Cuenta Red Smith –antiguo cronista de deportes en el New York Times– en sus memorias, cómo en cierta ocasión el director del periódico le amonestó porque no hacía más que endiosar a las figuras del deporte. A qué se debe esa tendencia a elevar a la categoría de dioses a los capaces de destacar en el deporte. Hasta llevarlos a los altares y con el paso del tiempo convertirlos en mitos y leyendas. A la necesidad del ser humano de héroes, tal vez. Al disfrute de hazañas hechas por otros pero que en realidad hubieras deseado ser tú el protagonista, puede ser.
Churruca fue un gran zaguero, el más completo que yo he conocido, lo he mantenido hasta ahora. Todo lo que yo recuerdo de él sobre la cancha son escenas grandiosas. Por otro lado, una persona más joven que yo y que vea jugar a Imanol López sentirá el día de mañana algo parecido a lo que yo siento por Churruca. La memoria es selectiva. Tendemos a recordar los sucesos agradables, dejando a un lado otros. Cuando juzgamos a un deportista aplicamos la misma tendencia: recordamos todo lo positivo, poniendo en bandeja la admiración a la imaginación. Es posible que ese sea el origen de la creencia, falsa por cierto, que sostiene que cualquier época pasada fue mejor aplicada al deporte. Hay un dicho atributido a los ex beisbolistas profesionales americanos que dice: «cuanto más viejos nos hacemos, mejores fuimos».
Leo un artículo dedicado a Arbe en el que resalta un partido jugado en el Balda hace unos años. Lesionado su zaguero, Jon Azpitarte, Arbe decide jugar sólo y consigue ganar el partido contra dos a base de remates extraordinarios. El cronista en un momento dado compara los remates de Arbe con los de Inclán. El escrito eleva a la categoría de hazaña lo realizado por Arbe. Lo que demuestra a mi modo de ver que sea el redactor del New York Times o el cronista de Jai Alive News, el impulso es el mismo. Resaltar un hecho hasta convertirlo en categoría de extraordinario. Endiosar, en definitiva, al deportista.
Aunque es indiscutible que en los deportes que se miden con el reloj o la distancia los récords se han pulverizado, como sostiene José María Fernandez Urquiaga, me hago la pregunta siguiente, se puede deducir que en nuestro deporte, el jai-alai, también los nuevos superan a los de antes. Es el argumento que ha venido utilizando Fernandez Urquiaga. Yo pienso que hay que hacer otra lectura. No se trata de si los de antes eran mejores o peores pelotaris que los de ahora. Es un planteamiento inútil. Lo relevante es que los que destacan a día de hoy, las figuras, serían figuras hace treinta años y hace sesenta; y viceversa. Los teloneros, los que juegan las «primeras», en la actualidad jugarían las primeras en el pasado y en la prehistoria. Así sucesivamente.
Sí ocurre que en una determinada época sale una hornada extraordinaria, producto de lo que viene a llamarse «generación espontánea». Según la época –más frontones abiertos, más puestos de trabajo, más practicantes– el número de figuras puede ser mayor, también el número de gabarreros, claro está. Recuerdo cómo le pregunté allá por el año 1982 al que fuera maestro de pelota nuestro en el Beotibar de Tolosa, a Rafael Elizondo, sobre Chiquito de Bolibar: «qué te parece Chiquito». Se quedó unos segundos pensativo y me contestó: «en nuestra época hubiera sido figura grande, pero como él había otros cuatro o cinco». Imagino que hablaba de Pistón, Ituarte, Eguiluz, José Luis Salsamendi etc. Todos ellos pelotaris elevados a la categoría de leyenda.
Al hilo de la contestación de Elizondo. Acaso en ese momento, el de Chiquito, no existían esos cuatro o cinco o más parecidos al de Bolibar de los que Elizondo no era consciente, es la reflexión que hago. O, acaso, Katxin Uriarte, Remen, Mendi I, Beaskoetxea II, Inclán, Arrasate I, Mitxelena etc, qué eran sino grandísimos pelotaris. El de Bolibar fue un genio, un pelotari de fábula, pero cuánto más que Uriarte, por poner un ejemplo, jugó, me hago la pregunta. No digamos nada en las quinielas. Acaso pelotaris como Joey, por poner otro ejemplo, no estaban a la altura de Chiquito, o incluso más arriba en un momento dado. En aquello que no se mide matemáticamente, las interpretaciones varían en función de las opiniones de cada uno. Sobre todo cuando se cede al impulso de creer que cualquier época pasada fue mejor. Y si los has visto tú, no te digo nada.
Patxi Churruca ha sido uno de los que me ha dejado mejores recuerdos como pelotari, el más completo. Sin embargo, coges otro pelotari, Imanol López, por ejemplo. Y me planteo la siguiente cuestión. Qué hacía Churruca que no haga López. La derecha de Churruca más dañina, puede ser. Mejor rebote de revés, yo creo que sí. Llegar a rebote con el revés, velocidad, ni color por el Zumaia. Seguridad, colocación… Mi conclusión es que las prestaciones –si se tratara de dos automóviles– los dos pelotaris rozarían el empate. Un Mercedes uno; BMW el otro. Imanol López hace treinta años, o 60, se hubiera codeado con los dos o tres de arriba. Muy probable de que fuera el número uno en función del momento de forma.
Yo he disfrutado mucho viendo jugar al Mariscal de Zumaia. Sin embargo, si le hubiera tocado jugar en la época de los Ases hubiera rendido más. López corre en desventaja por el tipo de material, la clase de pelotas, con las que se juega hoy en día. Con un material noble, nada de saltarinas, el que llegaba a rebote empezaba a dominar. Imano López, en ese tipo de juego, hubiera hecho estragos. Lo que dice Churruca sobre Chucho Larrañaga –que con el material actual hubiera sido imbatible— pero a la inversa. Ser revesista a día de hoy es una desventaja comparada con un tiempo no tan lejano. Chimela con el material de ahora no hubiera podido embestir a la pelota, se hubiera tragado más de una. Imanol López, en la época de Chucho y Churruca hubiera jugado más al ataque, sin el freno de mano dado. Qué remedio con aquellas pelotas.
Los grandes de cualquier época tiene en común en que se adaptan a los tiempos y cuando se enfrentan entre ellos dan más de sí todavía. Me viene a la memoria la última campaña de Katxín Uriarte y de Chiquito en Bridgeport, la del año 1983, la que llegaron empatados al último día los «dos números uno». Se decidió el most wins en la última función. Qué exhibición la de Chiquito y de Katxin esa temporada, qué manera de jugar, qué rivalidad… Lo contaré en otra ocasión porque de qué se trata todo esto sino de elevar a hazaña aquello de lo que uno fue testigo.