Crónica de Martín Giralda
En las tertulias del Palace se tocan todo tipo de temas si bien la pelota es, por lo general, el tema estrella. Sin embargo, el pasado viernes fue el boxeo el que acaparó la atención de la docena de habituales que se congregaron en torno a la barra del bar. Ocurrió de la siguiente manera. Deba, el que fuera cestero en el jai alai de Zaragoza, fue y sigue siendo un fanático seguidor de Urtain. A Deba se le paró el reloj el mes de marzo del año 1970, el día que Urtain se proclamó Campeón de Europa. Desde entonces vive anclado en esa fecha.
«Vaya paliza que le ha dado Urtain a Weiland», le decía Deba a Sarasola. «Campeón de Europa, oye, entiende la cosa». Sarasola, acostumbrado a los desvaríos del excestero, le dió la espalda. Fue Pepe Chapazo, el antiguo cronista del Palace quien entró al trapo y le siguió la corriente. «Yo estuve el otro día en el Palacio de Deportes de Madrid. Fue apoteósico. Tremendo. Urtain campeón de Europa, quién lo hubiera dicho». «No me digas. Ahora al Madison Square Garden, a por Cassius Clay», le contestó Deba con ojos lagrimeantes. «Entiende la cosa».
Pepe Chapazo estaba de buen humor, le dió un trago al vaso de wisky y comenzó el relato del triunfo del exlevantador de piedras. «Urtain se enfrentó a Weiland. Se llenó el Palacio de los Deportes. Fueron ministros de Franco y hasta el torero «el Cordobés». Todo el mundo esperaba un triunfo aplastante de Urtain. ¿En cuantos segundos derribará al alemán? La apuesta del público no contemplaba otra hipótesis, y aún tratándose de su primer gran combate profesional, la única incógnita por despejar era cómo y cuando doblegaría a su corpulento rival. De salida Urtain colocó un crochet de derecha en el mentón de Weiland y este se vino abajo estruendosamente. Fue un golpe en frío y pudo ser un lucky punch inapelable. El auditorio rugía y no dejaba oir la cuenta. Se levantó el alemán. El Palacio era una grillera. Todo el mundo en pie: ministros, académicos, cronistas deportivos y público en general. Se reanudó la pelea y el germano se tambaleó un par de veces. La gente se preguntaba. ¿Puede acabar todo aquí? ¿Es tan mortífera la pegada de Urtain? Urtain pegó coces, trallazos, descargas de bazooka… Pero Weiland se centró y consiguió una contra bien de izquierda».
Deba no perdía detalle de lo que oia, para ahora el resto del grupo escuchaba la crónica verbal de Pepe Chapazo. «En el segundo asalto Urtain salió a buscar el rápido desenlace que había tenido a su alcance en el primer round. Weiland, muy lento pero sobrio, acorraló a Urtain contra las cuerdas. José Manuel se fajó como un jabato. En el centro del cuadrilátero, dos derechazos tremendos de Urtain, uno en directo y otro en uppercut, dieron de lleno en la mandíbula del alemán. Se desplomó ruidosamente. Tremenda electricidad en el ambiente. Weiland se levantó. La gente gritaba ¡Urtain!, ¡Urtain!, ¡Urtain!»
«El tercer asalto Urtain lo reanudó crecido y confiando en sí mismo. No obstante, pegaba fuera de distancia y fallaba una y otra vez. El alemán, un pegador nato, hace una contra con ambas manos. Cuando parecía que iba a imponer su juego a un Urtain que no esquivaba de cintura un solo golpe. Va el de Zestona y le mete una izquierda en el mentón terrorífica. Weiland se quedó de rodillas, con cara de estar viendo amanecer en el puerto de Hamburgo. Era la tercera cuenta».
«Me di cuenta que José Manuel lo estaba pasando mal porque en el descanso respiraba con dificultad, le faltaba el aire. En el cuarto asalto Urtain salió hecho una fiera. Un uno-dos entraron de modo claro. Se tambalearon los 105 kilos de Weiland. Se enzarzaron en clinch y Urtain demostró su absoluta ignorancia en este terreno. Los dos boxeadores estaban cansados. Sonó la campana».
«A la vuelta, la cruz de la moneda. Weiland metió un gancho al hígado que llevaba una esquela pegada al cuero. Para mí, modesto y reiterado observador de matchs de boxeo, fue este golpe el que produjo la transformación del rumbo del combate. Urtain lo encajó y reaccionó, pero el golpe se le quedó dentro. Abrió más la boca. Otra izquierda de Weiland, corta, al mentón, lo dejó en estado de flotamiento. El público enmudeció. Se mascaba la tragedia. Urtain recibió otra zurda al hígado. Estaba lentísimo, se traba, es ahora cuando delata la carencia de recursos técnicos. No sabe campear temporales, sino desencadenarlos. Lo estaba pasando mal, pero que muy mal. El gong le salvó». Deba le escuchaba con cara de preocupación.
«La siguiente salida de Urtain fue prometedora. Sereno Weiland. Se trabaron. José Manuel sin reflejos. Intercambian golpes que llevan más dinamita de la que podían sospechar los espectadores. Para mí, ese asalto fue de también de Weiland».
«Deba», le dijo Pepe Chapazo mirándole a los ojos. «En ese momento, del asalto seis al siete, nadie daba un duro por Urtain. Hombres de poca fe. Doscientos combates de aficionado del alemán; el primero como profesional de Urtain… Bien; sin embargo, nuestro ídolo salió a quemar su último cartucho. No como un felino, sino como un león. La pieza era Weiland, y el cazador, Urtain. Pegó y pegó. Ciego pero con vista, Urtain se fajó con el alemán, que aún tuvo tiempo de colocar, en pleno retroceso, dos golpes, uno con cada mano, que llegaron bien. Pero ya estaba «tocado del ala». El crochet corto de derecha de la primera serie –fueron dos series las que dieron con él en tierra– era mortal. Peter Weiland cayó de rodillas. Los ojos juntos y un rictus de infinito desaliento. Sabía que no podía. Que tenía enfrente a una desbocada fuerza de la Naturaleza. «Huracán» Urtain».
¡»La locura! Teníamos campeón. Campeón de Europa». «Deba, escúchame bien. No tiene ni idea de lo que es boxear pero si aprende, con la pegada que tiene, te juro que estamos ante Rocky Marciano. Si no aprende , nos hallamos ante un hombre que será machacado en los rings más importantes del mundo frente a los boxeadores importes del mundo. Que los hay. Sobre todo, al otro lado del mar».
«Machacar, dices. Ése va acabar con todos. Ahora a Nueva York a por Clay. ¿Entiende la cosa?». Chapazo le sonrío compasivamente. Alzó el vaso y brindó: «Por el futuro Campeón del Mundo». El viejo cronista le había alegrado el día al cestero de Zaragoza. Más que el día, le dió años de vida..
P.D.
Basado en un artículo publicado en marzo de 1970 en Marca, titulado, «Safari de medianoche», escrito por Manuel Alcántara. Se acaba de publicar este mes «La Edad de Oro del Boxeo». donde recopilan artículos escritos en su día por el genial Manuel Alcántara. Una joya de libro para los amantes del boxeo y de la buena escritura en general.