Han pasado los años y con el paso del tiempo hemos dejado atrás personas que conocimos en un determinado lugar y en un tiempo concreto. El contacto con algunas de ellas no la recuperaremos nunca; con otras sin embargo, es diferente; la irrupción de las redes sociales nos permite la posibilidad de rescatarlas del desván del olvido y retomar un contacto perdido.
Surfeando en la red di con la posibilidad de contactar con un viejo amigo. Se llama George Vecsey y vive en Nueva York. Vecsey está retirado de su trabajo pero hasta hace unos pocos años tenía su columna en el New York Times y estaba considerado uno de los periodistas deportivos de mayor prestigio de todo USA. Autor de varios libros, uno de ellos, la biografía de la ex tenista Martina Naratilova. Próximamente Vecsey va a publicar un libro sobre los Mundiales de fútbol. En su día George Vecsey entrevistó al Dalai Lama, Tony Blair etc….
La historia de cómo conocí a Vecsey data del año 1980 y se remonta a Tampa donde yo jugaba por aquel entonces.
Creo que fue a raíz de que una conocida de Pedro Aramayo era la productora del programa de televisión. Seguramente por iniciativa del relaciones públicas del frontón los escogidos para a acudir al show fuimos tres pelotaris del frontón. Se trataba de un show de televisión en una emisora local cuyo nombre no recuerdo pero sí que estaba justo después de cruzar el Gandy Bridge dirección San Petesburg. Uno de los invitados era Ramón (Lujanbio II), el segundo no estoy seguro pero creo que fue Pedro Aramayo, (Aramayo II) . Era un show televisivo matinal que se emitía en directo. Aramayo y yo fuimos de relleno, nos limitamos a cumplir con el expediente, porque Ramón, con su salero y perfecto dominio del inglés: «stole the show» (robó el show). Estuvo genial, locuaz, gracioso, incluso se permitió –para ilustrar más todavía sus explicaciones– echarse de rebote en el mismo plató provocando en el público presente carcajada tras carcajada. El presentador estaba encantado –sospecho que no siempre se tienen invitados que faciliten la entrevista y la hagan amena. Ramón le arregló el show aquella mañana.
Entre los curiosos e invitados que acuden a este tipo de shows en directo estaba un hombre venido del norte, un periodista que cubría la pretemporada de los Yankees de Nueva York en la Florida. Fue allí después del «Show de Ramón» cuando conocí a George Vecsey. Charlamos y volvimos a vernos en los vestuarios del Tampa Jai-Alai y de allí salió una historia que se publicó en el New York Times al cabo de unas semanas. El artículo no trataba de mí sino del jai-alai, aunque en el contexto incluyera frases dichas por el que esto escribe.
Esa temporada, por esos fechas, llegué a disputar el partido clasificatorio del cual el vencedor representaba a Tampa contra Miami en el Tournament of Champions. El sistema era el siguiente. Durante varias semanas la última quiniela de la noche de los miércoles puntuaba para la clasificación. La quiniela era tanto a tanto. Así un par de meses de competición. Los cuatro pelotaris que lograban más puntos se enfrentaban entre ellos.
Aramayo II y Laca fueron los que más tantos sumaron; en segunda posición: Jesús (Elejabarrieta I) y yo. La opinión general era que el partido no tenía «madre» . Aramayo era, si mal no recuerdo, el mejor delantero del cuadro (Bolibar se había ido a Bridgeport) por delante de Echeva y Elorrio. Laca era también el mejor en la zaga, un pelotari desconocido en Euskadi pero que jugaba una barbaridad. Muy seguro, los aficionados americanos le pusieron de apodo «vacuum-cleaner» (aspiradora). Un bote-corrido de revés excelente (de lo mejorcito que yo he conocido), y después, un revés que mandaba las pelota a «chula» con una regularidad pasmosa. Resumiendo: el partido no tenía color.
Ese clima desfavorable era para mí el mejor de los escenarios. No teníamos nada que perder. Además, yo llevaba como compañero a un veterano curtido en mil partidos. Se jugaba a quince tantos. El peso de ser favoritos fue una losa para Pedro Aramayo. Un pelotari hecho en la quiniela y para la quiniela. Nervioso, precipitado, no hizo su juego. Todo lo contrario que Jesús «Chaparro» Elejabarrieta. El pequeño delantero de Durango se crecía en los partidos. Esa noche olió la presa y se avalanzó hacia ella. Sacó de maravilla, entró de bote-corrido con la derecha y remató a dos-paredes. Yo aguantaba las tarascadas a chula de Laca, una tras otra, e incluso desde allí, al contrataque, conseguía dominar al «Gallego». Dominamos de cabo a rabo ante el asombro general. 15 tantos a 7. Partido robado, partido al otro lado, reza el dicho. La cara del intendente, de Beitia, era todo menos un poema. El disgusto que se llevó el hombre.
Vecsey y yo a raíz de esa entrevista mantuvimos el contacto ocasional, felicitaciones mutuas por Navidad, ese tipo de cosas. A los cuatro años coincidimos en Connecticut. Todavía no habíamos empezado la temporada en Bridgeport y desde la jaula del frontón de Milford seguimos juntos los pormenores de un partido de torneo. El resultado de ese encuentro fue una crónica que se publicó en el NYT titulado: » Jai-alai at dowm» (todavía conservo el recorte del periódico).
El destino depara grandes sorpresas. No hubiera imaginado nunca que un día tendría que llamar a George Vecsey solicitando su cooperación. Fue el año 1988, en abril. Justo unos pocos días de declararnos en huelga. Llamé a Vecsey y quedamos en un restaurante cerca de Grand Central Station en Manhattan. Cogí el tren en Milford y en una hora estaba en el corazón de la Gran Manzana charlando con el periodista mientras comíamos algo. Le hablé sobre la huelga. Me escuchó con atención y me deseó suerte y la promesa de que se lo comentaría al encargado de cubrir las noticias del área metropolitana para el NYT. Efectivamente, a los días, un periodista llamado Nick Bravo cubría la noticia en el NYT en un reportaje donde todas las opiniones tenían cabida, empresa, pelotaris, Racing Commision etc. Un ejercicio periodístico impecable.
Vecsey se portó como un amigo. Dedicó parte de su tiempo –lo más preciado de una persona– a escucharme y hacer lo que pudo. Ha sido un honor retomar el contacto y, de paso, mostrarle mi agradecimiento.
Larga vida my friend.