendente Fernando Orbea le debió de advertir que de seguir por ese camino tenía los dís contados como pelotari. Enmudeció, dejó de comportarse como lo venía haciendo durante años. La cosa es que bajo en su rendimiento de manera inimaginable. No podía jugar sin dar rienda suelta a su comportamiento ruidoso. Hasta que no volvió por las andadas no recuperó su juego.

Si estuvieramos hablando de otro deporte o de otra época los héroes locales serían Carroquino y Rodriguez, los dos, zagueros. Carroquino, «Carroco», las facciones de campesino, el cuerpo seco como una sardina, todo huesos, nada de grasa. De posturas forzadas, seguro como él solo, perdía poca pelota pero no las movía, no pegaba nada. De allí se fue a Jakarta donde jugó con «Blanco» como nombre de guerra. En Florida me parece que jugó en Orlando, más tarde trabajó como pelotero y últimamente ejerce de intendente en Orlando Jai-Alai.

Rodriguez, zaguero también local, era corpulento físicamente. Sus posturas como las de «Carroco» eran feas y torpes. Al igual que este último, «Rodri», con aquel corpachón, tampoco movía la pelota. Ahora bien, los dos eran muy pelotaris. Nada lucidos pero tenían oficio. «Rodri» no creo que llegó a jugar más allá que en la capital maña. Una vez retirado fundó la escuela de cesta-punta en Cabanillas, de donde han salido tantos puntistas incluso profesionales.

A los meses de debutar yo en Zaragoza hizo lo propio Del Río, un chaval de Zaragoza, un delantero con una derecha preciosa. De estatura pequeña pero muy listo en la cancha. Enseguida jugaba estelares. En una cancha como la del Jai-Alai de Zaragoza, 60 metros de largo y frontis vivo, hacía mucho daño con la derecha. De arriba-abajo picando la pelota, de dos-paredes. Donde jugó fue pelotari de primera. Sus últimas temporadas las jugó en Hartford con casi todas la fieras del momento como adversarios. Falleció muy jóven, en Hartford, aquel chavalín chato que animó tanto el Jai-Alai de Zaragoza nada más debutar.

 

 

 

 

 

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